jueves, 21 de septiembre de 2017

El viejo y la estrella

La estrella había bajado hasta la puerta del viejo. Quería increparle. Quería saber por qué la casa del viejo brillaba ahora tanto. Y el viejo se adelantó a la estrella.

–Ohm. Hola. Supongo que has venido por el brillo, ¿eh?

El viejo cerró la puerta tras de sí para hablar en el jardín con la estrella. La estrella no tuvo que decir ni una palabra, nunca hablaba. El viejo se encendió un cigarro.

–He estado años... ¡décadas! En este jardín. Cada noche. En este mundo sin estrellas, de cielo oscuro y eterno... pero... una vez o dos o tres cada años tú aparecías. Tú, con tu incansable brillo, tu resplandor maravilloso en mitad de la noche aparecías. Te gustaba que estuviera ahí para verte. Sé que muchas veces brillaste solo para mí. Sé que sabes que he sonreído muchísimo contigo.

Le dio otra calada al cigarro. Miraba al suelo, distraído, casi hablando consigo mismo que con la estrella.

–Cada año bajabas una vez o dos tres. ¿Sabes qué pasaba las otras trescientas sesenta y dos noches del año? Me quedaba en esa tumbona mirando al vacío, helado. He vivido toda esta vida de sueños y gripes solo en mi casita de la colina. Apreciándote. Esperándote. Dedicando mi vida entera a ti. ¿Y sabes? Ha sido frío. Muy frío.

El viejo miró de vuelta a la casa, que brillaba de manera misteriosa desde dentro.

–Un día alguien llamó a mi puerta. Brillaba muchísimo y quiso entrar, conocerme y brillar allí dentro. Me dijo que se llamaba Sol. Me hizo sentir hermoso. Me hizo sentir valioso. Eres la estrella más preciosa del universo, tu brillo es imparable, te quiero y te esperaré lo que me queda de vida, te di mi palabra y la cumpliré. Pero una estrella está lejos, una estrella es distante, una estrella no da calor y no hace crecer las cosas. Una estrella sólo hace soñar y si vives de sueños... te mueres.

Las lágrimas recorrían la cara arrugado de aquel viejo que se incorporó entre deprimido y repleto de rabia, algunos dicen que son el mismo sentimiento.

–Y tú... tú... después de todo, después de todas las veces que te he pedido que bajaras, después de todas las veces que has impedido que suba, después de todas las veces que has huido de mí por fin has bajado... has bajado porque había otro brillo en mi casa. Eres... eres... ¡eres una soberbia! Y tengo tantísimo miedo ahora mismo. Nunca podré ser feliz, ¿verdad? Lo impedirás siempre. Nunca estarás conmigo pero si no estoy contigo te apagarás, ¿verdad? ¡Me harás eso, ¿verdad?! Nunca... nunca había vivido.

Se desplomó en la hierba, sentado de piernas cruzadas, mirando al suelo, iluminado por la estrella que lo miraba apoyada en la valla de la casa.

–Por primera vez me siento... real, ¿sabes? Siento que puedo ser amado, siento que puedo ser alguien hermoso. ¿Cómo arreglamos esto?

El viejo levantó la cabeza para mirar a la estrella a los ojos pero ésta se había ido. Levantó aún más la vista pero no encontró nada en la oscuridad de la noche. El cielo era negro. El Sol había salido, le puso una manta y le besó en la mejilla.

–¿Crees que algún día podrás dejar de estar triste?

–No... no lo creo.

Miraba al infinito, agarrado de la manta.

–Aunque quizá aprenda a estar felizmente triste. Y no más gripes.


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