lunes, 14 de abril de 2014

Recuerdos del niño vestido de caqui

-Muchos son los caminos que un hombre recorre, pero nunca sabe con exactitud a dónde irá a parar. Eso es algo que sólo el tiempo sabe... Quizá algún día nos volvamos a encontrar y esta vez yo sea el chico y tú la anciana. ¿Qué te parece la idea?
-Que espero que usted me lleve las bolsas de la compra entonces.
-Bien dicho. Toma, venga, coge las galletas, te las puedes quedar.
-¡Gracias!
-Vuelve con cuidado, y abrígate no vayas a coger un resfriado.
-¡Eso haré! ¡Gracias señora Rice!
Lo que más me gusta de los pueblos es que son pequeños, íntimos, todos nos conocemos, si no hemos hablado con alguien al menos lo reconocemos por su cara. No somos un pueblo, somos más bien un barrio pero apartados de la gran ciudad. Sólo tenemos casas y una tienda de ultramarinos por lo que no viene nadie que no sea de aquí de visita. Una pena, la verdad, me gusta la gente nueva.
Un día encontré a alguien muy extraño, aunque creo que no fue aquí. Estaba de vacaciones, lejos, sé que era lejos porque había arena y también mar. Ella estaba sentada en un murillo, miraba hacia el mar, quieta, tranquila. Sonreía. Era bonito de ver. Me dijo que si quería hablar con ella y contesté que por qué no.
Me contó que su padre había sido soldado, de los más altos rangos, y que había estado en muchísimas batallas pero que había muerto, su madre aún no lo había superado y ella había empezado a fumar. Vestía como una chica mayor, yo no sabía muy bien qué pensar ni qué decir. Me siguió contando que nunca me fiara de los chicos, que sólo buscan lo que quieren y que cuando lo consiguen se les olvida que lo han conseguido y buscan otra cosa que buscar. También que no me fiara del tiempo, a veces pasa rápido y hace que no te enteres de las cosas que pasan y que otras va despacio, tan despacio que da para fumarse dos cigarros. Me contó que quería morir de mayor, eso es lo que quería, ni bombera ni veterinaria, quería morir. Ese era su destino. "Y el de todos" dijo. De eso me acuerdo perfectamente.
La chica entonces se bajó y me preguntó que si quería caminar un rato por la arena, la dije que vale. Fuimos en silencio mucho tiempo hasta que me preguntó que si yo sabía algo. De qué. Del mundo, de la playa. La playa tiene olas. ¿De qué playa hablas? De esta. ¿Y el resto? No lo sé, no he ido. Entonces no sabes nada. Pues a lo mejor, pero no me importa. ¿Por qué no? Porque estoy en la playa. Oh, ya veo, me gustas pequeñín. Gracias, tú también me gustas.
Luego me contó que envidiaba a los niños como yo, no teníamos tantas preocupaciones estúpidas y sabíamos a dónde íbamos. Yo creo que nunca lo he sabido pero ella cree que sí. Cuando anochecía me revolvió el pelo y se fue a su casa, no la volví a ver. Espero que haya muerto como ella quería.

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