domingo, 30 de junio de 2013

Momentos en un avión

En ocasiones vuelvo de mis viajes a visitar a un terrible y viejo amigo. Le encanta escuchar mis aventuras, si es que son aventuras. 
Prepara dos cafés, nos sentamos en su jardín y mientras riega las plantas o vemos el mar podemos pasar horas y horas hablando. Hay noches que acabaron en mañanas. Creo que todo el mundo debería tener un amigo así. 

Una vez le conté el encuentro que tuve con una niña pequeña. Estaba en una ciudad cuyo nombre no recuerdo, prefiero viajar así, sé que era asiática, por la gente de ojos rasgados más que nada, y allí, caminando entre calles tranquilas de comercios, artesanos y normalidad, encontré una niña que lloraba y lloraba pero nadie la quiso hacer caso. Traté de hablar con ella pero la lengua siempre fue una barrera para mí, se calmó y me señaló al cielo, allí arriba vi un globo enganchado en un tejado, era verde con una carita sonriente. La cuerda estaba enganchada en un árbol bastante alto y el globo, la mismo tiempo, se daba con un tejado. Avisé al tendero, intenté convencerlo de que me dejara entrar para subirme al tejado, el hombre, terco y estresado, me gritó y gritó, no le culpo ya que no entendía una palabra de lo que yo decía. Le cogí de la mano y lo saqué fuera para enseñarle el globo, se cruzó de brazos, miro hacia abajo con los ojos cerrados y con una mueca de "vale, pero date prisa" me dijo que entrara. 
Con cuidado me subí a aquel tejado anciano de tejas rojas y alguna que otra telaraña. Me deslicé hasta la parte delantera y me colgué del árbol para deshacer primero el nudo de la rama, según lo hacía escuché un "crack" y mi cara pasó de ser la de alguien en tensión por resolver un problema a la de alguien en tensión por ver su vida pasar ante sus ojos. Como con un instinto felino salté de nuevo al tejado del que me empecé a resbalar, me dejó la camiseta echa jirones pero me logré agarrar a la parte más alta. Tomé aire y fui a coger el globo. Tumbada y paso a paso como un agente secreto por un conducto de ventilación me arrastré hasta el final del tejado. Poco a poco, no quería volver a zarandearme. Llegué, agarré al borde, me asomé y ¡sorpresa! ¡El globo no estaba! Me empecé a poner muy nerviosa hasta que la realidad me dio un golpe y fui consciente de todo lo que pasaba. 

Resulta que la rama que yo había partido tenía enganchada la cuerda del globo y por el peso de ésta el globo había bajado suavemente hasta las manos de aquella niña. Todo el mundo me vitoreaba y yo sin embargo seguía buscando dónde podría estar el globo. En fin, me elogiaron y esas cosas, son gente muy agradecida la verdad, hasta me dieron unas verduras. La niña por su parte me cogió de la mano y se puso a correr con el globo, arrastrándome, imaginé que me quería llevar a algún sitio. 
Acabamos en una zona residencial, ya atardecía y el cielo se había puesto de un naranja precioso. Llegamos a un descampado, supongo que sería un terreno sin edificar, había un paquete de ladrillos, un par de árboles pequeños y hierba verde así como alguna que otra roca. Se paró delante de una de las rocas, se puso el dedo en la boca y soltó un "chst", creo que eso es universal, ¿no? Dio dos golpes a la roca con la mano y luego le pegó una patada. De pronto, sin yo esperarme nada, la roca se levantó, ¡tenía patas a cada lado! Se giró hacia nosotros y le salió una cabeza como de reptil pero muy consciente, es extraño de explicar, era como una tortuga con caparazón de piedra. Se puso a dos patas o pies, la verdad no sé qué decir, y la niña le dio el globo, le dijo algo y el creo que dijo "comprendo". Me miró con unos ojos empáticos y dijo "así que tú también eres una forastera extraña, ¿eh?". Como es normal, me quedé completamente perpleja. "Deja que te enseñe algo", su cuerpo comenzó a cambiar hasta que apareció un ser peludo con cara de señor mayor amable y unas ropas muy anchas, se sentó con las piernas cruzadas e hizo un gesto para que me sentara. 

"Llegué aquí hace trescientos cuarenta y algo años, quizá más, perdí la cuenta. Muchos amigos míos también llegaron aquí, es un buen lugar para los de mi clase. Eres alguien especial", me dijo, "sólo nos pueden ver los niños, el resto de personas olvidan que los seres fantásticos existimos. Pero aún queda gente como tú, soñadores dementes que no perdieron su inocencia." Soltó una carcajada, cogió un puñado de tierra y lo transformó en un vaso de barro, luego arrancó unos hierbajos, se los puso en el puño y de su mano chorreó té. Me miró a los ojos, "Conozco a ese amigo tuyo. Le conocemos casi todos, aunque él no nos recuerde, dale mis saludos". No podía creerme nada de lo que estaba pasando. Antes de siquiera poder abrir la boca me dijo "Muchas gracias por ayudar a mi pequeña amiga y recuerda que nunca hay que perder la magia que todos llevamos dentro, pero sé que tú no lo harás". 
No sé qué quiso decir exactamente pero al parpadear me encontraba a bordo de un avión rumbo a otro lugar y lo recordaba todo borroso, como un sueño. 
Puede que no pasase nunca y todo fuese un sueño que tuve subida a un avión pero... fuese real o no, ese té estaba muy dulce.




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