martes, 29 de julio de 2014

Testimonio de Samanta

Ya hace dos semanas que vivo sola en casa de mis padres. Se fueron, no dijeron a dónde ni cuánto. Supongo que es mejor así. Me he teñido de moreno, antes tenía el pelo de colores y creo que esto me sienta mejor. No queda nadie por aquí y me paso la mayor parte del día en casa, leo, hablo por teléfono, veo la tele y hago las tareas de la casa. A veces cuando desayuno veo los dibujos animados pensando en lo bonito que sería tomar un café asomada a la ventana. Me encantan esas imágenes son como de peli, la realidad es algo menos glamurosa, supongo.
A veces cojo la espada de papá y me pongo a dibujarme historias de piratas en la cabeza. Otros días hago la “noche de terror” y me pongo a leer historietas de terror o me veo películas de miedo hasta que amanece. Me gusta hacer la compra también, creo que a todo el mundo le gusta decidir cosas ya sea la marca del zumo de naranja o qué camino tomar de vuelta a casa. Nunca repito. De ninguna de las dos cosas. Si buscas yo creo que verás que hay más marcas de zumos de naranja que religiones en el mundo.  
Me he puesto a hablar hasta con las persianas, bueno, no, pero sí con un amigo imaginario que tuve de pequeña. Me imagino que existe o que… ¿nunca ha dejado de existir? No sé. El caso es que me gusta hablar con él, me despeja. Hoy me hice pollo. Con arroz. Y así me va. ¿No? A veces quiero que mis padres vuelvan porque la casa está silenciosa, a veces me siento como si estuviese en una casa que no es mía, allanamiento y esas cosas. Compré batidos.
A veces doy paseos por la noche, es entretenido. No hay nadie, hace fresquito y hay un supermercado que cierra a las tantas así que puedo comprar chuches. Creo que me quedaría bien el pelo corto. O sea, corto cortito. Que se me vea la nuca.
El otro día me bajé la silla de la playa al parque de aquí al lado y me puse a comer pipas escuchando la banda sonora de Little Miss Sunshine. ¡Se me pasó la mañana volando! Mañana haré lo de mirar por la ventana con una taza de café, aunque conociéndome será Cola Cao. A veces pienso en cómo sería ser una roca y rodar río abajo. También en qué se debe sentir al ser madre de alguien, o a dónde vamos la humanidad. ¿Las cosas se repiten una y otra vez? ¿Por qué? Luego me hago una ensalada con filetitos troceados. Dejé de fumar hace un par de años, no me sentaba bien, creo. Ahora me siento mejor desde luego. ¿Y si pudiese cambiar mis decisiones?
Al final sólo nos queda que la vida nos arroye de una vez y miremos hacia donde queramos, esperando o sin esperar que algo nos abrace. Me gusta ese pensamiento. Escuché una vez uno muy bonito, “al final sólo puedes esperar que tu último pensamiento sea bueno”. Me gustan las frases que empiezan por “Al final”, después de ellas hay silencio ocupado por la banda sonora y un zoom hacia fuera mientras ves sonreír a la chica de la taza de café que se asomó una mañana por la ventana. ¿Qué hará después? Eso se lo pregunté una vez a un amigo, me dijo algo que me gustó. Aunque para que me gustase lo tuve que pensar dos veces.
-¿Qué hará después de eso?
-Oh, fácil. Vivir su vida, imagino.
Ahora me gusta más cada vez que lo recuerdo. Todas las cosas siguen, sólo hay que saber cómo escucharlas, supongo.

Historias Irrelevantes en Lugares Anónimos
Lugar Anónimo:

jueves, 24 de julio de 2014

Playas nubladas

-He... he vuelto a la playa. Sólo quería saber si... bueno, si tú estarías por aquí. 
-Oh... bueno, no te puedo decir que sí, ¿lo comprendes?
-Perfectamente. Sí. 
-Es marzo, ¿qué se te ha perdido por allí?
-Tú.
-Ah... esto... sí, bueno. Disculpa un momento, ¿quieres? -¿Qué hago? Quiere verme.
-¿Sigues ahí?
-Ah, sí, sí. Eh... ¿hasta cuando estarás? -Calla, calla, que no le escucho.
-Hasta finales, el último sábado. 
-Entiendo... pues, mira, yo iré a mediados, ¿qué te parece si... ya sabes?
-¿Nos tomamos un café?
-Sí, suena genial. 
-Guay. Pues... eso, nos vemos allí, ¿no?
-Te llamaré. 
-Vale, perfecto, sí, suena muy bien, sí. 
-Hasta luego. 
-A-... Adiós.

Ya llevan haciendo esta clase de cosas varios años. Se quieren y dejan de querer. Si te parecen absurdos quizá es que nunca has estado enamorado. Ven, siéntate. Esta foto me la mandaron unos viejos amigos. Creo que es Finlandia, no estoy seguro. Fue en su Luna de Miel, querían que me acordase. Sí... ¡Fueron buenos tiempos! ¿No te parece?


Oh, sí, perdona, mis modales, ¿quieres algo? ¿Un café, un té, una cerveza? Ah, cierto, qué cabeza, me estás leyendo. ¡Hola! Encantado. Ni si quiera me ves, ¿verdad? No pasa nada, no hará falta. Me llaman "Narrador", cuento las vidas de otros, un trabajo apasionante. No va con segundas, de verdad, me gusta esto. Es como no parar de leer historias y ver películas. Un narrador no crea nada, ni siquiera cuenta, tan sólo hace lo que le es propio, ¡narra! No controlo los eventos, emociones y acciones de los personajes. Ojalá. Estos dos no hubiesen roto cuatro veces. La de Galicia fue la peor. Era un noche lluviosa, ella estaba en su cama, la luz de la Luna iluminaba tenuemente la estancia y notaba el calor de su cabeza apoyada en sus hombros. Oh, tenías que ver su cara, estaba realmente satisfecha con esto que se planteaba siempre, con "vivir", la vida no había sido muy fácil para ella. También ocurría que se la complicaba ella sola, pero eso es otra historia. Hubo un momento que rompió el silencio:
-¿Te ha gustado?
-¿Ehm...? Sí... mucho-sonrió-.
-Genial, así no me sentiré mal cuando me vaya. 
-¿Cómo? -Ella se recostó. Él la miró anonadado. 
-Creí que te lo había dicho.
-Es evidente que no.
-Mañana me voy a Helsinki. 
-¡¿Qué?!
-¿A qué viene tanta sorpresa?
-¡¿Cómo que a qué viene tanta sorpresa?! ¿Acaso te importo una mierda?
-¿Qué? ¿Qué dices?
-Mi novio se mañana a Helsinki y me entero la noche de antes. Gracias. ¿Sabes? Gracias. Me has ayudado a darme cuenta de que eres un capullo.
-Qué dramática, no es para tanto.
-¿Ah no? ¿Cuánto te vas?
-Dos meses. 
-O sea que no te veré en dos putos meses a partir de mañana. 
-Sí...
-Genial. ¿Sabes? De puta madre. 
-Venga cariño, no es para tanto. Tengo Skype.
-Vete. En serio.
-Pero, cielo...
-Vete.
-¿Qué coño te pasa?
-¡¿Que qué me pasa?! Vete de una puta vez. Ni me llames. Que te jodan. Vete. Vete ahora. Ya.
-Pero tía, que te quiero, ¿qué dices?
-Y una puta mierda. Vete ahora mismo de mi cama y de mi casa. 
-Tranquila tía, mira, te llamo mañana, ¿vale?
-No te enteras, ¿eh? Mucha mierda en la cabeza, ¿no?
-¿Qué dices?
-¡Estoy harta! ¡¿Me oyes?! ¡Harta!
-Que sí, que sí. Te veo mañana. 
Pegó un portazo. Ella al instante se puso a llorar y a golpear la pared mientras gritaba su nombre, una y otra vez. Y frases sueltas como "¿por qué me haces esto?" o "¿qué he hecho? ¿Qué he hecho?". Aunque no sólo por esto es la peor, al día siguiente él la llamó. Resulta que el billete de avión era para el aeropuerto de Santiago de Compostela y no tenía cómo ir. Había dormido debajo de un puente por el chaparrón y necesitaba a alguien que le llevase porque él no tenía un duro. Ella accedió, apareció hecha un desastre y en bata. Se subió. Llevaban veinte minutos en total silencio. Él intentó decidir algo pero ella encendió la radio al instante. Llegaron al aeropuerto.
-Gracias, cariño. Te llamaré cuando llegué.
-Que. Te. Jodan.
Y aceleró. Resultó que le había dejado en el aeropuerto de La Coruña. Él perdió el avión y del cabreo no hablaron en ocho meses. Fue jodido. ¿Yo? Ah, estuve narrando otras cosas. Siempre hay algo que contar, no te preocupes. 
Oh, ya es la hora, disculpa. Tienes que irte, bueno, no, no es tan simple. La cosa es que nuestra comunicación se corta ya. Lo siento. ¡Ya nos veremos! 
Cuídate y ¡sigue radiando belleza como hasta ahora!



Historias Irrelevantes en Lugares Anónimos

Lugar Anónimo: 
https://www.google.es/maps/@54.814336,8.283839,3a,75y,281.6h,93.99t/data=!3m5!1e1!3m3!1su6_Y1bLoCWoAAAGupmFNdQ!2e0!3e11?hl=es

miércoles, 23 de julio de 2014

Bajo dos semáforos

-Cuando era pequeña tenía este lugar en mi cabeza. El único lugar donde podía huir de los gritos, las peleas, la televisión y todo lo que ardía en mi casa. Mi madre era frenética, mis hermanos pasaban el día incordiándose el uno al otro y ni que decir cuando mi padre llegaba a casa. Siempre fui "la niñita de papá" pero eso no me excluía de los castigos, los gritos y su mala leche. Así que iba allí como medio de escape. 
-¿Tan horrible era?
-Ni te imaginas-sorbió un poco de café-.
-¿Y cómo era el lugar?
-El lugar existe, o existió al menos. No recuerdo a dónde viajábamos, sólo recuerdo ir al funeral de algún familiar lejano. En medio de una autopista larga como la eternidad vimos dos semáforos en rojo. Mi padre se paró aunque no sabía muy bien por qué. Estuvimos allí un rato y viendo que no cambiaban a verde se bajó a ver qué pasaba con ellos. El resto de la familia aprovechó para estirar las piernas. Siempre fui una niña muy juguetona así que me fui a explorar. Acabé en una arboleda que imaginé que era un reino mágico, ya sabes, cosas de niñas. Me lo pasé tan bien que perdí la noción del tiempo, cuando volví al coche mis padres se habían ido junto a mis hermanos. 
-Qué dices.
-De verdad.
-No me lo creo, ¿tus padres se olvidaron de ti? 
-Siempre fui callada y ellos descuidados, entonces lo vi normal. 
-¿En serio?
-Es que ya lo habían hecho antes. 
-Joder... 
Sorbió un poco más antes de volver a hablar.
-Bueno, cómo te decía. Allí estaba yo, junto a esos dos semáforos en medio de la nada. Todo en silencio. No imaginas qué silencio. Nunca había estado en un lugar así antes, era como un reino mágico pero esta vez no se sentía imaginado, se sentía auténticamente mágico. 
-¿Y tus padres?
-Los volví volver a las tres horas, estuvieron un trecho de camino sin que supieran que yo no estaba. 
-¿No te gritaron ni nada?
-Claro que sí, pero no me importaba, había estado en el lugar más maravilloso del mundo. Por eso desde entonces siempre que estaba mal o que las cosas en casa no iban... ¿bien? me encerraba en mi cuarto y pensaba que estaba allí, con el ruido de las cigarras, el olor a bosque y esos semáforos parando a todo el que pasaba sólo para que viese el mundo por el que iba. 
-No había caído en eso de las semáforos. 
-Deberían poner más. 
-¿Tú crees? 
-Esos semáforos seguramente ya no estén, serían de una obra o algo. Debería haber semáforos en permanente rojo en carreteras interminables. 
-La gente se enfadaría. 
-La gente se enfada de todas formas.
-Bien visto, trae la taza que te echo más. 
-Gracias, pero sólo la leche esta vez, no soy muy de café-soltó una risita adorable-. 
-¿Y qué tal la uni?






Historias Irrelevantes en Lugares Anónimos

Lugar Anónimo: 
https://www.google.es/maps/@47.944788,-84.151506,3a,75y,327.89h,85.25t/data=!3m4!1e1!3m2!1siYjyQacFVhQHuu9MsSOYnQ!2e0?hl=es


viernes, 18 de julio de 2014

La casa del lago

       
Domingo 26 de febrero de 1989
             
        Este es un sueño recurrente que tengo. Me despierto en mi antigua casa de vacaciones, bueno, mía no fue nunca, era de mis tío-abuelos y pasábamos allí el mes de abril, siempre, hasta que cumplí quince años. Me despierto en la que era la cama de mi padre y estoy tumbado junto a Julia, ya sabes cuál. Me levanto, hago el desayuno, es marzo, por cierto, como una tostada o dos, depende del día, zumo de naranja, vaso de leche, miro un periódico que no existe y del que no logro leer nada y salgo a dar una vuelta por la finca. Acabo siempre en el lago dándome un baño mientras Julia con una taza de chocolate y un albornoz me mira y sonríe. Tiene el pelo mojado y no se ha bañado ni duchado. Cuando me quiero dar cuenta soy viejo y estoy con dos antiguas maletas en la antigua carretera mirando hacia la espesura del bosque. 

No creo que signifique nada en particular, te lo quería contar porque me parece curioso. Además, no sé, creo que quizá debería volver. Y te juro que hubiera ido ya si no hubiese sido justo Julia quien se ahogó en aquel lago. Es de esas cosas que no se cierran y soñar con su sonrisa cada día es... jodido. Si tan sólo pudiera cogerla de la mano una vez más. Divago. Lo siento. 
Lo importante de todo esto es que cada vez que sueño con ello tengo unas ganas inmensas de encender la luz de mi cuarto y sea aquella casa apartada del mundo. La casa del lago. 

¿Sabes? Voy a empezar a organizar un viaje, un viaje a ella, lleva abandonada quince años pero algo me dice que sigue ahí y que ahí están las respuestas que necesito. Sí. Iré. Definitivamente. 

Siempre tuyo.






-----------------------------------------------------------------------------


Miércoles 1 de marzo de 1989

        Quiero escribirte antes y después de ir a la casa del lago. No sé por qué creo que cambiaré si voy, es como una despedida, ¿sabes? Como un testimonio de lo que fue para que luego puedas ver lo que ha sido. Encontré una vieja foto de mi madre, esta es la entrada de la casa. Sólo de verla me entran escalofríos, quiero que te la quedes porque yo pienso traer nuevas. 

Estoy nervioso y aún no he hecho el equipaje, ¿quién sabe qué puedo encontrar allí? ¿Antiguas cartas de mis padres? ¿Juguetes de cuando era pequeño? ¿El fantasma de Julia? Si fuera eso último no creo que vuelva porque lo agarraré con toda la fuerza que tengo hasta que la traiga de vuelta, eso te lo aseguro. Ya sé que tengo que dejar de culparme de su muerte, pero no puedo evitarlo. No he llorado en ningún otro funeral y tú lo sabes... 

Planeo estar cerca de tres semanas, dieciocho días, quiero saber lo que es vivir allí. Hice todo el papeleo de billetes de tren y demás. Desde la estación cogeré un autobús para llegar al pueblo y a partir de ahí espero que mi memoria no me falle. Mi tío me dio las llaves de la casa así que no habrá ningún problema. Es un sitio muy apartado, no creo que haya ni vagabundos ni un solo graffitti, simplemente estará vieja y ruinosa.
Sabes que siempre hablo de aquella casa así que no te preocupes, me irá bien, estoy seguro. Espera una segunda carta en unos veinte días. Estoy adelantando acontecimientos pero creo que te encantará leerla. 

Siempre tuyo.















Historias Irrelevantes en Lugares Anónimos

Lugar Anónimo: 
https://www.google.es/maps/@53.029025,16.360484,3a,75y,128.26h,100.07t/data=!3m4!1e1!3m2!1s-HWCVkR1kto8ljBy6_d6_w!2e0?hl=es

miércoles, 16 de julio de 2014

El vendedor de recuerdos


                  Recuerdo con exactitud desde hace años un día de junio, aunque no sabría decir cuál. Viajaba por los grandes desiertos estadounidenses, un viaje de costa a costa. Supongo que me perdí, varias veces, porque tardé demasiado. En un punto del viaje, al tercer día creo, encontré en medio de la nada un puestecito. Estaba acostumbrado a verlos al lado de la carretera pero siempre cerca de un campo de cultivo, eran puestos de granjeros donde vendían sus cosechas a aquel que pasase por su zona. Esta vez era algo diferente. 

El stand era tan estrafalario que tuve que pararme, además así podría fumar y estirar las piernas que nunca viene mal. 
Poco a poco me fui acercando a aquel puestecillo de madera. Tenía la parte de arriba llena de fotos viejas colgadas con pinzas como si fueran ropa tendida. También tenía fotos en blanco, otras en negro, tenía fotos impresas por cámaras de fotos, tenía fotos en papel fotográfico y en papel antiguo, tenía fotos en sepia, blanco y negro y a color. Además tenía un montón de cajas de cintas de cassette y algún que otro vinilo. Lo llevaba un anciano con una visera de esas verdes de jugar a las cartas, tenía unas grandes gafas, bigote y tirantes. ¿Qué hace aquí en medio de la nada, buen hombre? Oh, vendo mis cosas. Me contestó. Tenía voz ronca pero simpática, como la del vecino que siempre quisiste tener. ¿Y qué vende? Ya se lo he dicho-sonrió-, vendo mis cosas. ¿Y qué cosas son esas? El hombre sacó una vieja caja llena de fotografías archivadas. Así que vende fotos, ¿eh? ¿En medio del desierto? No hay lugar mejor para vender mis cosas que en medio de la nada, me dijo mientras se revolvía buscando más cajas que enseñarme. Empecé a ver las fotos, eran muy tiernas muchas, había fotos de Navidad, fotos de lo que parecía el primer beso de unos adolescentes, fotos en el hospital una mujer sujetando a un recién nacido, una familia posando ante una casa recién comprada, una madre cocinando un gran guiso, un padre leyendo un cuento a su hijo en la cama, una chica caminando en la lluvia sin paraguas y sonriendo, unos chicos bailando alrededor de una fogata... Oh, esas me encantan, me dijo. Son todas preciosas, esas cosas no se olvidan, ¿verdad? Sacó otra caja llena de fotos archivadas, había desde niños gritando en el cine hasta un matrimonio llorando en un velatorio por la muerte de lo que imagino que sería su hijo, había fotos de un niño llorando al lado de su gato atropellado, fotos de lo que parecía una niña recogiendo sus juguetes quemados tras un incendio, una chica con la pierna rota y unos patines puestos, un cirujano fuera del quirófano llorando. ¿Le parecen interesantes? Me preguntó. Tristes, más bien, muchas son hasta poéticas, ¿de dónde sacó tantas fotos? ¿Era usted periodista o algo parecido? Sí, algo parecido, sí; mire, también tengo esto. 
Sacó una tercera caja llena de cartas abiertas. Cartas de amor, últimos y primeros pagos de hipotecas, graduados escolares y universitarios, invitaciones de boda, cartas a una abuela. ¡Vaya colección! ¿Se las dieron? Algo así, me respondió. ¿Cómo que algo así? En cierta manera, me las dieron. No sabía qué quería decir, estaba demasiado ocupado rebuscando entre todas aquellas cosas y el calor no me dejaba pensar con claridad. 
Por fin encontré algo que hizo que me recorriera la espalda un escalofrío que me tensó al instante, era la carta que le escribí a mi amor platónico del instituto, la carta que le escribí a Madelaine... Nunca se la llegué a dar, tenía tanto miedo. Tocarla, verla, fue como que algo no iba bien, que algo estaba jodido, realmente jodido, se me cayó el cigarro al suelo del susto. ¿Qué hace usted con esto? ¡Es mía! ¿Está usted seguro? ¡Claro que lo estoy! ¡La escribí hace años! Pero usted había olvidado a Madelaine. ¿Qué ha dicho? Me miró severamente. Usted olvidó a Madelaine. Usted siguió su vida y olvidó a Madelaine. ¿Y qué? ¿Cómo que y qué? No tuvo usted consideración alguna por sus recuerdos, dejó que ese sentimiento se hundiese y olvidase en lo más profundo de las fauces del vacío... Y por eso llegó a mí. ¿Y quién es usted si puede saberse? Usted ya lo sabe. 

Me quedé perplejo, sólo sostenía la carta, no sabía a dónde mirar, intenté calmarme, cogí el cigarro y abrí de nuevo la carta... me puse a leerla. Comencé a llorar. 
Cuando me quise dar cuenta el puesto ya no estaba, sólo estaba yo con la carta en la mano, el cigarro en la boca y dos lágrimas que recorrían la cara de un pobre desgraciado. 
No dije nada. Me subí al coche. Guardé la carta en la guantera. Seguí mi viaje como si nada hubiese pasado. Soñé con Madelaine esa noche. 








Historias Irrelevantes en Lugares Anónimos

Lugar Anónimo: 
https://www.google.es/maps/@31.394473,-99.51598,3a,90y,239.09h,70.81t/data=!3m4!1e1!3m2!1sPhXYdwVsWmYMH5zkPoKhrA!2e0?hl=es

--------------------------------------------------------------------------------------------------------

martes, 15 de julio de 2014

Hoy dejé la historia de la chica inglesa


Mi viaje es tan largo como el de todos. Camino, me siento, a veces miro y otras observo. Me salgo del camino porque vi algo interesante. Paso la tarde en un café mirando quién entra y quién sale. Ceno. Me tumbo al sol. Esa clase de cosas que haces en un viaje. Algunas veces, muy puntuales, me harto de mi viaje y tengo que ir dejando pequeñas cosas en el camino para volver a viajar de cero. Una de esas cosas que dejo es esta. 

Es una chica, inglesa, llevo su foto en la billetera que me compraré en unos años. Es ciega de nacimiento, sonríe a menudo y le encanta el olor de los claveles. Tiene el pelo corto y rubio, para que no le moleste. Rara vez se maquilla, sólo si su hermana lo hace por ella. Las memorias me vienen partidas, muchas aún no son memorias, son cosas por hacer. La historia está... rota. "Crack". 
Durante una buena temporada estuve o estaré viviendo en Londres. Tenía allí un pequeño trabajo como ilustrador de una serie de libros y escribía en una revista local relatos de terror. Unos meses más tarde de instalarme vi a una preciosa chica escuchando la primavera de Vivaldi en una radio portátil, ella estaba sentada, con gafas de sol y mirando hacia el cielo. Me senté junto a ella aunque pareció no notar mi presencia. Cuando acabó la canción la saludé y ella se asustó. Me empezó a hacer montones de preguntas, si la conocía, de qué la conocía, qué quería de ella y demás. Me pareció adorable. Cuando conseguí que se calmara sólo pude presentarme y darle mi número de teléfono antes de que viniera su hermana a recogerla. No tenía muchos amigos en Londres, lo que quiero decir es que tenía un amigo en Londres, no me vendría mal tener una amiga que encima fuera de allí; mi amigo era francés, estaba en un año sabático aprendiendo inglés mientras trabajaba de camarero en el pub que había a los pies de mi edificio. 

Unos días más tarde recibí su llamada. 
Los primeros días eran raros porque siempre venía su hermana con ella, lo veo muy razonable dado que como me enteré más tarde era ciega, pero aún así era bastante incómodo. Cuando se fió de mí comenzamos a vernos a solas e incluso vino a mi casa un par de veces. Me gustaba gastarla bromas y a ella le gustaba hacerme darme cuenta de las cosas de las que nunca me doy cuenta. Fueron días brillantes, de los que te acuerdas con un sol resplandeciente(¡en Londres!) y todo son mariposas y música chillout
Más tarde me enteré de que tocaba el violín, era mágico verla, ojalá ella pudiera verse... sonreiría tanto. Me cambió tanto que ya no me salían relatos de terror y comencé a contar cuentos. Se los leía a menudo, ella imaginaba mejor que yo y me hacía montones de preguntas. Amaba eso. 
Fuimos amigos durante aproximadamente un año hasta que nos dimos nuestro primer beso. Fue casi fortuito, una noche escuchando relatos en la radio nos pasamos con la cerveza y bueno, "nos fue inevitable" como quien dice. Años más tarde eramos una pareja que vivía en una pequeña casa a las afueras. La casa era luminosa porque ella decía que sentía la luz en su piel cuando hacía sol. Llevaba siempre vestidos y nos pasábamos el día riendo... o así lo recuerdo. 
Tuvimos nuestras discusiones, claro, como todo el mundo, algunas graves. Pero tuvimos ese sentimiento de que el otro... de alguna manera, sin el otro la vida no "mola tanto". 



La chica inglesa ciega que tocaba el violín. 
Aquí se queda. Ahora es un personaje del camino que todos recorremos, tiene su vida, sus pasos y nadie la ha visto salvo mi memoria. ¿Es real? ¿La conoceré? Mis futuros no suelen cumplirse y ya no me preocupa. Esto ha sido algo personal. Era el amor de mi vida y se me escapa entre los dedos como un cuento guardado en la biblioteca más antigua que conozco. Nunca la habré cogido la mano, ¿verdad? Tenía pecas. Me acuerdo de eso. 

Nunca tuvo nombre. 




Anónimo
Desde mis sueños hasta tu pantalla
Historias Irrelevantes.









jueves, 3 de julio de 2014

Voy a tu casa cuando me persiguen los monstruos


-Recuerdo que de pequeña siempre me decían que qué suerte tenía de ser un niña tan imaginativa. Mis dibujos eran siempre los mejores de la clase, daba con lo que llamaban "soluciones creativas" y siempre tenía algo gracioso o curioso que decir. "¡Qué suerte tienes Betty!" Los sueños producen pesadillas, ¿sabes? No me pasó sólo una vez lo de aquella noche, no. Cada vez que veía una película de terror no podía dormir y no sabía qué era peor si lo que me encontraría en sueños o lo que me podría venir en la realidad. Quizá un asesino me acuchille mientras duermo, quizá me licue por el hueco que hay entre la cama y la pared, quizá explote en mitad de la noche... Dependía de la película. No puedes decirle a tu imaginación, "oye, para ya, ¿no?" Así que allí estaba yo, niña introvertida y "creativa", cuidando de la casa por primera vez. Mis padres decidieron que era hora de confiar en su niñita y se fueron a cenar prometiendo que no llegarían muy tarde. Entonces vivíamos en un piso entre el centro y las afueras, era un lugar bonito, medianamente tranquilo porque no venía nadie a verlo y además tenía tiendas de barrio, escuelas, parques y todo eso. El caso es que aquella noche iba a ser fantástica. Estaba sola en casa así que agarré una torre de libros de mi padre, me hice con todo el batido que pude y estuve a la luz de una lamparita comiéndome todos esos libros.
-¿Cuántos años tenías?
-Unos nueve, creo. No lo recuerdo bien, esas edades las tengo todas mezcladas.
-Y entonces vino "aquello", ¿cierto?
-Sí. Serían cosa de las diez de la noche cuando la luz se fue. Sólo la luz de las farolas iluminaba tenuemente la casa. Sentí que comenzaba a temblar y que algo no iba bien, miré hacia un lado y vi aquella cosa mirarme fijamente. Corrí cuanto pude y me encerré en un armario.
-¿En serio? ¿Qué dijeron tus padres?
-Que qué hacía en el armario y por qué había derramado batido en la alfombra. No recordaba haberlo hecho, y mucho menos dibujando un círculo, supuse que era aquella cosa, pero no se lo conté.
-¿Por?
-Aunque seas un niño sabes cuando no van a creerte. "Ah, lo dices como escusa", eso es lo que piensas que te van a decir y por miedo a no cagarla más te callas.
Él se levantó y trajo más café de la cocina, además de un brick de leche. Tenía el pijama un poco manchado de haber comido spaguettis a la boloñesa el día anterior. Ella por su lado le acompañó y trajo el azúcar y unas galletas, iba de negro, manga larga y vaqueros, toda empapada del chaparrón que estaba cayendo.
-¿Y no lo volviste a ver?
-No hasta casi graduarme. El último curso fue un estrés constante, quería meterme en la carrera de artes y no sabía ni qué prueba tenía que hacer ni cómo hacerla ni qué me preguntarían. Estaba como una desquiciada de un sitio a otro intentando aprobar mis asignaturas y comprendiendo las que me vendrían. Para relajarnos un día mi amigo este, Juan, nos invitó a Clara y a mí a su casa, tenía maría. Clara fue la que me consiguió convencer.
-Clara, ¿nuestra Clara?
-No, no, otra. Una amiga de la infancia. Dejamos de hablarnos hace un tiempo ya, no por nada particular, no sé, las cosas se acaban, ¿no? De Juan ya te hablé.
-Sí, el chico vasco, ¿no?
-Sí. El caso es que volviendo a casa en un autobús con Clara vi entre unas farolas a aquella cosa.
-¿Y no sería un reflejo o algo?
-Eso había pensado yo toda mi vida hasta ese momento, o sea, si me lo volvía a encontrar o algo. Pero es como que... sabes que aquello. Sabes que te mira. Que te busca.
-Ahá.
-Se lo dije a Clara, y ella, bueno, flipando, había fumado muchísimo y no hacía otra cosa que decirme "joder tía, estás fatal". Así la obligué a que me acompañase a casa porque sabía que aquello iba a venir a por mí, lo sabía, era una certeza absoluta.
-¿Y fue?
-Más o menos. Según volvíamos a casa vimos en mitad de la carretera un círculo.
-¿Cómo un círculo?
-Sí, alguien había derramado algo haciendo un círculo. Yo, claro, me cagué viva y salí corriendo. Clara se quedó atrás. No sé por qué lo hice.
-¿Y lo viste?
-No. Bueno, no sé. Sé que mientras corría lo tenía detrás, no sé por qué pero lo sabía. Cuando abrí la puerta de mi portal me sentí a salvo, un alivio muy grande pero, pasó lo que tenía que pasar.
-Apareció.
-Bueno, espera. Sabes que los portales estos de los pisos tienen la luz con un temporizador para que no se quede encendido el edificio todo el día, ¿no? Pues justo cuando me dispuse a dar el primer paso allí dentro se fue la luz y ¡bam! Allí estaba.
-¿Delante?
-Detrás. Con esos ojos enormes y vacíos mirándome y con la boca muy abierta. Pegué un alarido y cerré los ojos, me caí.
-Ahí fue cuando tuvieron que llamar a las ambulancias y tal, ¿no?
-Sí. Resulta que había recibido una contusión al quedarme inconsciente y golpear mi cabeza contra el suelo. Había aparecido rodeada por un círculo de batido. Me dijeron que qué había pasado y tal, para, bueno, buscar sospechosos. Por el grito y tal se suponía que me habían asaltado pero no pillaban lo del círculo o por qué no me habían robado nada. Como no quería decir que, bueno, una cosa que probablemente está en mi cabeza me ha perseguido toda la noche y me ha asustado les dije que no me acordaba de nada. Convencí a mis padres de que no me mandasen a ningún psiquiatra y seguí como si nada hubiese pasado.
Ambos se fueron a la cocina a fregar los cacharros del café y siguieron hablando, él apoyado en la encimera y ella sentada en mesilla redonda que hacía las veces de comedor. Suspiró enormemente antes de seguir.
-Y luego está lo de hoy.
-Sí.
-Y ya no sé qué hacer.
-¿Has intentando... no sé, hablar con él o algo?
-Es imposible. Es que me aterra verlo. No puedo, me paralizo. No es que me vaya a comer o a matar o algo así, es miedo. Puro. No sé. No sé qué hacer... Sólo quería contárselo a alguien.
-Estás cosas suelen estar en la cabeza ¿Nunca has soñado con él?
-No, nunca. Y, joder, estoy harta, quiero decir, viene cada no se cuantos años y mientras yo me paso la vida acojonada de que un ser me persiga cuando le viene en gana.
-Tengo unos libros que quizá te interesen. Espera un momento.
-Vale, no te preocupes, no hace falta.
-Que no te rayes, te los traigo en un momento.

Cuando volvió aquello estaba en la cocina con un bote de batido en la mano.

Historias Irrelevantes.