miércoles, 5 de septiembre de 2012

La mirada musical


Andar por la calle y no pasar desadvertido ni cuando de verdad lo necesitas. Hay gente que por suerte o desgracia vive con esa etiqueta. Conocí una persona así una vez, ella era muy joven, con el aspecto de casi una niña, rubia... Recuerdo verla por primera vez cuando se cayó al suelo cuando se tropezó con un bordillo, intenté ayudarla a levantarse pero no quiso mi ayuda, quería ser capaz de hacerlo sola. Insistí en acompañarla hasta su casa, en una gran ciudad era difícil perderse. 

Su vida, me contó, empezó con mal pie. Al nacer su madre murió durante el parto y desde entonces vivió con sus abuelos pues su padre biológico al morir su mujer no quiso saber nada de su nueva hija. En un accidente que no me quiso detallar perdió la vista, con tan sólo un año de vida. Desde entonces no veía nada y ya habían pasado diecinueve años. Sus abuelos acabaron muriendo de una causa u otra y llevaba dos años valiéndose por sí misma, estudiando muy duro y viviendo de la herencia que le dejaron sus abuelos. 
Cuando me lo contaba, noté una voz gris y apagada desde su garganta, pero a la vez cálida. 

Era una chica fascinante, tocaba el piano, la viola y el violín y poseía, por lo que supe luego, una imaginación prodigiosa. 

Quizá fuese un paranoico o un obseso pero quería saber más de ella. Los días siguientes los pasé por su barrio esperando verla por algún lugar, hasta que un día la vi y no pude contener mi saludo, ella me contestó con una sonrisa.
Con el tiempo nos fuimos haciendo amigos, ella apenas tenía gente a su alrededor y la encantaba conversar. Un día me invitó a su casa. Era curioso pues era una casa sorprendentemente limpia. Tenía una sala grande según pasabas la entrada de la casa, en ella había un piano de cola, unos sofás blancos y una alfombra azul sobre un suelo de caoba. A cada lado de la habitación había dos pasillos a los que no entré, y en la pared que se encontraba enfrentada a la entrada había dos ventanas de estilo victoriano, de madera blanca. 

Me dijo que me sentara y que enseguida volvía.

Mientras esperaba me fijé que la casa estaba orientada hacia el oeste... era ya pasado medio día y por las ventanas entraba una luz cálida que acariciaba el polvo que suspendía en el aire. 

Llegó vestida con un vestido blanco con detalles de encaje, una sonrisa y un violín en la mano. Se sentó encima de mis piernas lo que me puso nervioso, empecé a sentirme incómodo, sin embargo, era tan delicada y frágil que a la vez me sentía querido y maravillado... Comenzó a lanzar notas con su violín, suaves y lentas... como acariciando el viento con la punta de los dedos. Comenzó a susurrarme. 
Me dijo que siempre quiso ver, que no tiene recuerdos de las cosas en sí mismas, sólo de los colores... cada noche, soñaba con el tacto y la forma de las cosas que ella sentía, pero no sólo eso, sino que las pintaba. Llevaba haciendo eso años, cuando caminaba por la ciudad o por su casa veía, a su manera, todo colorido y onírico. Amaba la vida y amaba todo lo que ella significaba. 

Me contó de lugares increíbles, lugares que sólo ella podía ver, llanuras de cristalino espejo que reflejaban las blancas nubes y el profundo azul cielo; montañas añiles redondeadas que atravesaban las nubes; pantanos de ríos rosas, rocas naranjas y cielos violeta... Eran lugares especiales, lugares que ella sentía cuando soñaba y por cómo hablaba de ellos, los sentía fervientemente, casi tanto como la propia realidad. 
Cuando dejó de tocar me dijo que no le contó a nadie lo de sus sueños porque tenía miedo de lo que la gente pensase, pero que en mí veía algo especial, no juzgaba, sólo admiraba y eso la encantaba. 

Fue y es alguien especial en mi vida, no sé dónde o qué estará haciendo ahora... de alguna forma sé que será algo precioso. Lo que es capaz de hacer ver el sueño de poder ver es algo que aún no me explico pero es ciertamente precioso. 

Escribo esto por el simple motivo de hacerme dar cuenta de que cuando estoy en lugares que odio o sitios que no me gustan, con gente que odio o personas que no me gustan... el simple sueño de poder ver lo que los ojos no quisieron ver me saca una sonrisa.


Anónimo
Desde mis sueños azules hasta tu pantalla cristalina
Historias Irrelevantes


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