domingo, 2 de marzo de 2014

Amnesia natal

Esta historia es un cuento. Me dijo ella antes de irse. La chica de los ojos dorados. ¿O era dorada la cerveza? Acabé dormido en un sofá de bar. Con el ventilador girando lentamente. Con la mente vacía. Con el corazón roto.

¿Y ahora qué? 

Salgo y el sol me ciega, son las once de la mañana y estoy en un pueblo costero que se cree ciudad. Está algo ajetreado y noto que mi camiseta está mojada y mis pantalones deshilachados. Fuera lo que fuera lo de anoche fue muy animal. Decido caminar hasta ver algo que me llame la atención, que me dé alguna información. Pero no hay remedio porque acabo en la playa. Es otoño y no hay nadie excepto algunos románticos. ¿No tienen trabajo o qué? Llego hasta la orilla y respiro. No sé dónde estoy pero estoy de puta madre. ¿Qué habrá pasado? Hasta hace unos días yo era un gris mentiroso, un burlón estafador... sin futuro, sin amigos, sin pasado. Una cucaracha más de la gran urbe. ¡Qué habrá pasado para sentirme tan bien por dentro! 

-¡Ey! -escucho a mi espalda. Me giro y veo lo que nunca esperé, una chica de pelo negro y ojos dorados. Son unos ojos que nunca habréis visto pero al verlos no te parecen irreales, no te parecen raros, sabes que no podrían ser de otra manera. -No lleva usted zapatillas, debería ponerse algo. 
Está sentada en la arena abrazada a sus rodillas. El sol la acaricia. 
-No se preocupe, tenga. 
De la mochila saca unas sandalias y me las lanza. 
-¿Qué hace aquí si puede saberse? Tiene muy mal aspecto, una noche entretenida, ¿eh?
-Dímelo tú, estuviste en ella.
-¿Perdone?
-¡Sí! ¡Eres tú! ¡La chica de las cabras y los ojos de miel! Por favor, dime qué pasó, no recuerdo nada. 
-Señor, es usted muy raro. ¿Va drogado? 
-¡No, no! No soy raro, ¿vale? Tú estuviste, te recuerdo perfectamente, tus ojos que me vieron, me vieron todo, tus labios que sabían a caramelo... 
-¡Basta! ¡¿Quién se cree que es?! ¡Y quíteme la mano de encima! ¡Quédese con las chanclas si quiere pero déjeme en paz! 
Se levanta y se va mientras escucho como refunfuña. Y una vez más estoy aquí, sin respuestas y solo pero ahora me siento violento. Normal, supongo. Pero no dejo de sentirme bien, creo que podría acostumbrarme a esto. Me quito la ropa y me meto en el mar en calzoncillos, nado durante lo que creo que son horas... 

El ventilador gira lentamente y hay algo de bullicio, olor a mar, maderas y luz tenue. Un bar de playa. Me sirven comida típica del lugar, parecen una variedad de hortalizas con arroz o algo, está bueno, no me lo pienso. A saber desde hace cuánto no como. 
-Perdone, ¿tiene usted servilletas?
Me giro y la mesa de detrás la ocupa la chica de los ojos dorados. No entiendo nada.
-Sí... toma... ¿nos conocemos de algo? 
-No, que yo sepa no. Gracias.
-¿Seguro? O sea, juraría que te he visto antes en la playa. 
-Yo hoy no pisé la playa, lo siento señor. 
Está jugando conmigo, pero cálmate... no vamos a montar un espectáculo público. Las respuestas a su debido tiempo. Mejor espero a que acabe de comer y la sigo. ¿Gemelas? ¿Trillizas? Y esos ojos dorados, parecía que lo veían todo. 

Llevo ya unos cinco minutos siguiéndola, vamos a los barrios más bajos del pueblo, casas pequeñas y gente disfrutando del buen tiempo. Niños corriendo. La chica de pelo negro y ojos de oro no se inmuta, sigue su camino. Nunca mira atrás. ¿Qué hace? Sigue caminando y se sale del pueblo. Camina por descampados, campo abierto y liso, apenas veo un par de molinos, campos de trigo y arroz y al final, en el horizonte, montañas azules. No hay nada. Nos alejamos del pueblo. Atardece incluso. Acabamos llegando a un pequeño bosque. El bosque resulta ser más grande por dentro que por fuera. Llegamos a una zona de raíces enormes, troncos anchos, espesura y piedras grises bastante monumentales. Comienza a hacer fresco y hay mucha humedad. ¿Dónde estoy? Si quisiera dar media vuelta no sabría volver y no tengo nada que perder, sólo puedo seguirla a partir de este punto. 
Ella llega a un claro en el bosque, un círculo bastante amplio con un monolito en el centro. Esto se está pasando de raro. 
-¡Eh! ¡Tú! 
-Ha llegado un punto en el que he ignorado que me seguías. No eres muy sutil, lo sabes, ¿no?
-¿Qué es todo esto? 
De pronto veo a una chica con ojos dorados y pelo negro y al mismo tiempo a una cabra negra de ojos amarillos. Las veo a las dos en el mismo sitio. Una fusión de realidades, no aguanto mucho tiempo, caigo al suelo de rodillas y me llevo las manos a la cabeza. Tengo un dolor en la cabeza. Es un dolor punzante, se me clava y enquista. Grito, ¡grito! Es un dolor que duele en toda la cabeza. Me presiona y rompe. Y escucho que se acerca. Aprieto los dientes para no gritar. Lloro. Hago acopio de valor. Me levanto y la envisto. Cae como un peso muerto en el suelo.
-¡Dios! ¡¿Qué cojones pasa?! ¡Dímelo! ¡Joder, dímelo! 
Estoy muy alterado pero por dentro estoy en paz. 
Ella se levanta. Ella me mira. 
-Ayer tu vida acabó y comenzó una nueva. Alégrate hijo de los hombres. Te he dado la vida. 
-¡¿Qué?! 
-Como te he dicho, ayer tu vida acabó a manos de ti mismo. Pistola en la boca, cuerpo en la bañera. Típico suicidio. Me apiadé de ti. Te devolví a la vida. Y te di una vida. Una de la que no te arrepentirías. 
Me quedo callado... embobado... ¿qué es todo esto? ¿De qué habla? Caigo de nuevo al suelo. Lloro. Lloro como ni de niño hice. Sigo sintiendo plenitud en mi interior. Sale sangre por mi boca. 
-Alégrate, porque podrías haber muerto anoche pero escuchaste la voz de un dios menor. 

-Y esa es mi historia. Es un cuento.
Le serví la última copa de aquella noche. Mi ventilador giraba lento. La noche refrescaba. Pocos quedaban ya en sus taburetes. Y a él le pareció ver un ojo dorado en mi reflejo.

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