miércoles, 23 de septiembre de 2015

Los piratas cogen el autobús los martes


Hay viajes fantásticos, de esos que tus pies no conocen pero la tierra se amolda a ellos como quien recibe a un recién hecho amigo. Salido del horno de un corazón el suelo se acuerda de ti cuando años más tarde vuelves con noticias para el cielo porque puedes gritar que por fin no viajas solo por una tierra que antes no podías compartir. Porque nadie quería tus arenas, desierto, porque no eres el postre de los iluminados, de los jugadores de póquer, de los capitanes pirata que esperan al autobús cada martes a las ocho de la mañana. 
¿A dónde van? Es igual. Nadie lo sabe. Pero, ¿sabes? No todo es tan disparatado. No todo es tan lejano. Quizá tus manos están cerca del sol y por eso te quemas, quizá estás cerca del mar y por eso te ahogas, quizá eres un cactus y por eso te pinchas cuando abrazas fantasmas que no existen o que tan sólo existieron. ¡Eso! El pasado. ¡El pasado ha pasado ya! ¿Por qué haces que pase si ha pasado? Presentes que no son regalos porque los quieres devolver a la tienda, que te den un cupón, que el futuro está cerca. 
Me lo han prometido, ¿sabes? El futuro. Mil veces. Mil futuros mil veces, los quiero en un cheque, o en negro, o en prendas de vestir que nadie haya visto así cuando me miren dirán "¡qué friki!" y se reirán y habré hecho reír a unos pobres tristes. Les  habré dado recuerdos de payaso. No nos disfrazamos. Deberíamos. De payasos o de cosas o de animales o de monstruos. Monstruos. ¿Por qué los quieren matar siempre? ¿Por qué se meten con quien sigue su naturaleza? Si no te gusta la naturaleza de un volcán, no construyas en sus costas, idiota. La gente me supera, a veces, en realidad no, pero quejarse es tan divertido que algunos lo adoptaron como hobby, otros como tercer hijo, otros como primero. Otros le han dejado su herencia. 
Quejarse hasta la tumba. La lápida: "Qué incómodo es esto". 

Supongo que todo viene de que no pudieron darme esos futuros, ¿eh? Nadie. O quizá exagero. Pero sigo navegando, yo cojo el autobús los jueves. Los jueves son raros. ¿Qué opinas de eso? ¿De qué? De los jueves sin velas, de los domingos sin música y de los atardeceres a través de una copa mitad lujuria mitad "qué haces aquí". 
Y después de todo lo único que queda es un edificio lleno de piedras que cargo por las fiestas de los flagelantes podridos, los que nadie va a ver, porque se están muriendo de cáncer en una habitación de hospital. ¿Dónde está el saco de dormir? Me afeitaría la cabeza también. Y las manos. ¿Dónde las guardo? En alguno de estos cajones seguro que hay una goma de borrar. Es que me tengo que borrar la cara, no me gusta ya. Lleva a malinterpretaciones de mi cara. No es bueno para el negocio. Ya sabes, el negocio de gafas que sirven para ver la vida de colores, pero sólo para gente sin cara. Me arruiné, claro, la gente tiene mucha cara. ¿No? A veces sí. Se me cuelan en las colas de los súpers, y yo luego tengo que enfrentarme a la cabeza del dragón y echa mucho fuego. Pero yo, por suerte, echo mucho más que él. 
La gente confía en eso. En eso y en llamar a ciertas horas de la llamada preguntando por su helado de chocolate con menta o menta con chocolate, no sé, nunca me lo pido, me da asquito. Y entonces es cuando me atropella un coche y me despierto en el hospital todo lleno de flores y notas de agradecimiento sin nadie que me las abra porque mis brazos están rotos de mandar a la mierda a todos los que me tiraron el café a la cara. No tengo por qué soportar eso. Pero mejor hacerlo antes de que muchos se caigan, pero quizá no. 

Quizá solo necesito tiempo. 

Quizá solo quiero que escuchen a lobo de mar que coge el autobús los jueves porque está harto de las canciones de ron, del ron y de ser brutalmente estereotipado. 

Pero no me he soltado ni un poquito. Todo esto está arañando la superficie. ¿Quién sabe qué hay más abajo? 

Sí. ¿Quién lo sabe? 

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