viernes, 20 de diciembre de 2013

El chico que hablaba de sí mismo

Tres de la mañana en una calle cualquiera bajo unas estrellas cualesquiera, camina con zapatos remendados un ser cualquiera. No levanta ni suscita ningún interés, no si ello no quiere. Camina con ojos vidriosos y reptiles bajo la atenta mirada de las farolas. Camina con las manos en los bolsillos, encapuchado con una sudadera, paso a paso por la avenida. En la entrada a algunos callejones hay pequeñas murallas de hormigón, "fuera de aquí" pintado con letras graffiti. Escucha los murmullos de algunos que aún siguen despiertos, escucha los gritos de otros que parecen dormidos... Nadie es igual pero ¿son todos diferentes? Ya es tarde para estar haciéndose esas preguntas y más para un monstruo, no es un monstruo de medianoche, hay otros que sí, pero ello no lo es. Va hablando de sí mismo como si fuera el narrador de su existencia, o quizá hablaba consigo mismo de su existencia, no sabría diferenciarlo bien. La noche no deja ver lo obvio a veces, sólo lo que no se ve por el día.

Ya no quiere más, no quiere más de su condición, de su realidad. Está harto de aceptarlo una y otra y otra vez. ¿Por qué habría de hacerlo? Claro, porque es un monstruo. Eso es lo que son. Los seres que no pertenecen a lo que les rodea, seres con ansias de soledad, de volver a un hogar que no tienen... Son ilusos e inconscientes y probablemente lo sepan. Ello está harto de todo lo que le pasa, harto de ver tanto a Soledad, Soledad no sabe dar abrazos, siempre te acaba cortando. No tiene a nadie con quien pasear o tomarse un café, tampoco sabe a ciencia cierta si lo quiere. Es un poco extraño. Son sentimientos pasajeros, ninguno es una idea real y sólida, pocas de esas hay como para tener más de una. Escucha una radio de un local sorprendentemente abierto, hay un grupo de skins escuchando a su líder que está subido en lo alto de la barra gritando por algunas cosas que ni entenderá el propio pregonero. Se le cruza en el camino una chica, la conoce, cree, no sabe ya ni quién es. Escuchó hace poco que cada cien años la Muerte misma es mortal por un día para experimentar qué sienten las almas que cosecha, piensa en si será cierto, cosas más increíbles ha visto; lobos capaces atravesar paredes, ritos que invocaban sombras capaces de rasgar la realidad, moradas llenas de sueños rotos que sollozaban y gritaban como bebés agónicos y la lista sigue...
Seguro que será una tontería. Seguro que se le pasará, pero no puede evitar pensar en que no hay nadie cerca, en que se acostará y despertará solo, en que no durará mucho más y en que aquello se irá por donde vino. Una vez más.
Él, ello, aquel chico, visitará a un viejo amigo esta noche, necesita descender, entra por el edificio de la luz verde sobre la puerta, se asoma al hueco de las escaleras, una llave y ya puede bajar. Baja y baja, peldaño tras peldaño. Siempre se pregunta cómo no pueden saber nada de esto las personas que viven en ese edificio. Baja mientras lo piensa. Baja hasta llegar al gran túnel con aquellas luces azules colgando del techo, licor de hada creo que lo llaman, no se apagará mientras no lo alumbre el Sol o la Luna. Perfecto para estas cloacas de ladrillo grande y de piedra, dos pasillos a cada lado y en el centro del túnel un río maloliente. Él se acaba de alegrar por primera vez de tener la nariz taponada porque el río apesta, él lo sabe de antes. Algo nuevo, quizás, era la chica que estaba al final del túnel tapada con la que presumo es su propia chaqueta. ¿Qué hace?
-Eh, eh, ¿qué haces aquí?

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