lunes, 9 de diciembre de 2013

Lira vuelve a recordar

Refuerzo la mirada en los recuerdos que asoman en mi reflejo. La noche me hace reflejarme en la ventana... la Ciudad está llorando, chaparrea y no encuentro el por qué. Quizá haya mucha gente triste o quizá haya una sola persona muy importante que esté triste.
Me calzo mis botas de agua y me pongo el chubasquero, es carmesí pero se ha quedado oscuro, su capucha es tan amplia que no se me reconoce, voy a bajar a algunos barrios cubiertos. Quiero un colgante nuevo, uno que haga que no recuerde. Quizá es un atajo hacia lo que quiero...

La lluvia siempre me ha dado melancolía. Salgo por el primer callejón, paso tres verjas agujereadas, llevo mi bolso y a mi muñeca, pasó por una puerta con marco verde, entro en el edificio de la luz sobre la entrada, subo un piso y salgo a la calle, bajo tres escaleras y cruzo un parque, llego a otra calle, cruzo dos callejuelas y vuelvo al portal de mi casa. Salgo por el primer callejón que acaba en unas escaleras que bajan bajo el suelo, tienen una luz cálida salpicando en cada escalón, viene de abajo. La luz viene de abajo. Miro hacia los lados y evito a la Luna, camino hacia abajo.
Llego a una gran galería, es de ladrillo antiguo y con arcos enormes en las paredes, una verja impide que me caiga desde mi balcón, escaleras abajo llego al antiguo bazar que siempre ha existido bajo esta ciudad, bajo todo esto. Gente extraña, ninguna nativa o quizá no nativa de ahora, quizá fueron los auténticos nativos. Todos quieren preservar su identidad salvo algunos orgullosos, poderosos o quizá incautos... algunos que no saben por dónde caminan. Aquí hay normas, ciertas reglas y responsabilidades que salvo ningún concepto han de romperse. Eso se aprende rápido, hasta dónde llegan éstas ya es más difícil. El antiguo bazar encierra misterios, secretos y objetos, auténticos objetos, no los querrás soltar jamás o quizá es lo único que quieras. Un mercadillo de artefactos viejos, eso es lo que es. Cosas más viejas que los vendedores, casi siempre, claro. Gente con túnicas raídas hasta la boca, gente con gafas más oscuras que la misma oscuridad, sombreros enormes y capuchas agobiantes, eso se viste entre estas galerías húmedas de fachada vieja, de ladrillo rojizo y deformado. Entre grandes antorchas y extrañas lámparas se ven las sombras de los vendedores, algunas no corresponden a sus dueños, era de esperar. No es la primera vez que vengo, sé a por lo que vengo y me odio por ello. Giro dos veces a la derecha y una a la izquierda. Subo una escalera y camino hasta la bifurcación, vuelvo por donde vine y entro en el local de mi derecha. El hombre que allí vive me recibe con saludos cordiales, como siempre. Me debe muchas. No soy su amiga, no creo que tenga, son negocios al fin y al cabo. Se quita la cabeza de cabra y me recibe con sus ojos de sapo, amarillos de pupila horizontal, siempre consigue ponerme nerviosa. Le entrego mi frasco que siempre cuelga de mi cuello y él lo rellena como de costumbre. La arena en él resplandece, veo desiertos enteros en ese frasquito minúsculo, esperanzas perdidas y sueños alcanzados, amo mi frasquito. Él hombre se restriega las manos mientras me asombro una vez más con la profundidad de esa maravillosa arena. Arena de sueños.

Vuelvo por donde vine, ese hombre cabra ya no está en deuda conmigo, supongo que es una lástima. Quizá encuentre más huesecillos de hada pienso mientras veo un par de gemelas enjauladas en una jaula dorada. Un ser de largo hocico y vendado sujeta y zarandea la jaula, grita su precio y las deja por ahí. "Son recientes dice".
Es hora de salir, camino un poco acelerada, se me hace tarde. Salgo y la lluvia cae llorosa y brusca, una cascada perpetua, miro un poco hacia arriba moviendo mi capucha y veo a la Luna, la saludo y me voy corriendo a casa. Hasta el mes que viene supongo o hasta que supere mi pasado, mi pasado me persigue, yo lo hice así... supongo.

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