lunes, 8 de julio de 2013

Segunda parte de La trágica historia de Robert Philips

Otro día más comenzó en la historia de Robert Philips. Ya habían pasado más de setecientos días y apenas recordaba horas de alguno. Todo pasaba rápido y en silencio en la memoria del pequeño Robert, el cual, apoyado en su ventana, trataba de recordar su vida como quien trata de acordarse de la trama de una película largo tiempo vista. 
Preguntas, preguntas, caminos sin salida, caminos sin entrada, respuestas, respuestas. 
Llegó la hora del descanso, los muchachos bajaban a los patios internos del colegio a intercambiar ideas, hacer algún ejercicio no demasiado cansado, hablar de sus cosas o simplemente estirar las piernas. Marshall se encontraba junto con Thomas y el resto de la clase en una esquina escondida, Marshall les enseñaba su revista para adultos para conseguir esa satisfacción que se siente al ver que a la gente le brillan los ojos y se asombran gracias a ti mientras Robert se había ido más lejos de lo habitual, comenzaba a dejarles de lado pues cada vez estaba más seguro de no encajar allí, de aburrirse con esas conversaciones y cada vez necesitaba menos de su compañía. Prefería incluso esconderse sin quererlo de ellos. 

Robert se encontraba en el otro patio del colegio, dando un paseo hasta que encontró un banco extraño, no miraba hacia dentro del patio como los demás, miraba hacia fuera. Lo vio maravilloso y perfecto por lo que tomó asiento. Para su asombro otro chico más joven que él también estaba sentado, callado, boquiabierto, mirando al cielo. Rara vez Robert conversaba y más extraña vez era él quien comenzaba a hablar, pero esta vez la ocasión lo requería:
-¿Qué... qué haces aquí? -Conocía la respuesta perfectamente, pero a veces uno necesita escucharla de boca de otro.
-Contemplar las nubes, me gusta pensar que podría dar largos paseos por ellas, ¡son tan esponjosas y enormes! Me gustaría viajar en ellas y no en un terrible avión. 
-¿En avión? -se extrañó Robert, no sabía por qué pero este chico le llamaba mucho la atención. -¿De dónde vienes?
-De los Estados Unidos, pero no tengo acento, de pequeño fui criado en una pequeña casa de Escocia. Mis padres se divorciaron y mi madre encontró un marido rico en Florida y luego me metieron en esta cárcel.
-¿Cárcel?
-¡¿No te lo parece?! No pareces un niño de papá como el resto de aquí, pocos de aquí piensan por sí mismos y muchos menos para sí mismos. Odio este sitio, nunca puedo salir, nunca puedo correr, nunca puedo pintar, nunca puedo tocar mi armónica, nunca puedo ensuciar, nunca puedo estallar cosas, ¡nunca puedo hacer nada divertido!
-¿En qué curso estás? Pareces más pequeño que yo, pero no pareces más pequeño de aquí -Robert se señaló la cabeza con el índice.
-En cuarto, dicen que soy superdotado y me avanzaron un par de cursos. Tú eres de tercero, ¿no?
-Eh... sí, sí. 
El extraño chico resopló mirando hacia el cielo. 
-Me dan ganas de suicidarme.
-¿Hablas en serio?
-Claro, hablar en broma es perder un tiempo que podrías usar para hablar de verdad. Nunca digo palabras en vano.
-¿Cómo lo harías?
El chico de cuarto se comenzó a reír profundamente.
-¡Eres genial, amigo! Sabía que no eras como el resto, alguien normal hubiese preguntado "¿Por qué harías algo así?" o exclamarían "¡Estás loco! ¡No lo hagas! ¡Es tirar tu vida por la borda!". Pero no, me tocó hablar con el tipo que dijo "¿Cómo lo harías?". ¿Qué pasa? ¿Tú también quieres acabar con esto?
-No... yo estoy contento con soñar que puedo correr fuera de esta valla. 
-Te conformas con poco, amigo. Bueno, eso es el timbre, un placer haberte conocido, esto...
-Robert, Robert Philips.
-¡Encantado suicida Philips! Yo me llamo Nathan. 
Por alguna razón ese calificativo no le sentó mal a Robert. Se dieron la mano y cada uno fue a su clase. Robert pasó las siguientes clases imaginando como Nathan se suicidaría. Había muchas posibilidades y se preocupó por anotar todas las posibilidades. 

Después de las clases Robert volvió al mundo real y entró en su cuarto. Allí estaban Thomas, Marshall y unos chicos que creía de cuarto. Thomas estaba sentado en su cama pálido, no miró a Robert, no movió su cabeza, miraba a la nada, pero en cuanto entró Robert se metió en la cama mirando a la pared. 
-¡Por fin llegas Robert! Te estábamos esperando para darte una pequeña sorpresa, ¿verdad chicos? -dijo Marshall con ese tono de bruto estúpido. 
-¿Qué es esto Marshall?
-¡Vaya! ¡Así que puedes hablar! ¡Te creíamos mudo! Y, oh, no te preocupes por este comité de bienvenida, tan sólo queremos enseñarte de qué va el mundo. 
Robert puso una cara extrañada y apenas pudo reaccionar cuando dos de esos chicos más fuertes que él le pegaron un puñetazo tan fuerte en la cara que lo noquearon. Se despertó en los baños.
-Bueno, todos los de este edificio están haciendo gimnasia abajo, por lo que nadie te podrá oír gritar. ¿No es fantástico? Me encanta cuando los planes salen bien. -Era Marshall, quería darse aires de grandeza pero se le notaba nervioso y le temblaba la voz. -Estamos hartos de tu actitud, ¡joder! ¡Somos tus putos amigos! Pero tú tienes que ser el chico guay, el chico mudo que todo lo sabe. "El chico mayor". ¡Ya estamos hartos! Mira, te he estado cuidando desde que llegaste y supe que teníamos que compartir cuarto, pero me quemas la sangre, Robert, y quiero que sepas una cosa: eres escoria. No vales absolutamente nada en este mundo y de morir no te echaría nadie de menos. A uno le hace pensar, ¿eh? ¿No lo habías pensado ya tú que piensas tanto?
Robert que estaba sentado apoyado en la pared apenas comprendía de qué iba ese paripé, notaba su pómulo entumecido y no podría saber menos qué estaba pasando. Recibió una patada en la cara por parte de Marshall que lo tumbó y, a continuación, sintió docenas de coces en su cuerpo, apenas gritaba, se había quedado sin voz. 
-¡Vamos! ¡Grita! ¡Reacciona ante algo maldita sea!
Cuando se cansaron de apalearle él yacía casi inerte en la esquina del cuarto de baño del edificio contiguo al suyo. 
-Joder, Robert. Estás hecho un asco. -Siguió Marshall- Deberías cambiarte y darte una ducha antes de cenar, no vaya a pensar la gente que te hemos hecho algo malo, ¿entiendes? Si una sola persona se entera de lo que has vivido hoy te mataremos, ¡¿lo entiendes?! Oh, joder. ¡Vamos! ¡Levanta! Qué desperdicio de ser humano estás hecho, Robert. 
Y sin más, se fueron. 

Pasaron un par de horas y Robert entró en el cuarto a duras penas, cayó rendido en la cama. En el cuarto sólo estaba Thomas leyendo un libro para intentar no imaginarse lo peor, cuando entró Robert lo cerró de golpe y le preguntó muy nervioso. Robert sólo quería echarse un rato. 
-Hablamos luego... -suspiró. 
-Mira, yo bajo a cenar, no sé qué ha pasado pero no deberías saltarte la cena o vendrán aquí a verte. 
Thomas cerró la puerta y a los cinco minutos Robert abrió el cajón de su mesilla. Tenía varios cuadernos llenos de ideas preciosas y soñadoras, pero también las apuntadas en ese mismo día. 

"¿Cuál sería la mejor manera de hacerlo?" Se preguntó. "¿Cuál?". "¿Qué es 'mejor'?"

Bajó a cenar. 

Al día siguiente se encontraba algo mejor pero aún dolorido volvió a expensas de correr el riesgo de otra paliza al banco donde se sentaba Nathan. 
-¡Joder compadre! ¡Estás en un aspecto terrible! No habrás intentado suicidarte, ¿verdad?
-No... no fue eso. 
-Menos mal, porque no querría que de la noche a la mañana la única persona decente en este estercolero muriese sin previo aviso. 
-¿Sabes? Siempre me fascinó el fuego... Siempre es libre, va a donde quiere y nada se interpone a su paso. Quisiera ser fuego. 
-"Siempre hay tiempo para todo lo que un hombre valiente se propone" me enseñó mi padre. 
-Tú padre tenía mucha razón. 









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