lunes, 24 de septiembre de 2012

Recuerdos y Olvidos

Recuerdos... los recuerdos se pueden crear, ¿sabías? Si te repites algo durante años que supuestamente te pasó acabarás creyéndotelo. 
No me gusta hacer eso, sería como hacer trampas en la vida, ¿no? Pero sí que me gusta imaginarme en situaciones. Recuerdo una preciosa y trágica y reveladora...

Todo comienza con una niña, muy pequeña, vivía en la calle. Después de correr por tenderos con una barra de pan metida debajo de su cazadora volvió a su escondrijo, como cada día, para resguardarse de la noche con una manta raída que la protegía de dormir encima de la nieve... estaba siendo un invierno duro, mucho para una niña. Recuerda dormirse en su lugar y despertarse en otro distinto. Se levantó confusa, sólo distinguió la silueta de un hombre sentado en un escalón echando humo desde su pipa, apenas veía sus ojos. Ella comenzó a asustarse, no sabía ni quién era ni qué podía hacer, hizo lo único que creyó que podía hacer: correr. El hombre no la dejó, la agarró fuertemente del brazo y le chitó con el dedo. El hombre se agachó para hablarle directamente a la cara... "Buenas noches" dijo. Sonrío, de una manera amigable. La niña aún estaba en shock y el hombre se volvió a sentar en el escalón, recaído. Suspiro y comenzó a hablar con una voz ronca y apagada, "mira, sé que debes tener miedo pero no tienes por qué tenerlo, no te quiero hacer daño. Tan sólo... hmpf... no sé cómo explicarte esto sin que suene... egoísta. Mira, soy un hombre que tiene una cama caliente, tres comidas diarias, un techo, ahorros, ropa limpia y algunos caprichos. Soy un hombre que tiene salud, que tiene sueños, que tiene ilusiones, que tiene vacíos...", suspiró de nuevo, "sólo quiero hablar contigo un momento y proponerte algo... Tengo todo eso pero no tengo a nadie...". La niña, que ya había salido de su estupor se sentó en la nieve y dijo "claro que no tienes a nadie, nadie puede tener a alguien", el hombre comenzó a reírse a carcajadas desde su escalón, tanto que se le cayó la pipa. "Mira, pequeña, te propongo esto: yo te ofrezco comida, un techo, una cama, ropa, estudios y algunos caprichos y a cambio tú vivirás conmigo, nada más", la niña estaba estupefacta, "¿nada más? ¿Ni trabajar para ti, ni hacer tareas cansadas, ni estar encerrada en un cuarto?", el hombre sonrío con una sonrisa franca, "nada más". 

Hicieron muy buenas migas sorprendentemente, pasaron los años y él cada día se levantaba con una sonrisa por ver a su pequeña. Él la enseñaba a leer y a escribir, las matemáticas, cultura y a cambio ella le enseñaba a divertirse. Iban al teatro, ella se quedaba estupefacta con la magia y él pensaba en escribir una crítica para un periódico. Hacían la comida juntos e incluso subían a la terraza a ver las estrellas. Una vez fueron a un monte cercano a la ciudad, cuando llegaron estaba atardeciendo y vieron el magnífico paisaje, ella se abrazó a él y lloraron juntos de la belleza que contemplaban.

Recuerda que una mañana se levantó y le sorprendió no ver signos de que su padre se hubiera ido a trabajar, fue corriendo a su habitación pensando en lo peor... la abrió de un empujón y lo encontró pálido, con los ojos rojos y sudando. Ella palideció al verlo, se quedó sin hablar y sin poder parpadear. Él al verla tan sólo le dio tiempo a decir "No..." y la chica salió corriendo a la calle. Estuvo dos horas corriendo buscando a un médico hasta que logró traer uno a casa, entonces no había teléfonos y menos un servicio de urgencias. Cuando llegó a la casa temió que fuera demasiado tarde, sentía cada latido en su sien, cuando subió las escaleras las subió casi a cámara lenta, notando cada escalón, cada relinche de la madera, cada suspiro... corrió por el pasillo hasta la habitación de su padre, sentía cada vez que sus manos tocaban la pared, sintió el manillar deslizarse entre sus manos, frío, metálico, sintió la sacudida que le dio el brazo al abrirlo y recuerda más que nada lo que encontró al abrir la puerta. Encontró un charco de sangre en el suelo, las cortinas ondeando al viento, la luz abrazando las motas de polvo y la cama desecha y vacía. 

No volvió a ver a aquel hombre, el único al que llamó "papá". Aquel día volvió a aquella montaña, de pie, delante del atardecer, gritó, gritó y lloró, gritó y lloró hasta que no pudo más, hasta que cada lágrima se secara, hasta que cada grito se apagara, hasta que vaciase toda la tristeza y rabia que guardaba. 
No hubo funeral, no quería ir al funeral de alguien a quien sólo ella quería, tan sólo lo recuerda en el viento... 
Desde aquel día sonríe, sonríe muchísimo, aprendió que todo viene y va y que la libertad no siempre está de nuestra mano, ni siquiera del destino mismo, pero la libertad para sonreír no se desvaneció nunca y una sonrisa sincera revive un corazón marchito. 

¿Que si era yo esa niña? No, no lo fui. Ella fue mi novia, una persona extraordinaria. Esta era su historia la cual no olvidaré mientras recuerde su sonrisa.

Suerte
Remuevo un café cada mañana
Historias Irrelevantes

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