domingo, 14 de abril de 2013

Mundos adversos más allá de los ojos de un muerto


Solía vivir en un mundo sencillo. Un mundo en el que lo que estaba bien era el bien y lo que estaba mal era el mal. Un mundo simple donde las cosas las conocías. Solía vivir en un mundo ideal, un mundo donde la gente sabía y hacía lo que sabían hacer. Donde quería lo que amaba y amaba lo que quería. Donde la claridad dejaba ver donde estás y quien eres sin temor a equivocarte. En ese mundo no se me podía comparar, no era ni mejor, ni peor, ni igual. Era un mundo ideal. Aprendí que nada es para siempre, puede que sea verdad.
Ese mundo se deshizo como polvo en el desierto, sin encontrar ningún puerto al que llegar salvo el olvido... El culpable soy yo mismo. 

El mundo lo vi plano, lo vi positivo o negativo y nada más, lo vi como algo demasiado aburrido y lo quise mejorar. Cambiar las reglas. Me dijeron que no era una buena idea, que era algo que no debía hacerse, nadie escucha y yo no soy excepciones. Lo transformé en un mundo complejo, lleno de niebla y caminos en espiral que conducen a realidades que no entenderé jamás. 



Este mundo ya no es mío, antes las cosas existían sin mí, siempre lo hicieron y lo harían después. Todo tenía su lugar, la Luna iba en el círculo, el queso en el triángulo, las cajas de zapatos en el rectángulo. Jamás volveré a saber qué es eso. 
La gente comienza a juzgarme, como algo irreal, algo que a lo que oír pero no escuchar, soy difícil de comprender y no se van a molestar en conocer lo que no conocen. Puede que lo sea, yo ya no lo sé, la duda corroe todo mi ser como la serpiente que es en mi madriguera. 

A veces me gusta olvidar, como algo que no seré, fui y quizá sea. Recordarme sería inútil y me movería con vendas en los ojos para poder sonreír de nuevo... 

Este mundo es doloroso. Aunque hay cosas que no se pueden medir, ni comparar, ¡como antes! La parte triste es que, aquello que tiene esa capacidad, son cosas como el dolor que se siente al saber que todo lo que amaste no era amor sino ciega dependencia, o el dolor que da darse cuenta de que la seguridad de saber qué ocurre y qué sientes es algo que jamás volverás a conocer o cuántos puñales te clava la soledad cuando llega el invierno y tu contestador muere por dentro al no llegarle ninguna llamada. 
Es un camino de zarzas, lleno de cadáveres que no saben por qué han entrado o qué hacen ahí, se ve oscuro como los intestinos de un demonio, se ve terrorífico como la mirada de un espectro, se siente frío como el corazón de los que allí vivimos. 

Pero... ¡hey! No todo es tan inhumano. De vez en cuando miro hacia arriba y veo los cielos que antes no podía ver, llenos de fuego, color, amigos y luz, y créeme cuando digo que las zarzas no duelen mientras sepas que ese cielo está sobre tu cabeza. 

Este tipo
Desde tu cafetería más cercana, callado
Historias Irrelevantes


Ilustración cedida por Eme Entrópica

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