jueves, 29 de agosto de 2013

Sinceridad

-Te seré sincero: soy un fraude. Nada de lo que digo se parece mínimamente a la realidad, pero eso es lo que soy, ¿no? Un ilusionista. un muro de humo, un hombre capaz de lo más insólito y extraordinario para agradar a su público. Un tipo que comprendió la realidad y decidió hacer trampas pues ésta era muy complicada. Pero estás conmigo, no obstante, con la esperanza de que algo de lo que diga cambie tu vida, te sorprenda, te llegue, te sobrecoja o te alegre la mala tarde. O esa impresión te he dado siempre, ¿cierto? Por eso te atraía tanto... No puedo hacer nada de lo que me pides, cielo, soy un sucedáneo. Nunca fui nadie en ningún sitio, nunca fui nadie para ninguna persona. Nunca he sido importante realmente. Muchos han creído que yo les importaba, a ellos le importaba alguien que no era yo, ni por asomo.
>Nunca me ha conocido nadie. Ni siquiera aquella chica del pelo rojo que sonreía tanto... ella nunca me quiso de verdad aunque yo a ella sí y nunca lo supo. Una vida falsa, con caretas, máscaras, disfraces, espejos y retorcidos guiones ensayados y meticulosamente meditados. He dado alegrías para que me sonrían, pena para que me acojan, ira para importarles. He contado proezas, historias, cuentos y maravillas que jamás ocurrieron. Nunca he sido sincero, por eso quise serlo contigo, para que sepas que, en el fondo, me importas tanto como para desmontar cada treta que tengo preparada para ti, cada engaño que utilizo para llegar a mi objetivo.
>Toda mi vida ha sido falsa, nunca me ha pasado nada sobrenatural ni he conocido a ningún dios ni espíritu, como mucho ha sido una demencia propia de mi enfermiza esquizofrenia que a duras penas controlo con alguna que otra droga. No son baratas, ¿sabes? Todo ha sido como una bola de nieve. Dicen que las mentiras te persiguen, dicen que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Son chorradas. Si no existe la verdad, ¿existe la mentira? Tergiverso la realidad para no enfrentarme a mis miedos. Me pongo una cara que no es la mía para afrontar las peores situaciones que vivo. Digo palabras que nunca saldrían de mi boca para poder escapar de la tensión y el nerviosismo. Comprenderás ahora que nunca me he podido permitir querer a nadie demasiado, a nadie que se empeñe en continuar en mi vida. Las pocas personas que han sabido un ápice de la mentira que soy se han ido pronto de mi vida; lo sabía con antelación y a modo de expiación hice que ellos lo supieran. Maquinador, sí. Bochornoso, también. Pero nunca lo supo nadie realmente. Los sentimientos que estás generando hacia mí en este momento son de odio imagino, ¿cómo no te lo conté antes? ¿Cómo he podido ser así tanto tiempo? Porque soy un hijo de puta muy listo. Por eso.
>Supongo que ya me odiabas un poco antes. Conozco bien la naturaleza humana, mi compañía hace que en el fondo sepas que soy alguien con quien no te conviene compartir tu tiempo pero está tan al fondo que no lo escuchas, sólo escuchas mi lengua venenosa. Pero no soy tan malo. Es un mecanismo de defensa, debería darte lástima y no rabia. Si no tuviera tanto miedo de ser quien de verdad soy no sería el fraude que soy, si la gente fuese más comprensiva y tolerante no haría lo que hago. Por eso nunca llegué demasiado lejos en mis mentiras, por eso nunca me acosté con nadie que no quiso hacerlo de verdad, por eso siempre que alguien quiere que forme parte de su vida íntima me aseguro de sus razones y compruebo que ninguna sea una burda ilusión de la que no ha logrado darse cuenta. No soy tan terrible, ¿no crees? Así somos los humanos, unos imbéciles que tienen miedo de que su reflejo sea ellos mismos y no la fachada que tanto les ha costado construirse. Somos socialmente ineptos.
>Pero tú me importas. Aunque ahora te preguntas si esto es cierto. ¿Me equivoco? Me pregunto cuántas veces me habrás escuchado decir esto, a cuántas personas. Y ahora sabes que ninguna era verdad, por eso te preguntas si es cierto que me importas. Quizá toda esta sinceridad sea una enrevesada mentira cuyo fin es que parezca que me abro a ti y sólo a ti y así hacer que tú pienses que eres única en mi vida, que esta vez, esta única e insólita vez, voy en serio. ¿Quién sabe? Quizá no sea tan tóxico como parezco. Quizá por una vez sea la pura verdad. Quizá por una vez este dulce flautista deje de tocar y comience a hablar. Pero, quién sabe... Cuando arrastras tanto una mentira acabas creyéndotela, acabas dudando si de verdad hiciste aquello o si de verdad sentiste eso otro. Tu mundo acaba siendo una constante duda, una constante lucha entre qué es verdad y qué es falso. ¿Te has abierto de verdad alguna vez a alguien? ¿Hasta que punto llega tu control sobre qué es real y qué no? Te estoy siendo sincero o, al menos, eso aparento, por eso te diré que no tengo la más remota idea de la respuesta a esas preguntas. Esto lo he llevado demasiado lejos y no sé dónde estoy yo, dónde el personaje y dónde la máscara. Todo es una amalgama que ha formado un espectro que ha vivido más pasados de los que permite una vida y ha visto más de lo que ha podido ver un hombre. Todo por no salir corriendo. Todo por querer que alguien te abrace a ti por una vez. Así que te seré sincero, no sé quién soy, qué he hecho y qué no, qué he sentido ni qué siento. Todo forma parte de un plan del que ni yo tengo información. Pero no soy tan malo, ¿no crees?
>Es una lástima que sea tan precavido, tan maquinador y tan repugnante todo metido dentro un cuerpo repleto de miedo al mundo y a sí mismo disfrazado de alguien seguro, tenaz y de éxito. Es una lástima para ti, claro. No viniste en el mejor momento, sabes que si fueras cualquier otra persona me hubiese aprovechado de ti y te hubiese dejado ir pero me importas demasiado y por tanto eres peligrosa para mí, para mi estructura. No puedo dejar que te vayas... ¿Ves? ¡Esa es la mirada que nunca puse yo! ¡Esa! Esa mirada que se asoma entre lágrimas que no se atreven a caer. Es una mirada demasiado pura, demasiado sincera, demasiado real, ningún disfraz puede crear algo así, es arte, puro arte.

-¡Hijo de puta! ¡Socorro! ¡Suéltame!

-Cariño... por favor, no hagas esto más difícil. Te lo dije antes y te lo digo ahora, nadie puede oírte. Odio cuando se despega la cinta americana, deberían inventar algo mejor. Ya te he dicho que me importas mucho, más que ninguna otra persona en el mundo y no puedo dejar que eso ocurra. Hasta siempre cielo... te recordaré siempre.


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lunes, 26 de agosto de 2013

Privado

Privado. Acabo de leer esa palabra entre los archivos del portátil, qué atrayente es. Apago el cigarro y lo dejo junto a sus ocho hermanos en aquel cenicero que robé del último motel en el que acabé anoche. Noto una leve sonrisa en mi cara, resulta que este portátil está hasta arriba de porno si sabes buscar bien. Saco otro cigarro. Miranda me despierta de mi ensueño. Qué haces cariño, me dice. Nada, ver unas cosas de Roberto. Ella me toca un pecho con un dedo mientras hace un *pup* con la boca. No te acuestes demasiado tarde, mañana hay negocio, me dice con esa voz tan dulce que me enamoró la primera vez. Sigo investigando y encuentro lo que buscaba: lugares de recogida de Roberto. Esta vez le voy a joder pero bien.

Suena el despertador y retumba en mi cabeza como si fuera un taladro industrial martilleando mis sesos con odio, suelto un leve bramido con la boca, desde lo más profundo de mi garganta. Miranda me mira desde el baño con un cepillo de dientes metido en la boca. Me encanta verla desmelenada, con esa sombra de ojos corrida y su cara de por las mañanas; su ropa interior de encaje hace que mis ojos se despierten aunque mi cuerpo siga sin responder. Vamos, vístete, la escucho decir. Es preciosa, no la merezco. Voy, digo malhumorada y alargándolo todo lo que puedo. Me despierto y me pongo mi ropa interior, piso un par de colillas de camino a la ducha. Oh, sí, hoy tenemos agua caliente. Me encantaría ducharme con ella pero nos retrasaríamos mucho. Me ducho rápido, cojo mi ropa y bajamos por las escaleras de madera rancia de un viejo edificio del centro. Deberían derribarlos y hacer nuevos, esto da miedo. Llegamos a la calle, al sol. La mañana hace que nuestra piel pálida acostumbrada a la noche resalte entre el gentío, da igual, somos escurridizas y pronto acabamos por nuestros callejones. Es el momento de joder a Roberto como nunca. Vamos a cada lugar donde coge su mercancía y con sus claves la recibimos nosotras. Es un plan astuto, sencillo, pero astuto. Pronto hemos cubierto prácticamente todos los lugares antes de que Roberto siquiera haya despertado a la puta con la que durmió ayer.

Acabamos en un lugar de nuestro pasado, un lugar medio en ruinas, medio habitado. Un lugar donde reina la ley del asfalto. Nos acercamos a la casa de una madame. Esto sí que no se lo esperaría nadie, dos lesbianas repletas de mierda limpia en un burdel a las doce de la mañana. Nos quitamos las pelucas antes de entrar, ahora sí queremos que nos reconozcan. Miranda y yo decidimos anoche que salvaríamos a una de estas condenadas de las garras de algún ejecutivo grasiento demasiado verde como para que su mujer le permita hacerla lo que él hace aquí. La madame nos recibe maliciosamente, aquí la droga es igual a dinero, esta hija de perra se gastaría el dinero en heroína, sólo nos cargamos intermediarios. Pasen, pasen, les presentaré a algunas de mis mejores, nos dice con una sonrisa encantadora y encantadoramente perversa por sus arrugas y maquillaje seco. Sabemos que es mentira, sabemos que nos enseñará a sus chicas más drogadas y destrozadas, las muertas vivientes, aquellas cuya vida dejó de importarles hace mucho, no podemos hacer nada por ellas, ya no. Educadamente Miranda le dice a la madame que no se moleste, que buscaremos nosotras y que ya la informaremos. A pesar de la hora que es aún hay hombres en la parte del bar del local, la mayoría de empalme, otros acaban de llegar. Muchos que llevan despiertos más de un día y están más puestos que yo me silban, Miranda, celosa como siempre, me agarra del codo y tira de mí sin que pueda siquiera mirarles. La amo. Pronto llegamos a una zona donde descansan unas chicas, al ver la edad de algunas me acuerdo de cuando me metieron a mí en esto, también sin edad necesaria. Me da una arcada que intento aguantar como buenamente puedo. Noto que Miranda me hace una señal para que me acerque a las chicas, la mesa está llena de cigarros apagados y una se está poniendo hasta arriba de coca. Todas me miran, desconfiadas y medio cabreadas. Las comprendo. ¿Qué quiere un culito de ángel de nosotras?, me dice la más alta de todas mientras apenas la distingo entre las sombras de esta esquina. Redención. Sólo digo eso, cae como un peso muerto en la mesa. Una se espanta, otra está tan sorprendida que se le cae el cigarro, las demás me miran con desprecio. Vete a la mierda, ¿te crees que nos creemos esa mierda? Aquí estamos bien, no nos jodas. Me dice la alta de nuevo, ahora ha salido de las sombras. La miro a los ojos. Tenéis una oportunidad y no voy de coña. Una se empieza a inquietar, la mujer alta acaricia su cabellera y se calma enseguida. No, vete, nosotras ya estamos condenadas y no necesitamos redención, sé muy bien qué eres, así que largo. Muy bien, contesto, pues me voy. Suspiro, me doy la vuelta y comienzo a caminar. Una actuación digna de una profesional, me digo. Según nos alejamos del grupo nos disponemos a caminar hacia la salida, allí hay una chica menuda, con una bata negra y mirada de ternura. Lo hace bien, la jodida. ¿Qué quieres?, digo. Redención. Lo ha dicho exactamente igual que yo pero con un acento que no logro identificar. ¿Segura?, mis ojos son severos y mi gesto serio. Sí, lo estoy. Parece limpia, es una buena compra y traemos suficiente priva como para comprar a cualquiera de estas. La madame acepta maldiciendo entre dientes.

Estamos de vuelta en nuestro apartamento, le hemos dado algo de dinero a la pequeña. Se quedará con nosotras un tiempo para que se adapte a su nueva vida. No habla del todo nuestro idioma pero lo entiende perfectamente. Estudió interpretación en su país y por eso le fue tan bien como prostituta aquí. Duerme en el suelo pero no la importa, sabe que es libre ahora de hacer lo que quiera. Es muy mona, la típica cara de niña pequeña que no se va con la edad, su cuerpo es apenas de metro y medio, blanco y lleno de lunares, verla en ropa interior me alegra por las mañanas. Lástima que Miranda no quiere ni que lo piense. Mañana es otro día de otra vida, me gusta acostarme con esa sensación, mi vida casi no me había dado tiempo para parar... y pensar. Amaré siempre a Miranda, ¿ya lo he dicho?
Es de madrugada y estamos viendo una peli porno que ponían en la tele de pago, se la pinchamos al vecino el año pasado y aún no se ha enterado. Que se joda el pajero. Mientras estoy con mi portátil. Tengo un e-mail de Roberto.

Hijas de puta. Os mataré si os encuentro.
Estáis avisadas

Me entra una risa tonta, apago el ordenador, termina la peli y nos vamos a dormir pensando que aún no hemos olvidado nuestras viejas pieles, que aún no nos hemos despojado de nuestro pasado y que nunca podremos. Miro a Miranda con la luz que entra de la ciudad por la vieja ventana, sonríe en sueños. Amo a Miranda. 

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sábado, 24 de agosto de 2013

Samanta

“Quedarse sin palabras”. Es una expresión muy usada en los momentos muy emotivos y es una expresión literal pues el shock de ese momento hace que se te nuble la mente y se te cierre la garganta durante unos instantes. También es algo que ocurre con el miedo intenso, la frustración desmedida o cuando el terror mismo se refleja en nuestros ojos. Un terror que normalmente va más allá del miedo a morir, no es perder la vida lo que nos aterra, el terror que describimos no es racional, no tiene causa, es sencillamente terror. Terror que de sobrevivir a él olvidaremos por nuestro propio bien, que no querremos investigarlo ni preguntarle, preferimos su silencio, misterio y ausencia.

Samanta es carnicera del supermercado de un barrio residencial, en la periferia de la ciudad. Es una mujer blanca, de unos treinta y tantos y un poco rellenita. Es muy dicharachera, sobre todo con los clientes habituales, le encanta su trabajo; tanto le gusta que hace cosa de tres años abrió su propio negocio y le va bastante bien. La carne que vende es de excelente calidad y hace buena competencia a otros supermercados de la zona. Tiene un novio al que ve muy de vez en cuando pues éste tiene que viajar mucho debido a su trabajo pero siempre que puede vive en el apartamento de Samanta, por lo que son tres: Samanta, su novio y el gato que les regaló la madre de él por su quinto aniversario. Viven días tranquilos. Las noches las duermen, al menos dos de los integrantes de la pequeña familia.
Samanta cada noche vigilada por la luna llena sale de casa hacia el almacén de carne. Ella es incapaz de dormir, nunca lo hace cuando la luna mira. Una vez llega se mete en el congelador con los cuerpos desmembrados y despellejados de las reses que cuelgan armónicamente de terribles ganchos. Allí se siente a gusto, el frío la calma y la acoge. Una vez está cómoda, Samanta se sienta con las piernas cruzadas y entra en una especie de trance extraordinario, todo es silencio durante unos minutos, se oye el tintineo de las cadenas y el frío hálito de Samanta apenas hace un ruido. Mira al techo con los ojos completamente en blanco y de su boca asoma una materia roja, rugosa, llena de sus babas. Esta materia comienza a salir de ella desencajando su mandíbula hasta lo imposible: el nacimiento del cabello de Samanta toca su espalda y su barbilla toca sus pechos. Este proceso dura media hora aproximadamente. Una vez acaba la materia de salírsele comienza a derramarse por su cuerpo lentamente, hasta que abandona completamente la boca de la mujer. Ella, unos instantes más tarde, se despierta, levanta la cabeza, se levanta luego ella y con un cuchillo se corta la piel que hace colgar su mandíbula de manera grotesca, después de esta carnicería se junta la mandíbula con el cráneo y ésta encaja a la perfección mientras su piel lentamente se junta como si estuviera hecha de una sustancia líquida muy densa en lugar de carne. Luego coge toda esa materia que ha expulsado y le da forma, la envasa y se vuelve a casa antes de que su novio(si está) despierte.
Al día siguiente tendrá hamburguesas en oferta, una de las principales bazas de su carnicería pues son artesanales y a mucha le gente les gustan estas hamburguesas.

Hay cosas que no se conocen, no se saben y no deberían saberse. ¿Qué es Samanta? ¿Por qué hace eso? ¿Qué relación tiene todo esto? ¿Por qué lo oculta?
¿De verdad podemos saberlo? Por regla general creemos estar preparados para afrontar cualquier verdad pero más de uno que ahora se le califica como loco o lunático te dirá que no, que nadie es capaz de afrontar según qué verdades y que hay secretos que están ocultos porque conocerlos sería de locos.

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Tomás

Detrás de muchas miradas se esconden secretos que nadie quiere creer, que de saberse todo el mundo olvidaría conscientemente, hechos ocultos por un bien común, misterios que no deben ver la luz. Son sombras que todos conocemos pero todos olvidamos. Hay quienes conocen estos susurros y los ocultan con todo lo que les queda de humanidad.

Tomás es un hombre moreno, vive cerca de la ciudad en un pequeño apartamento de un barrio callado y alejado, no suelen pasar muchas cosas por allí. Su apartamento es un bajo. Es un hombre amable de unos cuarenta años aunque ya tiene canas y un poco de alopecia. Participa en todas las obras benéficas de su iglesia, da golosinas a los niños y es amigo de la gran mayoría de dueños de perros del barrio pues siempre que tiene tiempo saca a pasear a su beagle por los pocos parques y avenidas que aún quedan en aquel pequeño barrio. Es un gran tipo, trabaja en una empresa de ventas que no le quita demasiado tiempo. Tomás es un tipo normal.
Debajo de su cama tiene una trampilla fabricada por él. Su bloque de apartamentos no tiene sótano, tan sólo una sala de calderas por lo que imaginamos que Tomás ha cavado ese sótano que se encuentra bajo su cama. Cada noche de domingo corre su cama, abre la trampilla, mete unas escaleras y baja lentamente. Parece profundo, debe serlo para evitar todas las tuberías y alcantarillas del barrio, hasta que pisa madera con sus viejos mocasines. Camina lentamente hasta una portezuela de hierro con extraños relieves que forman encinares, parece una puerta muy antigua. La abre con una llave que sólo él posee y que guarda convenientemente en el mismo llavero que la llave de la trampilla. Arrastra las pesadas puertas y llega a un pasillo iluminado con luz eléctrica aunque el pasillo es de ladrillos muy viejos, algunos enmohecidos. Camina y camina, sus mocasines hacen un eco aterrador pero él lo conoce muy bien, camina seguro y decidido, su cara mantiene un semblante muy serio, inédito para sus conocidos.
Llega por fin, pasa por un arco y llega a una sala redonda en la que dispuestos según coordenadas cartesianas se encuentran cuatro pasillos, de cada uno aparece un hombre. En el centro hay una estatua de oro, la estatua representa a un ser de cuatro cuerpos, esto es, cuatro caras, ocho brazos, ocho piernas y cuatro torsos, cada uno mirando a uno de los pasillos, el ser no tiene espalda ni gónadas. Cada uno se acerca a un pequeño altar situado frente a la figura y sacan un libro. Cada libro es diferente, parecen viejos diarios personales, carcomidos y muy leídos. Los abren, alzan las manos, hacen una reverencia y realizan cánticos en lenguas fósiles. Entonces la cabeza dorada de cuatro caras gira en el sentido de las agujas del reloj una posición, se abren las bocas y los ojos y de ellos mana sangre, sangre demasiado densa para ser humana, la cual se desliza sin dejar rastro alguno en una fuente que se encuentra frente a cada faz de la estatua. Los cuatro sacan unas copas muy alargadas y ornamentadas, recogen la sangre y con sus lenguas recogen ese líquido casi carmesí, casi negro, con unas lenguas exageradamente grandes para la humanidad, son finas y muy largas, capaces de absorber gran cantidad de vitae, sangre. Los cuatro se limpian la boca, cierran los ojos, hacen una reverencia y se van por donde vinieron.

Esto es un hecho insólito de por sí, ¿cierto? Tomás es un hombre que esconde muchos secretos aunque, ¿qué es más inverosímil, este extraño ritual o el hecho de que lleve siglos haciéndolo junto a los mismos cuatro hombres? Eso es un juicio que dejo a quien escuche estos testimonios.


Al día siguiente Tomás se levantará de la cama, se preparará un café, pondrá agua en el café de Puch, su perro, cogerá su viejo coche y se irá a trabajar escuchando un programa mañanero de radio.

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Alfredo

¿Qué pasaría si la gente que no conoces pero que ves cada día no fueran lo que parecen ser? ¿Qué pasaría si te contara que tu vecino ya no es humano? ¿Cómo reaccionarías si te dijera que aquel vagabundo de la esquina por la que pasas cada día no existe en realidad? ¿Qué me dirías si te dijera que el dependiente del burger de tu barrio no está vivo?
Estas cuestiones parecen inverosímiles, ¿cierto?

Alfredo es un tipo de aspecto descuidado, huele un poco avinagrado y no hay muchos que se acerquen a él. Suele estar por el centro de su ciudad, las calles están medianamente concurridas. Algunos días pide dinero, otros coge una pancarta y se patea las calles a grito pelado. No tiene amigos. No es alguien usual pero es la mejor manera que tiene de ser alguien…
Alfredo cada noche se retira a un bosquecito en las afueras de la ciudad, un gran descampado que por suerte aún no se ha edificado. Cuando llega se desnuda en una cueva o en algún lugar a cubierto de la Luna antes de la media noche. Minutos después de que las campanas cuenten hasta doce su piel comienza a estirarse y extenderse, sus músculos se inflan y él comienza a retorcerse entre agonías, tiene espasmos y golpea a ciegas como por instinto. Los huesos de sus brazos se estiran y los de las piernas se contraen partiéndose en el proceso. Los pelos de sus piernas se hacen más gruesos, más largos y más numerosos. Sus uñas crecen considerablemente al igual que el vello de los brazos. Pronto su columna queda encorvada y ensanchada dando como resultado un aspecto primitivo y horrible. Su cara se deforma hasta la fantasía, su nariz y mandíbula se ensanchan y estiran, sus ojos se vuelven absolutamente blancos con venas hinchadas de ira y cólera, sus orejas crecen y aparece vello por toda su sudorosa tez, se vuelve completamente inconsciente y animal y de la parte superior de su cabeza aparecen dos cuernos lisos y gruesos. Después de todo este proceso Alfredo se vuelve un monstruo que destruye cualquier esquema humano sobre la realidad, su cabeza recuerda a la de un cabrón, sus piernas son más pequeñas y peludas, sus brazos rozan el suelo y su cuerpo está deformado y herido alrededor de cada hueso, cada vena y cada músculo. Pronto comienza a revolverse en su dolor, gime y gruñe sin parar mientras rezuma saliva a cada lado de su boca y sus ojos miran al infinito en su ceguera.
Por suerte Alfredo se encadena cada noche para no escapar y realizar algo inhumano de lo que su conciencia no pueda escapar durante años. Es un condenado atado a las maldiciones de un pasado que nadie podría creer… ¿Qué por qué un maldito viene cada día a una ciudad que le desprecia o le ignora? Si te preguntas esto espero de corazón que nunca te hagan esa pregunta a ti.

Hay cosas que se nos escapan, cosas que no queremos creer, cosas más allá de las palabras y el entendimiento humano, cosas… que han estado siempre en el lado más sombrío de nuestra existencia. Ensueños y pesadillas que bailan a nuestro alrededor desde la oscuridad. Pasados que se hacen presentes y leyendas que no se escribieron nacen cada día. Verlos es una maldición. Padecerlos es un infierno.

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viernes, 16 de agosto de 2013

¿Y si no recordases qué has hecho la noche más importante de tu vida?

La oscura lluvia arrecia contra las desoladas calles de una ciudad en la madrugada de noviembre. Llevas un abrigo largo, un paraguas clásico y te estás fumando el tercero de la noche, te da una sensación de satisfacción sin saber por qué, por lo que lo sigues fumando. Estás bajo una farola y no hay nadie más en la calle. No sabes cuánto lleva siendo de noche, no sabes si lo preguntas por ti o por la ciudad. No sabes de dónde has venido o dónde estabas cuando comenzó a llover. Rebuscas en tus bolsillos y encuentras un librito negro, sus tapas son de cuero y parece muy trabajado, ¿la cinta que lleva como separador marcará algo particular o estará puesta al azar? No quieres que se moje, sigues buscando en tus bolsillos.
Encuentras una billetera, no es la tuya, esta es de líneas azules y blancas con tus iniciales bordadas. Parece hecha a mano. La entreabres con la misma mano con que la sujetas, en un primer y obtuso vistazo te asombras al encontrar que lo que lleva dentro es tuyo. Ahora te das cuenta de que el abrigo que llevas no es de tu género, ni tuyo, y por eso te sentías raro con él puesto, sin embargo sientes algo en el pecho, el abrigo tiene un bolsillo interior, no pesa mucho. Guardas la billetera y sacas aquel objeto del bolsillo interior. Es un teléfono móvil pero no es el tuyo, es negro y de alta tecnología, comienza a vibrar y respondes:

-¿Lo hiciste ya? Queda poca noche.

No reconoces la voz, preguntas por su nombre instintivamente y cuelga. La voz no era familiar, con extrañeza guardas el móvil donde lo encontraste. Vuelves a sacar la billetera, necesitas beber algo. Sonríes porque tienes dinero más que suficiente. Entras en el primer bar abierto y pides mientras te diriges a una mesa en una esquina del mismo. Te echas las manos a la cara como queriendo despertar. Te restriegas los ojos y suspiras. Por fin llega lo que pediste, te ha parecido una eternidad aunque hayan sido apenas unos segundos. Sacas el pequeño librito negro y lo abres por la página en la que está el señalador. Son dos caras en blanco, el papel es beige y tiene un tacto áspero pero cómodo, pasas a la anterior hoja y ves escrito abajo a la derecha “¡Hoy por fin llegó el día!”. Pasas unas cuantas páginas atrás y comienzas a leer…:

Necesito recordar esto. Lo anoto para que no se me olvide, siempre es bueno tener anécdotas. No olvides esto tampoco. Se me ha dado permiso para hacerlo, después de todos estos años es un alivio que se me dé esta libertad, pero me pregunto con quién hacerlo.
Te comienza a sudar la frente, bebes un poco más y te miras las manos. No ves nada anormal, tan sólo están un poco blancas, algo casi inapreciable. Suspiras una segunda vez y pasas unas cuantas páginas más.

Creo haber encontrado a quién. Aún no me conoce pero me gusta mucho y es raro que alguien me guste a mí. Sé dónde vive y estoy vigilando su vida cotidiana, pronto sabré dónde puedo encontrar a esta persona en cada momento del día. Aún no sé sus datos personales, pero sí su nombre y sólo escucharlo me hace sonreír.
Miras con nervios el libro que tienes frente a ti, tus ojos no dejan de parpadear y tus cejas comienzan a temblar. Las siguientes páginas son cuadros, horarios en esquemas y reconoces todas las actividades. Son tu rutina, la que sigues cada día. Tus manos tiemblan por lo que se hace difícil leer aún más, tus ojos no quieren seguir haciéndolo pero necesitas saber más. ¿Quién podría resistirse a esto?

Esta noche será la noche, me siento con una energía que creía olvidada. Sé a dónde irá y cómo irnos a mi casa juntos. Coser y cantar, espero que se lo tome bien… he escuchado a muchos que han dejado un desastre tremendo después del acto y no me apetece recoger nada. No tengo nervios, creo que los perdí o los olvidé, pero esto es una oportunidad única en muchas lunas. Por fin.
No comprendes nada, sabes que te ha hecho algo, sabes que algo pasó y que luego lo olvidaste. ¿Tan terrible fue que lo tuviste que remover completamente de tu memoria? ¿Tan horripilante fue que tuviste que escapar con tanta prisa que cogiste su abrigo? ¿Qué? ¿Qué pudo pasar? Es en lo único que piensas. ¿Qué?
Te das cuenta de que apenas llueve ya y de que alguien ha abierto la puerta del bar. Apenas sois tres en aquel lugar contando al tabernero que según ve al nuevo visitante decide meterse en la cocina. Los otros dos se esconden bajo su abrigo. Esa figura se acerca a ti y te dice con una voz muy familiar y muy dulce:

-¿Por fin paraste con tu locura? Dios, de haberlo sabido te hubiera atado, me has hecho correr como nadie lo ha hecho hasta ahora. Mira, ya está hecho, además estabas a punto de suicidarte, ¿por qué no paramos con esta locura, eh? Ya estás muerto de todas formas. ¿Qué diferencia hay?

Tu susto es mayúsculo, apenas puedes articular una palabra sólo alcanzas a preguntar quién es y por qué te dice esas cosas. Tus pensamientos de verse escritos tendrían signos de exclamación y estarían escritos con mayúsculas.

-¿No me digas que lo has olvidado todo?suspira- Ven, dame la mano.

Das tu mano y cuando notas las suya notas una mano extremadamente fría. Te coge el brazo y te remanga, miras tu brazo, hay dos marcas cicatrizadas, como si las hubieran hecho hace mucho, notas que tu piel es pálida, más que nunca. Tus labios comienzan a temblar y miras a esta extraña persona los ojos.


-¿Ya te acuerdas? Bien. Comienza tu condena, este es un mundo frío y oscuro y sé que a ti te encantará. Ven, ven conmigo, pues mi voz será la única que oigas durante mucho tiempo. 


Anónimo
Desde mis sueños hasta tu pantalla
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viernes, 9 de agosto de 2013

Siempre hay tiempo para el café

Hay salones oscuros. Salones de negro y rojo, formas en espiral, ruinas góticas intactas, lugares tenebrosos, lugares de pesadilla. Se escuchan las últimas suplicas de alguien que alentado por el miedo maldice por su vida. ¿Qué será de él ahora que su vida no pende de los hilos de sus manos? Él conocía el final, no a sus verdugos, pero sí que de aquella noche no pasaría. No se puede huir de algo así, no de gente como ellos. ¿Gente? No sé si es la palabra más adecuada para describir a dos monstruos como ellos. Asesinos, macabros, lúgubres, mercenarios de sí mismos. Cargan con sus responsabilidades. Las cumplen. Y se van. 

La mañana de esa misma noche están desayunando en una cafetería del centro, corre la brisa, acaban de abrir, ellos no han dormido y necesitan un café. Apenas se ve el sol en el horizonte y en plena ciudad mucho menos, los bosques de edificios lo nublan todo pero una luz tímida se adentra suavemente sobre todos los distritos. La cafetería, modesta y coqueta, sirve un café que sienta de maravilla; calentito, amargo y terriblemente adictivo si se sirve en una bonita taza. Ella además pidió algo de bollería para llenar el estómago. 
-No puedo creer que no comas nada, ha sido una nochecita larga, ¿no crees?
-Peores he tenido. 
Él miró hacia un lado como buscando algo, o a alguien. Le gustaba hacerlo, miraba a todo el mundo, a todos los rincones, parecía como si llevase buscando algo desde siempre. 
-¿Peores, eh? Sí, claro, yo también. En una fiesta de la facultad acabé despertándome en una habitación con tres hombres desnudos y demasiado dolor de cabeza como para asustarme demasiado. No te lo recomiendo.
-¿Acostarme con tres hombres?
-¡No, idiota! Despertarte en una habitación con resaca y tres hombres. Los ronquidos eran como patadas en el cerebro y olía a infierno. 
-¿A incienso?
-¿Empalmar te pone gracioso?
Él no respondió y siguió mirando al resto de la calle. Era verano, estaban en la calle, terraza de la cafetería, pero ese frío mañanero seguía siendo capaz de helar los huesos. Se acarició un poco la perilla.
-¿Qué piensas, tío?
-En nada particular.
-En serio, siempre que miras así estás maquinando algo.
-¿Alguna vez te has preguntado por qué hacemos esto?
-"Porque alguien lo tiene que hacer y todos están demasiado dormidos como para hacerlo", ¿no? Eso me contestaste tú la primera vez.
-Ya...
Ella no comprendía qué le pasaba, resulta ser de esas personas que nunca acabas de conocer, quizá por eso le atrajera tanto. No le gustaba la última página de los libros. 
Pagaron su cuenta y se fueron caminando hasta donde tenían el coche, estaba a unos cuantos minutos pero no les importó demasiado. Las mañanas tempranas de verano son preciosas. Cuando llegaron no les apetecía irse, aún era pronto, podían estar un rato más allí. Parecía magia. Ella se sentó en el capó a ver las nubes y él entró dentro y se puso a escribir en su cuaderno de notas. A veces en un silencio se disfruta más que en una conversación aunque cueste creerlo. 
Cuando partieron eran casi las diez de la mañana y necesitaban dormir profundamente. El hombre del vestíbulo de aquel hotel de tres estrellas les indicó su habitación y le dijeron que no les despertase para comer. 
-Por las pintas y por dormir a estas horas no sé si son fiesteros o vampiros -le dijo el hombre a su compañero. Era un hotel normalillo, pero tenía un pequeño bar al lado bastante concurrido y más de una noche tenían parejas demasiado borrachas como para esperar a llegar a casa.
Cuando ella se despertó vio que él estaba encima de su cama escribiendo y con sus gafas de leer. Se incorporó lentamente arañándose los ojos. Bostezó como creyó nunca hacerlo, aunque no estaba segura, nadie se acuerda de sus bostezos. 
-No sabía que alguien como tú usaba gafas.
-¿Y por qué alguien como yo no usa gafas?
-Déjalo. ¿Qué escribes?
-Notas de nuestro último encuentro.
-Ajá... ¿qué coño te pasa?
-No sé a qué te refieres.
-¡Sí que lo sabes! Actúas raro, miras raro, hablas raro. Más raro de lo habitual, te pasa algo, cabrón. 
-Te juro que no sé a qué te refieres y por cierto se te ha corrido el maquillaje. 
Ella refunfuñó, se levantó en ropa interior y se deslizó hacia el baño. Se miró los ojos, rojos de sangre palpitante y mal descanso, ojeras largas y expresión de ruina. Asomó su cabeza por el baño:
-¿Te apetece hacerlo?
-Hoy no.
Se dio un baño. 

Anónimo
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jueves, 8 de agosto de 2013

Noches de descanso

Corría la aguja pequeña del reloj, en la esfera del mismo se reflejaban cristales rotos y unas pupilas sin vida, muertas; su propietario yacía con todo el torso mojado por las bebidas de aquella noche encima de la barra. Había sido asesinado por ellos. Era otoño, no es la estación favorita de casi nadie, y era miércoles. El ventilador seguía girando, la gente aún paralizada miraban a la mujer con temor. Alicia guardó su revólver en la parte trasera del cinturón, recogió del suelo las gafas de sol e hizo como si nada hubiera sucedido, se dedicó a caminar hacia la salida lentamente, pisando cerveza y cristales con sus botas de suela ancha. Miraba hacia delante, decidida. Pasó por tres taburetes, la máquina de dardos, y una mesa con una pareja enamorada. Agarró el picaporte y se fue. A los pocos minutos la policía estaba allí con sirenas y esa luz roja y azul que se refleja en cada esquina. 
Alicia estaba lejos ya. Muy lejos. En un coche medio oxidado con un conductor que conocía muy bien. 
-¡No puedes matar a un tipo en mitad de un bar y pirarte así como así!
-¡¿Y qué quieres?!¿Qué los mate a todos? 
-¡No, mujer! Nosotros... nosotros no trabajamos así. Sabes que tenemos que pasar desapercibidos. Lo sabes mejor que yo. 
-Sí, ¡vale! Tienes razón en eso... pero... -hizo una mueca de desagrado- ese tío me sacaba de quicio y yo... no... no pude...
-¿Otra vez no pudiste controlarte? 
-¿Cómo que otra vez?
-¿Ya no recuerdas a aquel tipo que tiroteaste en medio de una plaza a las siete de la tarde?
-¡Eso fue diferente!
-No es verdad
-¡Sí lo es!
Él suspiró lentamente y a pesar de ir al volante cerró los ojos un segundo. 
-Mira, Alice, tienes que calmarte con este trabajo, ¿vale? Te dejaré en casa para que pases un tiempo sola, desaparecida. Considera que son unas vacaciones. Te calmarás y volverás al negocio, ¿de acuerdo? 
-¿Cómo quieres que me tome un descanso con todo lo que hay ahí fuera?
-Ya sé que hay mucho trabajo pero no estamos solos en esto, ¿recuerdas? No estamos solos. Ya no estás sola. Nunca más dejaré que lo estés. Hazlo aunque sea por mí.
Ella miró hacia un lado, sabía que él tenía razón pero no quería admitirlo, subió la radio, sonaba Smaller God, casi se le cae una lágrima, no podía creer la coincidencia. Él bajó el volumen como si sólo lo fuera a bajar un segundo.
-Alice, sabes tan bien como yo que lo necesitas. 
-Sí... sí, lo sé. Pero hay mucho trabajo que hacer y tú...
-Yo me encargo, no te preocupes, ¿vale? Ya trabajaba por mí cuenta antes de que te conociera. 
-Supongo... supongo que será lo mejor, perdona. 
-Mira, ya casi hemos llegado, ¿necesitas algo del super?
Ella se río un poco, le miró por encima de las gafas sonriendo y le dio un beso tierno en la mejilla. 
-Gracias, Morfy, eres un cielo.
-No tienes porqué dármelas, ya sabes que somos amigos -según lo dijo la agarró por encima del hombro y la estrujó contra él, le dio un besito en la cabeza y la soltó. 

Habían pasado tres noches sin ella. El trabajo sin ella era más aburrido pero alguien debía hacerlo. "Además, nunca está mal poder elegir la emisora de radio" pensó. "Este es fácil, es un ser uraño y recluido, no hará falta planificar demasiado, buscaré algo de información y estaremos listos". 
Efectivamente habló con un par de tipos y llegó a la conclusión de que, fuere lo que fuere aquello, su encargo sólo podría hacerlo con la luna llena de su parte, no iba a ser tan sencillo como previó. Se quedó en la ciudad un par de semanas más intentando pasar desapercibido hasta que por fin la luz lunar bañó la ciudad. 
"Este es mi momento". Se acercó a la casa donde aquel ser residía. Lo más sensato era probar primero la puerta de atrás y eso hizo. No estaba abierta pero con la seguridad de que el ser no estaba en el edificio se coló por una de las ventanas del piso de arriba. Ahora llegaba lo complicado. La oscuridad se cernía sobre aquella casa, entró en un dormitorio, cada paso hacía rechinar las maderas del suelo. Registró los armarios, los cajones, y se deslizó hasta el primer piso por las escaleras. Poco a poco sin deformar la alfombra se escondió en el armario de la entrada a la espera de su presa, la cual tenía muy mala suerte por tenerle a él de cazador, pensó.

Se montó en el coche y aprovechó algo de Rock n' Roll en la emisora local. Era un trabajo divertido después de todas las complicaciones que traía. Pisó el embrague, luego el acelerador y tomó la primera autopista rumbo norte. En breves momentos estaría con su amiga de nuevo. Él deseaba que este descanso la hubiese ayudado, no era muy dado a desear por lo que lo tomó como un pensamiento excepcional.
"Lo mejor de todas estas historias es que nunca sabes a dónde te conducirán... supongo que es lo bonito del futuro, que es impredecible, aunque sólo quien lo teme lo llega a imaginar".
Y así, en algún lugar, en algún momento, lo que siempre se hizo se hace y lo que ocurrió nunca habrá ocurrido, una vez más, de cientos de veces. Los cuentos a veces no son lo que parecen. 

Anónimo
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domingo, 4 de agosto de 2013

No pararon en la cuneta

Sorbió un poco más de café, sus marcadas ojeras gritaban por un poco de cafeína. Se sentó, tiró las cenizas en el platito de la taza y suspiró. Hacía semanas que no veía a nadie, tan sólo miraba el periódico, veía lo que fuera que echaran en la tele y bajaba al sótano para sentir nostalgia. Tenía un aspecto horrible, aunque nada exagerado con el aspecto que solía tener. Se acarició el piercing de la nariz, pensó un poco en qué hacer ese día, bajó los ojos al café. Tomó otro sorbo. Miró hacia el techo, exhaló. Se dio cuenta que no llevaba sujetador. Le dio igual al segundo después de saberlo. Se levantó, lavó la taza y salió a fuera a fumarse el tercero de la mañana. Aquel día se presentaba como todos pero vio su viejo coche acercarse por la calle. Él la saludó, ella, tirando el cigarro y todo lo que llevaba encima, fue corriendo a abrazarle y sonriendo se quejó de cuánto hacía que no le veía. 

A los pocos días salieron de casa en aquel coche esperando no volver en mucho tiempo. Ella reclinó el asiento, se puso sus gafas de la suerte, comprobó la guantera y se guardó a una vieja amiga en la bota. Encendió un cigarro y después de chincharle a él con el humo se echó a reír como hacía semanas que no hacía. Él miró el móvil en un semáforo, a algún sitio irían. 
Acabaron en un lugar costero con casuchas de madera seca, encontraron su casa, sujetada por unos postes por si subía la marea. No había timbre, dieron golpes a la puerta. Vieron la cara de una señora muy mayor y muy malhumorada, casi los echa en el acto. Él la explicó la situación y ella sonrío. Les dijo que allí ya no pasaban esas cosas, pero sabía dónde podría pasar algo parecido. Los envío a dos pueblos más al norte. Por el camino pararon un par de veces, eran dos pueblos pero muy lejanos entre sí. Después de dos días de viaje llegaron. Lo primero que les sorprendió fue tantísima niebla. 
Ella se abrochó el abrigo y él se subió la cremallera de la sudadera. Ambos se pusieron una braga. Caminaron a paso firme por la nieve hasta que llegaron a la casa que se les había descrito. Era de día y el sol estaba en el punto más alto. Decidieron llamar a la puerta de atrás. Les abrió un tipo negro ancho, les dijo que no quería comprar nada y ellos con el mal humor en sus caras le dieron una patada en sus debilidades. Entraron en la casa mientras el pobre hombre sollozaba en el suelo, lo primero fue bajar al sótano. Sacaron los bates de béisbol. Lo siguiente era el desván, hicieron lo propio. El hombre recibió un parte médico días más tardes por contusión en el cráneo. Al salir del pueblo ambos dos recibieron una extraña visita en el coche. Era una chiquita joven, más joven que ella, rubia y de una belleza sureña, con ojazos incluidos. Les pidió si podía ser como ellos, de momento ninguno objetó. Momentos más tarde el silencio se rompió y la chica tenía un balazo en la pierna. Después de limpiar la herida los tres volvieron a casa. Hay días raros.

Bebieron del café que él preparó, ella sacó tres cigarros de liar, tabaco rubio. Dejó una caja vacía para las cenizas encima de la mesa. Era de noche cuando llegaron, el ventilador giraba lentamente, el viento lo hacía. Ella decidió esa noche, dormían juntas. Buenas noches.

Anónimo
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sábado, 3 de agosto de 2013

Mary y su conversación con la Luna


Esta es una historia escrita desde una cama, mojada por un vaso de leche fría en una taza de coñac. El sacrílego la escribe con calma, no quiere se le escapen palabras, no vaya a ser que se pierdan y no se pronuncien jamás. Le da la luz de una lamparita de mesa, no hace aspavientos y los mosquitos le rondan como depredadores del Serengeti. La historia está llena de imaginación, amor, desamor, giros de guión, remates, remaches, tornillos, tuercas, cerdos, cebras, cabras, llamas, bicicletas, bomberos, corredores de apuestas, mesas, casinos, disparos, rayos y algún que otro chaparrón. ¡Qué historia más maravillosa se presenta! Por desgracia, el apuntador es nuevo, se le irán palabras y quedará otra cosa que no tenía que ver con la original. Qué le vamos a hacer, pero, al menos, la historia comienza como debe comenzar:

Estaba siendo una vez -no, así no- Érase una vez, una niñita -como de costumbre en estas historias- que gustaba de pasear a oscuras por la playa de su pueblecito de verano. La Luna bañaba el mar con su luz -¿"bañaba el mar"? Ay, madre mía...- y las estrellas adornaban la noche. Siempre corría una brisilla agradable y la arena estaba fresca bajo sus pequeños pies -espera un momento que me llaman... vale, ya, sigue, sigue- y parecía viajar por la magia nocturna de la que tanto escuchó hablar en sus cuentos favoritos. Estaba en una pequeña población costera, dedicada al turismo, pero era corta y enseguida encontró un pequeño muelle viejo, roñoso, vacío y abandonado pero a pesar de ello se adentraba sin miedo mar a dentro. La niña no se lo pensó dos veces y lo escaló caminando hasta el mismo final y colgando sus pies esperó a que la Luna la dejase de mirar. "Qué preciosa noche, ¡esto sí que es vida!" pensó después de saborear esa serenidad y ese abrazo oscuro que tanto la elevaba. Cuando la Luna se fue a la cama ella contempló ahora el mar: era un gran lago negro de infinidad espacial, como los ojos más preciosos de este mundo, profundos y mágicos. De pronto, a lo lejos, vio una barca blanca que se aproximaba a la costa. "¡Estupendo!" pensó, "¡Viajeros! Me preguntó de dónde vendrán y por qué llegan tan entrada la noche". Se sentó de nuevo, pies colgando, a esperarles. 

"Parece que no llegarán nunca" se dijo Mary para sus adentros, "siguen tan lejos...". Pareció un parpadeo muy largo, quizá una cabezadita, no lo sabe, pero el caso es que al abrir los ojos los barqueros estaban desalojando la barca en la arena gris oscura de la playa olvidada. 
-Perdonen caballeros la indiscreción -Mary siempre fue muy educada- ¿de dónde vienen? ¡Amo a los viajeros!
-Del horizonte -respondió una voz grave y varonil. Venía de un tejón, pero un tejón que caminaba sobre sus patas traseras vestía un jersey a rayas y una gorra de marinero-. Alguien tiene que ir a guardar la Luna, ¿sabe? Las cosas no pasan por arte de magia. ¿Y tú que haces tan lejos de casa chiquilla?
-Yo... eh... me gusta la serenidad de la noche, eso es todo. Me llamo Mary y... esto... ¿guardáis la Luna?
-Sí que lo hacemos, cada noche mi compañero y yo lo hacemos desde hace mucho mucho tiempo. Oh, dónde están mis modales, soy Tejón y este es mi compañero Coyote y siento la confusión, no somos viajeros, sólo trabajadores que hacen bien su trabajo. 
-Creí que los coyotes eran vagos y perezosos... -masculló levemente Mary, sin embargo el Tejón la escuchó.
-Y lo son, créame, pero es ya muy viejo, y los que somos tan viejos comprendemos bien nuestras responsabilidades. Además, él una vez se olvidó de guardar la Luna y no vea qué desastre se montó.
-¡Calla ya! Sólo es una niña entrometida -gruñó el Coyote con ademán de querer irse de allí lo antes posible. 
-No soy ninguna niña entrometida, fueron ustedes dos quienes desembarcaron en mi playa.
-Esta playa es de todos niña y ahora largo o te arrancaré un brazo de un bocado. 
-¡Señor Coyote! Por favor, un poco de calma -intervino Tejón-. Vuelve a tu cueva, ya no se te requiere más. 
Y Coyote se fue entre maleza. Tejón ayudó a Mary a bajarse del muelle y éste le explicó que sin ellos la Luna iría sin rumbo por el firmamento y pasaría de Luna nueva a Luna llena en un santiamén o se quedaría en cuarto creciente por una semana y eso no sería bueno para nadie. Luego cogió un puñado de arena e hizo una taza que rellenó con agua de mar la cual de pronto olía muy bien, se la ofreció a Mary mientras él se hacía una. "Qué caballeroso y gentil es este Tejón, muchos deberían aprender de él". Tejón por su parte se alegraba de poder charlar con alguien para variar, era muy desagradable tener que trabajar cada noche con Coyote. 
-¿Y acaso yo podría guardar la Luna con ustedes en alguna ocasión?
-Oh no. No, no, no, no. Eso sí que no. Lo siento mucho señorita Mary pero eso es del todo imposible. 
-¿Por qué no? 
-Porque usted no conoce allá a donde vamos para guardar y sacar la Luna, es un sitio tan remoto que usted no sería capaz de imaginarlo. 
Y de pronto, según Tejón terminó la sílaba "-lo" se desvaneció. La niña abrió los ojos, estaba en el muelle, sentada. Pensó que todo fue un sueño. Y se bajó del muelle apoyándose en una barca y se fue a casa. Estaba cansada, era hora de dormir -muy bien, así tendrán que releer el principio para hacer "¡oh!", muy bonito detalle, sí señor-.

Yo mismo & Un Amigo
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jueves, 1 de agosto de 2013

Asuntos pendientes

Esta era una chica tranquila, mona, de costumbres sencillas y pobres, la típica niñita que no podía destacar ni queriendo. Ya ni ella se acuerda de ese tiempo. 
Se dirigía con su amigo especial en un coche un tanto destartalado por una autopista en la que nunca había estado. Se escuchaba en la vieja radio de casetes un grupo de rock que ella no conocía. Tenía el pelo caído y oscuro, de tonos rojizos, mientras que los laterales de su cabeza estaban rapados. Tenía cara de pocos amigos, le acababa de pasar una desgracia y lo pagaba fumando cigarrillos de los baratos cuya ceniza terminaba en el asfalto. Su amigo iba tarareando al unísono con la radio mientras que con el dedo en el volante marcaba el ritmo de la canción. Iban en silencio desde hacía algunos minutos. Tomaron la primera desviación que encontraron, él se estaba meando. Buscaban a alguien aquel día. 

El motel era rústico y estaba hecho una ruina, a ella no le importó y a él menos. A sus clientes habituales aún menos. Era barato, no querían más. Esa noche la pasaron allí con media botella de whisky escocés y un par de preservativos. Ambos querían descargar adrenalina, cada uno tiene sus razones. Ella no le miró a los ojos esa noche. Continuaron su viaje por la mañana después de tomarse un par de huevos y un poco de bacon frito. Pusieron el casete que a él le mantenía despierto y siguieron su camino. Hacía días que no encontraban la pista de su amiga. Ella cada día estaba más angustiada y él cada día sabía menos qué hacer para calmarla. Era un viaje duro, de pocas palabras. 
Pronto llegaron a un poco de esperanza. Un hombre contactó con ella por teléfono y les dijo que se encontrarían en una cafetería que hacía esquina en un pueblo metido a ciudad el cual se encontraba cerca de donde estaban. No tenían nada mejor así que fueron, aunque sabían que podía pasar cualquier cosa. Allí ella pidió un café solo y él con leche y dos sobres de azúcar. El hombre que les contactó allí les esperaba, era un hombre corpulento, sucio y no parecía de fiar, como ellos. La información no era gratis y ella se sacó uno de cien de dentro de su abrigo largo y marrón y se lo pasó al hombre por debajo de la mesa. El hombre, ahora contentado, soltó lo que sabía, que su amiga había estado allí, que le acompañaba un tipo que iba de negro y era pálido y que les vio entrar en casa de un amigo suyo. Ella pensó que podía fiarse pues este hombre sabía moverse y sabía dar la información exacta a quien exactamente la necesita, era un hombre de negocios después de todo. 
Llamaron a la puerta del amigo del hombre y al cabo de unos segundos escucharon la puerta entreabrirse, ella no se anduvo con gilipolleces y abrió la puerta con mal humor y gritos. Era una casa vieja y detrás de la puerta se encontraba aquello, el amigo del hombre, con ojos de confianza en sí mismo y cara de estar esperando compañía. Él le pidió a ella que se calmara y aquello les invitó a entrar, pronto estaban en el salón. Aquello sabía qué buscaban y que sabían qué era aquello mas no le importaba y les ofreció un té inglés. Aquello era muy caballeroso y educado. No es de fiar, pensó él que se lo comunicó con un gesto a ella, la cual concordaba con él. Dónde está preguntó ella a aquello el cual, perplejo, no sabía de qué hablaban. Ella, enfurecida, le advirtió que no se andara con jueguecitos, que aquella noche tenía poca paciencia. Aquello la advirtió a ella que no sabía con qué trataban. Ella afirmó saberlo y mostró indiferencia. Sacó una mágnum que guardaba en la parte trasera del cinturón y, mirando por encima de las gafas de sol le apuntó al corazón. Aquello pidió calma. Se sentó, se puso la mano en la cabeza en posición de cansancio y afirmó estar anciano para jugar al ratón y al gato. Aquello les contó que su amiga estaba probablemente en el dormitorio de una casa al oeste del pueblo, yaciendo muerta... y viva. Ella apretó los dientes y le cogió del cuello de la camisa. Él la cogió del hombro y ella soltó a aquello, el cual se disculpó. 
Salieron de allí y buscaron la casa con las direcciones que aquello les dio. Cuando lo hicieron ella abrió la puerta de una patada. 

Era por la tarde, ponían rumbo norte por una autopista ya conocida por los dos. Sonaba un grupo que le gustaba a ella. Ella le dio un beso en la mejilla a él que sonrío torpemente mientras conducía. Esta vez buscaban un hogar. 

Anónimo
Desde mis sueños a tu pantalla
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