jueves, 23 de abril de 2015

Lo que estuve dispuesta a dar por tener un sueño

El autobús me deja en medio de la niebla. Hace algo de frío... Me pregunto si alguna vez he vuelto aquí antes. Si alguna vez quise hacerlo. Volver a donde nacen los sueños.
Estoy en un pequeño pueblo, algo alejado del mundo. Es por la mañana, muy por la mañana. Me encuentro terriblemente perdida en un sitio demasiado familiar. Camino cuesta abajo por el camino de piedras mientras respiro el aire de la montaña, huele a casa. Mi infancia aquí es algo que olvidé hace tanto tiempo... Casi me da vergüenza admitirlo. No fue buena, claro, pero tampoco fue un infierno.

Veo a un hombre apagando las farolas de aceite. Buenos días, señorita, me dice. Yo le saludo, tímida, con la cabeza. Creo saber dónde estoy, si giro aquí, sí, sí. Estoy en la plaza del ayuntamiento. Vaya, había ayuntamiento. Eso sí que no lo esperaba. Aún no ha salido nadie, claro, es tan pronto. Se ve tan... nostálgico así de tranquilo y silencioso. ¿Por qué decidí irme de aquí? Es un lugar tan hermoso... las casa de piedra y madera, las chimeneas humeando, la música de los pájaros, las ramas y el silencio... ¿Por qué? ¿Por qué me fui? ¿Por qué decidí no tener sueños? ¿Cuándo los perdí?
Hubo un momento en el que no quise saber más del mundo, no quise sentir nada, sentir a nadie, sólo quise prosperar, estabilizarme y "ser feliz" sin saber siquiera qué era eso de la felicidad. Poco a poco me fui perdiendo y ahora... ahora estoy aquí, perdida en mis recuerdos que yo creía haber olvidado.
Sentada en el centro del pueblo, en un humilde banco de piedra, contemplando la niebla, las pequeñas y sencillas nubes, sintiendo un frío hogareño, ¿quizá tenía que haber soñado esto? ¿Tener esta paz? Igual me habría desquiciado. ¡No lo sé! Estoy ahogada en un dedal de agua.
Antes de estallar veo como un par de ancianas salen de sus casas a barrer su calle. Es enternecedor. ¿Por qué no puedo soñar eso? ¿Qué se supone que tengo que soñar? ¿Quién se supone que soy? ¿Me gustaría ser como esas sencillas ancianas? Creo que no... pero verlas es una delicia.
Perdona, ¿esperas a alguien? Me dice un señor cuyo bigote ocupa gran parte de su cara.
-No, disculpe.
Respondo. Verá, usted me suena de algo, ¿es un familiar de alguien del pueblo? Se sentó a mi lado. ¿Cómo tiene esa confianza conmigo? Ni siquiera sé quién es y él más que seguro que no sabe quién soy.
-Algo así, sí, soy... soy una prima de la familia que vive... allí... -señalo a mi vieja casa.
¡Oh! ¡Disculpe! Debe ser usted de ciudad. La dejo en sus asuntos, ¡cuídese! El hombre se aleja mientras me hondea una mano.
-Sí, eso haré, ¡gracias!
¿Cómo he acabado siendo tan niña? Yo creí que ya era adulta, madura. Y un simple señor con bigote me ha incomodado, como si odiase que se me acercase la gente. Siento que odio que la gente se meta en mi vida. Pero, ¿por qué? ¿Cuándo me importó tanto mantener mi individualidad? Yo era un niña normal, ¿no? Como esos que juegan al pilla pilla. Muy pronto para jugar, ¿no?
Suspiro.
En fin. Creo que va siendo la hora de que actúe, de que haga algo, de que cambie todo esto. Me levanto, pero me tiemblan las piernas. Veo salir a una niña pequeña por la puerta de madera que antes era mi hogar, soy yo. Tan pequeña. Tan inocente... tan llena de la vida que no he llegado a tener.
Me acerco. Dudosa, terriblemente asustada. Llego. Me mira. Sus ojos saben que algo está pasando. Me tiembla la voz al principio pero al final...
-Hola, pequeña, ¿quieres un sueño?




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