domingo, 7 de julio de 2013

Primera parte de La trágica historia de Robert Philips

El pequeño Robert miraba por la ventana de su cuarto, miraba los frondosos árboles del bosque contiguo. Miraba las nubes que sobrevolaban entre magia y viento, disfrutaba del sonido de la brisa entre la fresca hierba. Pocos días estaba el cielo así de despejado, estaba acostumbrado a que todo el cielo fuese una gran nube gris. 
Pronto entraron Thomas y Marshall, sus compañeros de cuarto, ellos acababan de terminar sus clases y todos los alumnos estaban en sus cuartos esperando la hora de cenar. Marshall les recordó a ambos que sus padres le habían enviado un juego de mesa y que podrían pasar la tarde jugando, Thomas le miró un poco intrigado mientras que Robert seguía mirando por la ventana. 
-Me pregunto... cómo será correr por estos prados... -dijo Robert.
-Pues como en cualquier otro prado, supongo. No veo ninguna diversión en hacer algo así, además, sentiría que estoy malgastando mi tiempo -replicó Marshall, al cual se le veía muy entusiasmado con su juego de mesa.

Pasaron horas y apenas Robert se había movido. Apenas había hecho un gesto. Los tres se hospedaban en uno de los colegios más prestigiosos de Inglaterra, un colegio muy conservador, de gran status, de grandes apariencias, de gran educación y muy, muy caro. Robert no entendía el dinero, ni las matemáticas, ni la sintaxis, ni entendía por qué debía aprenderse qué ocurrió hace tres cientos en el Reino Unido. Sin embargo le encantaban las historias del Rey Arturo. Soñaba con montar a caballo por enormes tierras, salvando riscos y acantilados, luchando contra lo imposible. Marshall le tenía un poco de tirria por su actitud, por un lado odiaba que siempre estuviese ensimismado, mirando al cielo, imaginando historias, preguntando obviedades y renunciando a sus deberes; pero por el otro lado le envidiaba. Thomas por su lado estaba allí porque sus padres le dijeron que debía estar allí, pocas veces tenía la iniciativa, él tan sólo quería que la gente que le rodeara se sintiera a gusto con su presencia. 

Este era el tercer día del último trimestre del tercer año. Robert sentía que nada había cambiado en esos tres años aunque también sentía que de haberlo hecho tampoco se podría dar cuenta. Nunca tuvo la iniciativa para escapar por la ventana con una cuerda de sábanas y correr entre los árboles, la lluvia y las flores. Había soñado con ese momento durante los últimos dos años, tenía más de una veintena de planes escritos y dibujados para hacerlo pero nunca tuvo las agallas o quizá las ganas para escapar. Estaba contento con soñar que podía que salir corriendo, no le hacía falta realizar ese sueño, o eso pensaba él. 
Dieron las nueve de la noche y los tres bajaron a cenar. El menú era algo previsible, era miércoles, tocaría pescado. Se sentaron en la misma mesa de siempre junto con sus otros doce compañeros de clase. Marshall era el líder del grupo y todos le reían las gracias, todos menos Robert que estaba más ocupado pensando cómo sería la cara del hombre que pescó su cena. Acabaron de cenar y volvieron a sus cuartos, pero Marshall se paró unos momentos para hablar con unos compañeros suyos.

-Id yendo, luego subo yo -dijo.

Thomas y Robert subieron a su habitación, Thomas estaba de pie doblando la ropa encima de su colcha y Robert permanecía cabizbajo sentado en la su cama. Dijo entre susurros y suspiros: 
-Thomas... ¿amas a esta gente?
Thomas se quedó perplejo y se incomodó un poco, pero sacó una leve sonrisa y respondió -¿a qué te refieres, Robert?
-A si de verdad amas a tus semejantes como decimos todos en las misas. Si de verdad han ocupado una parte de ti, si son como tu familia, tus hermanos. 
-Pues claro, Robert, tú incluido, ¿cómo me preguntas algo tan tonto?
-Porque para mí no es tan tonto.
-Perdona, no sabía que... bueno, no sabía que le dabas tanta importancia a esto.
-No te preocupes.

Marshall entró a los pocos minutos en el cuarto. Extrañamente se aseguró de que no había nadie en el pasillo y se acercó a sus compañeros, les hizo una señal de que guardasen silencio y de que mantuvieran lo que iban a ver en secreto. Se acercó a su cama y de debajo sacó una revista picante. Thomas se empezó a poner nervioso y se puso a advertir a Marshall de las terribles consecuencias que podía tener ese revista en el colegio, Marshall por su lado estaba emocionado de tener algo así y lo exhibía con orgullo a sus dos compañeros. Robert lo vio, miró hacia abajo y se tumbó en su cama. 
-¿Qué te pasa Robert? ¿Acaso eres gay? Debe ser eso -dijo Marshall con un tono de bruto de primaria.
-Déjale, creo que no ha tenido un buen día -le contestó Thomas, no quería que se peleasen. 
Marshall se hizo a una lado y amenazó personalmente a Robert:
-No te preocupes, chico mudo, pronto se habrá acabado todo. 
Robert se sorprendió de esas palabras, eran muy concretas y a la vez muy inexactas. Por un lado estuvo preocupándose de la importancia que pueden tener unas palabras y por otro pensaba en a qué podría referirse... 


-La cara del hombre que pescó mi cena-


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