domingo, 4 de octubre de 2015

Se encontró una nota en el frigorífico


"¿Qué fue de soñar con los cafés de la mañana? ¿Y del café? 
¿Dónde has metido la cafetera? No la encuentro. No encuentro nada en esta casa, siento como si no fuera la mía. Como si hubiese aterrizado ayer en un sitio que debería conocer, o al menos así me mira la gente por la calle, como si pudiese hacerme cargo de ello, de todo... de todos. Como si pudiera resolver el nudo que asfixia al mundo. 
En serio. ¿Por qué has escondido la cafetera? 

Antes soñabas. Me acuerdo. Soñabas con irte de aquí, con ver el mundo y traerlo de vuelta a casa. Se te daba bien recoger todo lo que encontrabas, era tu talento. ¿Qué fue de ello? Ya no escribes, ya no viajas, ya no te encuentro en ninguna parte. Como si la persona que eras se hubiese esfumado. Sólo queda un estúpido que camina con el cuerpo de mi amigo. No brillan tus ojos, no te ríes por cualquier cosa, no llegas a casa con gente extraña que necesita un sitio donde dormir. Es como si te diera todo igual. ¿Es eso? ¿Ya no te importa nada? Antes hablabas hasta con las plantas, por amor del cielo, ¿qué ha sido de mi compañero de piso? 
Era divertido quedarse hasta las tantas para acabar una serie y siempre llegabas esa noche a casa cargado de helado. O cuando te daba por lanzar globos con cartas de amor anónimas por el barrio. ¿Y te acuerdas de cuando te disfrazaste de oso de peluche gigante solo para hacer reír a una niña pequeña? ¡Ese era mi compañero de piso! El que soñaba con el café de cada mañana. 

Y, ¿sabes? Tengo miedo de haberte perdido. De que ya sólo seas un fantasma raro en mi memoria. De que llegue el día en el que hable de ti y nadie me crea, ni siquiera tú con tu cara de alelado. 
Me niego a que llegue ese día. ¡Después de todo lo que hemos vivido juntos irte así sin más...! 

Antes te enamorabas mucho. Recuerdo cada vez que llegabas a casa para hablar de tal o cual persona con el entusiasmo de un niño por la Navidad, hablar contigo de lo que amas era como ver fuegos artificiales. Pero ya no. Paseas sin mirar a nadie, en un monotono, apático. 
Te estás convirtiendo en esos a los que tú llamabas "personas mayores", ¿no lo ves? Eras aire fresco, un niño eterno y ahora solo te preocupa tu dinero, la hora que es y cuánto queda para el fin de semana. Da pena, da mucha pena ¡en serio! ¿De verdad que no lo ves? 

Si lo llegas a ver, por favor, vuelve. Y tráete la cafetera.

-Tú."

Le empezaron a temblar las manos, un torrente incontrolable de pensamientos recorrió toda su mente. Incapaz de pensar con claridad se apoyó en la nevera, asfixiado. Todo estaba claro para él ahora y a la vez indescifrable. El pecho le pesaba, los recuerdos fluían, las ideas se desbordaban.
Notó cómo sus ojos comenzaban a humedecerse y llegó a ver cómo caía la primera lágrima al suelo mientras apretaba los dientes.
Tragó.
Apretó los puños.
Clavó sus pies en el suelo.
Salió de la cocina, en silencio. Abrió el armario de la entrada. Sacó la cafetera. La puso sobre la encimera, al lado del frigorífico, y se fue a dormir.
Al lado de la cafetera dejó una nota:

"Lo siento. De verdad que lo siento. 

Ya sabes cómo soy, se me mete algo en la cabeza... no sale ni a patadas. Y tienes razón, te he descuidado, te he descuidado mucho. 
He dejado leche en la nevera para que cuando amanezca tengas leche fría, sé que el café sólo lo tomas con leche fría. Quiero que vuelvas a soñar mirando por la ventana, se te pone una cara muy divertida cuando lo haces. 

Gracias. A veces necesito que vengas y me recuerdes las cosas más obvias del mundo. Es muy fácil perderse en el presente de uno y cuando te quieres dar cuenta estás tan metido en donde no quieres que es imposible salir. Puntos de no retorno. 

¡Y la próxima vez sé más cruel! 

-Tú."




Cartas de un hombre que vive solo.
Historias Irrelevantes.



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