sábado, 13 de septiembre de 2014

Quiero una cafetera por mi cumpleaños


-Es mi primer cumpleaños en la Ciudad. Yo soy de pueblo, ¿sabe? Llevo en esta ciudad varios años pero en mi cumpleaños siempre tengo un sitio a donde volver, pero supongo que eso ya no puedo hacerlo.
-¿Por?
-Por dinero y porque ya no me llevo tan bien con esa gente como cuando era pequeño. El caso es que nunca había celebrado mi cumpleaños por todo lo grande, me gustaba que la gente que me importa se acordase, me felicitase y volviesen a sus vidas. Un mínimo, ¿entiende? Pero este año es diferente. Casi nadie se ha acordado, de mis compañeros de piso sólo uno lo sabía y ni una llamada de mi familia. Pero mi compañero del trabajo sí que se ha acordado. Y por eso vamos a donde vamos.
-¿Por eso vamos a la calle Wilbur Whateley? ¿Porque su amigo se acordó?
-Más o menos.
-¿Vive ahí o algo así?
-Más o menos. Verá... Él trabajo conmigo fregando cacharros en un bar de por aquí, yo necesito el dinero para sobrevivir, con eso me pago la comida y las facturas pero él no. Él vive en un terreno que pertenece a su familia desde ni se sabe y cultiva su comida. El dinero lo usa para comprar cosas a la gente o cosas que no puede fabricar él. Es un manitas, ¿sabe? El verano pasado construyó todo un porche para su casa. Vive en una especie de cabaña un poco elevada. Dice que está elevada porque en los tiempos de su bisabuela esto era un valle inundado.
-Yo soy extranjero, así que no tenía la menor idea.
-¿De dónde?
-Vengo de la Federación Unificada. No vaya, ese es mi consejo.
-¿Tan malo era?
-Vivía en comunas con cartas de aprovisionamiento, entre que no había mucho y muchos tenían enchufe mi familia y yo nos moríamos de hambre. Las fotos que haya podido ver usted son de la zona turística de la FU, la realidad es un país gris, geométrico y la mar de unificado, para bien y para mal.
-Joder. Pero de aspecto no dista mucho de esto, ¿no?
-Sólo con ver carteles de colores de neón me pongo contento, señor.
-¿Sabe? Eso es muy bonito. Mi amigo es del sur, negro como el carbón. Del sur del mundo, digo. Su país ahora es un destino tropical para los turistas, él prefiere estar en esta jungla de hormigón por alguna razón. El caso es que tiene mi regalo en su casa y dice que no lo puede sacar, que se escaparía.
-¿Y no se le ocurre qué puede ser?
-No... la verdad es que no.
-Pues averígüelo, hemos llegado.
-Oh... tenga, quédese con el cambio.
-Gracias, ¡hasta otra! ¡Y buena suerte!
-Lo mismo le digo.

Me bajé el taxi y caminé lento pero seguro hacia la choza de mi amigo Uruk. Él me esperaba en una silla de madera y paja con un cigarro en la boca. Me sonrió, me dio un abrazo y me dijo que le acompañase a la parte trasera de la casa. Allí, lejos de miradas indiscretas, vi algo que jamás olvidaré. Atado a un poste había una cuerda, la cual acababa en un lazo suspendido en el aire. Pensaba que era una broma de Uruk pero aquella cuerda se movía, como si estuviese atada a algo invisible, pero era extraño porque podía pasar la mano a través de ella, podía tirar de ella y deformarla. Me dijo que le estaba haciendo daño a mi regalo, que esperase a que se hiciese de noche. Y eso hicimos. Tomamos un té especial que él mismo cultiva y esperamos a la noche. Noche abierta. Ni una nube, las dos de la mañana. Aquello comenzó a tomar forma. Poco a poco vi mi regalo aparecer. Era de muchos colores, la cabeza era morada, me miraba con ojos de ciervo y tenía un cuerno tricolor de medio metro. Aquella bestia era magnífica y elegante, parecía un caballo.
-Es un unicornio.
-¿Qué?
-Que es un puto unicornio, lo capturé anoche.
Claro, ¿qué dices? Yo no dije nada. Prefería no hacerlo. Abracé a la extraña criatura; yo pensaba que los unicornios eran caballos con un cuerno en la cabeza pero según rodeé con mis brazos su cuello supe que no podía ser otra cosa, que aquello era un unicornio y Uruk me lo había regalado.
-¿Pero qué hago yo con esto ahora?
-Puedes robarle el cuerno y pedir un deseo o puedes cabalgarlo si se deja.
-Si le quito el cuerno, ¿qué le pasará a él?
-Que moriría. No te preocupes hay mogollón de unicornios.
-No puedo matarle por un deseo.
-Tú mismo. Es tu regalo de cumpleaños.
Se sentó y se fumó otro cigarrillo.

Al final, después de mucho pensarlo, le quité el cuerno. Entonces vi caer lentamente a aquella bestia, como si se derrumbase un coloso de piedra. No tocó el suelo, se deshizo en luciérnagas. Cuando llevas un tiempo con Uruk ya no te preguntas según qué cosas...
El caso es que tenía el cuerno en la mano y deseé algo que creo que fue bueno. Deseé que Uruk me regalase una cafetera por mi cumpleaños.
A veces creo ver que una estrella hace chiribitas para mí, y siempre creo y estoy convencido de que es aquel unicornio que nunca conocí.

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