sábado, 21 de septiembre de 2013

Conversaciones de cafetería

Aquel día había ido a ver el amanecer. A veces lo hacía, sobre todo en fin de semana. Me llevaba un termo lleno de café y unos auriculares, me sentaba y podía estar allí una hora sentado sin pensar en nada, tan sólo viendo al sol nacer. Aquel día no llevé el termo y cuando terminé de disfrutar con aquella maravillosa vista caminé hasta una cafetería cercana. Vivo en una zona tranquila de la ciudad, un extrarradio, con parquecitos, mercados y gente sin demasiada prisa. 
Menos prisa aún un sábado tan de mañana. Entré en la cafetería y pedí un café con leche. Era invierno y me sentaría de miedo. La cafetería apenas había abierto y sólo había un señor mayor en una silla al fondo. Me senté cerca de la ventana que hacía de escaparate y me puse a leer un pequeño librito de cuentos que siempre llevo encima. Llegado el final de mi café esperaba a finalizar el cuento para irme a hacer mis cosas cuando un hombre un poco destartalado entró en la cafetería. 

Llevaba un día de mierda. La noche la pasé en vela buscando un porqué a todo esto. Joder. Antes de salir a que me diese un poco el aire me miré en el espejo, tres días sin dormir, mi cara era un desastre. No me preocupó, me preocupaba más si me seguía sangrando la encía, pareció ser que no. Cogí el abrigo del cesto de la ropa sucia, les dejé una nota en el frigorífico y me fui a caminar hasta algún sitio. Tan de mañana y con el sueño que tenía... mejor un café que una cerveza. Dos calles más allá de mi casa hay una cafetería barata y amo a su dependienta. Un amor platónico. Uno de tantos, claro. Ya se sabe. 
Cuando entré en aquel lugar vaya puta sorpresa, vi a un tipo, un tipo aparentemente normal pero que tenía un algo en la mirada. Ese algo que a veces busco. Esa... ¡chispa! Eso, esa chispa de vida, ¿sabes a lo que me refiero?

Al principio estaba asustado. Era un hombre muy extraño, muy inquietante, aparentemente cansado pero lleno de vida, una persona que "ha vivido mucho", esa clase de gente que es de verdad "auténtica". Se sentó sin mediar palabra delante de mí con un café. Mientras bebía el cortado a sorbos muy pequeños él me miraba. Muy fijamente, como queriendo encontrar algo en mí. No nada trivial, algo muy serio. Algo vital. Yo no sabía si me quería robar, si me quería secuestrar o si me quería asesinar; de hecho me puse a pensar quién pudo haber contratado un sicario para matarme. De pronto me dijo:

Conozco a esa clase de hombre. Son muy especiales pero más imbéciles que una mula retrasada. El tío no hacía más que mirarme a los ojos como intentando encontrar un porqué o quizá saber si iba a morir ese día o no. Desde luego tenía miedo. Le dije:

-Tío, ¿qué coño haces aquí?

Imaginaos cómo me quedé cuando un extraño me dijo eso. ¿Quizá fuese un policía en cubierto? ¿Quizá me ha confundido con alguien peligroso? ¿Quizá hice algo y no me acuerdo? No sabía qué contestar. 

-No vas a contestar, ¿eh? Joder, tío, vaya susto me has dado. Conozco a los hombres como tú, miserables y mediocres. ¿Me he equivocado?

El tipo me estaba poniendo muy nervioso. ¡¿Qué podría querer alguien así de un tipo como yo?! No llegaba a ninguna respuesta. Le negué tímidamente con la cabeza, quería darle la razón en todo para que se fuera. Quería que saliese de allí y me pudiese olvidar de él. 

-Eres el tipo especial aquel, el que es muy amable y tiene ideas bizarras. El tipo aquel cuyas amistades son escasas porque dice que no puede aguantar más. El hombrecillo que saldría corriendo cuando algo serio pasase. ¡Vamos! ¡Reacciona!

Había tenido unos tres días horribles, me descargaba con aquel tonto. Me asentía a todo como un loro empanado que no sabe qué coño hacer para coger su galleta. 

-Por favor, señor, yo a usted no le he hecho nada. Déjeme en paz, se lo ruego. No quiero tener nada que ver con usted.

-Porque de mí no puedes sacar nada, ¿eh, santito? Yo no te intereso. Vamos, ¡haz algo en mí! ¡Cúrame de mí mismo, don filósofo de papel! 

-No sé de qué me está hablando. Por favor, márchese.

-No chaval, no me voy a marchar, no hasta que tenga unas respuestas. No hasta que te levantes y hagas algo. Tío, esto es la vida no tu puto juego, no es tu puta pompa mágica en la que todos sienten cosas mágicas y ven cosas mágicas y son todo arco iris y pollas de purpurina, no. No. Macho, esto es la vida real, aprende a vivir de una puñetera vez que ya eres mayorcito. 

-¿De qué coño está hablando? ¿Ni siquiera sabe quién diablos soy y me está dando consejos de cómo vivir? Váyase antes de que llame a la policía. 

-¡Uh! ¡Qué puto miedo! ¡Los maderos! ¡Corred! Anda a cagar. Mírame a mis mugrientos ojos de alcohólico y dime que todo lo que he dicho es falso. Que tus amistades son de verdad y no son un trámite para sacar tú algo de ellas. Que tus miradas no ven nada. Que apenas te puedes mantener en quien de verdad eres. Que vives en una puta mentira autocompasiva y melancólica propia de un emo adolescente. ¡Mírame a la puta cara! ¡Mírame y dime que es mentira! 

-...

-Vete a cagar, colega. 

Se sacó un cigarro y se puso a fumar. A nadie pareció importarle que lo hiciera como a nadie le habían importado los gritos que estaba pegando en el local. Aquel hombre de alguna manera me había calado, no entero, creo que eso no se puede, pero me había pillado. Sí, es cierto, de cada amistad que tengo siempre tengo la esperanza puesta en algo que sacaré de ellos... no sé, verdades, sexo, alguien en quien desahogarme, siempre fui así de cabrón pero lo hago sin querer. No me justifica pero, oye, al menos no lo hago con mala intención, lo hago sin querer. Se recostó sobre la silla y continuó:

-Mira, llevo tres días sin dormir. Me he estado metiendo mucha mierda en el cuerpo, no me juzgues por un puto cigarro. Y te voy a decir algo, tronco, te lo creas o no tú y yo estamos a un pelo de ser la misma persona, ¿sabes lo que te quiero decir?

-No sé quién es usted pero debería meterse en sus asuntos. Yo no le he molestado. 

-¡Sí, joder! ¡Sí que lo has hecho! Tienes un potencial gigante y te estás tirando por ahí como una puta alma en pena que no sabe hacer una mierda. ¡Joder! -echó el humo que tenía guardado de un par de caladas- Mira... no nos volveremos a ver nunca, pero tío, cambia. Cambia de una puta vez. Deja de ser un sociópata enfermizo y se tú mismo, coño. 

-Fácil es decirlo, ¿no? Te voy a decir algo, no soy la mejor persona del mundo, de hecho yo mismo te confirmo que soy un hijo de puta, pero sé distinguir muy bien según qué cosas. Según qué realidades. Según qué respuestas. Cosa que tú no. Cosa que tú nunca has podido hacer. Gracias por tus consejos o lo que sea, pero llegas tarde, llegas muy tarde, porque esos consejos me los dije a mí mismo cuando apenas cumplí la mayoría de edad. Y aquí estoy ahora, solo, en una cafetería con un tarado y un trabajo mediocre. No destaco. No llamo la atención y apenas me queda gente en la que confiar pero, ¿sabes? Ha sido mi culpa. Lo ha sido siempre. Si construyes un edificio enorme y precioso sobre estiércol se acabará cayendo en su propia mierda. Así que llegas tarde amigo. Ahora vete de nuevo a tu casa y déjame en paz, puedo pudrirme solo. 

-¿A dónde coño quieres que vaya si yo soy tú?

Entonces miré mi café y estaba vacío, delante mío no había nadie. La camarera me miraba muy extrañada y el anciano había puesto su sonotone a punto como si hubiese estado viendo una película entretenida. Recogí mis cosas y me fui a mi casa a pasos acelerados. Llamaré a una amiga para contarle esto y, no sé, me haré macarrones de comer.

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