jueves, 19 de septiembre de 2013

Terror en otros planos de existencia

Un verano me fui de vacaciones con mis padres a un pueblecito del norte cuando era un niño. Alquilamos un par de habitaciones en una casa rural para, ya sabéis, disfrutar de las delicias de la vida en el campo. Hacer alguna barbacoa, respirar aire puro mañanero y tener esa sensación de que el tiempo se detiene para ti.
Solía ir cada verano a algún lugar distinto, siempre con mis padres, "así conocerás de todo" decían. La mayoría de los viajes ocurren sin ninguna clase de percance o problema, no pasa nada especialmente interesante, nada más interesante que el lugar que visitamos. Aunque estas, particularmente estas, las recuerdo con todo lujo de detalles.

Aquel pueblo tenía una larga tradición celta que se remontaba a tiempos anteriores a Cristo y sorprendentemente conservaban un cementerio de aquel tiempo. El ayuntamiento y los órganos del municipio correspondiente lo habían escarbado y convertido en atracción turística, "si algo es raro y antiguo hay que verlo", ¿no? La tercera mañana que pasamos allí nos acercamos al dichoso cementerio, se podía caminar por algunas de las viejas criptas que habían sido limpiadas de restos y el turista debía imaginarse las paredes llenas de calaveras como lo estaba entonces, y como estaba cuando excavaron aquí. Los celtas eran un pueblo poco civilizado, bárbaro en muchos sentidos, y tenían una tradición malsana: se comían a sus enemigos para ganar su poder, así que un fuerte guerrero se creía que había consumido decenas de almas y por tanto tenía la fuerza de éstas. Siempre me parecieron unos pirados. 
No sé si formaba parte de la atracción o no pero en una esquina del cementerio había una casita muy vieja, no sé de qué época pero no era contemporánea; en esta choza vivía un señor muy mayor que me recordó al druida de los cómics de Astérix, salvo que éste estaba encorvado, mucho más arrugado y no tenía una barba tan de tebeo. 
Cuando, finalmente, el guía nos dejó libres me acerqué a aquella intrigante estructura pedregosa. Llamé a una rústica puerta de madera y la desagradable mirada de aquel anciano me asustó al instante. Me dijo que pasase, que le gustaban las visitas. Era un cuartucho, en una esquina la cama, en el centro un caldero y lo demás eran estantes con todo tipo de sacos, bolsas y botellas, toda la estancia rezumaba un olor a cerrado que me abofeteó la nariz con tanta fuerza que casi me derribó. El hombre me dijo que qué me traía por el pueblo y le dije que vacaciones pero a él no parecía interesarle demasiado, quizá no entendió qué significa "vacaciones". Estaba casi ciego lo cual le obligó a ponerse unas gafas muy gruesas para poder verme la cara bien, me dijo que mi cara era normal, que todo estaba en orden y que ya me podía ir. No me estaba enterando de nada. Cuando se quitó las gafas me acerqué a una mesa donde se leía un título de libro "El retrato de los muertos", parecía un libro manuscrito. Sin que el viejo se diese cuenta me llevé el libro y me fui deprisa a mi habitación sin mediar palabra con nadie. 

Aquel conjunto de páginas ocre y envejecidas estaba escrito de la misma manera que un libro del medievo, además de estar escrito en castellano antiguo. Por suerte no es difícil de diferenciar del castellano actual por lo que lo pude leer sin muchas dificultades. Al leer los primeros capítulos me di cuenta de que se trataba de un cuaderno de campo y, joder, vaya cuaderno de campo. En él se relataban toda serie de rituales y experimentos para comunicarse con los muertos, el viejo debía ser un brujo o algo raro pensé, o quizá un tipo aún más chalado de lo que parece. Según fui leyendo me di cuenta de que el cuaderno era mucho más antiguo que el anciano y de que no estaba escrito por él, el anciano lo debió haber encontrado y le pareció interesante, tanto como a mí. 
La segunda mitad del libro era más oscura, si cabe, no sólo ya había leído sobre los éxitos de los experimentos tales como comunicarse con difuntos de otras eras, así como atar almas en recipientes especiales o incluso introducirlas en objetos inanimados para que éstas volviesen al plano material de los vivos. Lo que ahora venía fue lo que me perturbó realmente, hasta aquí, como niño que aspiraba entonces a ser forense, el libro  me fascinaba y de hecho mientras lo leía pensaba en cómo hacer yo mismo aquellos experimentos en mi casa en la ciudad. Comenzó un capítulo llamado "Como Llamarlo". 
Me pareció curioso al principio cómo se había escrito "Llamarlo" con mayúscula pero me di cuenta de que fuere lo que fuere siempre era sustituido por un pronombre y una mayúscula. Se afirmaba la existencia de un ser demoníaco, o más bien alejado del bien y el mal, que vivía en el plano onírico, así como las ánimas, el cual podía ser convocado para realizar un trato que pudiere proporcionar un poder descomunal. Yo ya había leído sobre pactos con Satanás y me parecían todos una chufa, un engaño nada sutil y mucho menos convincente, creados para estúpidos desgraciados que querían sentirse importantes haciendo ocultismo barato. Pero esto parecía tan real que daba miedo. Llegué a unas páginas llenas de figuras geométricas de protección contra Él, incluso una manera de que en sueños no pudiera localizarte ni tocarte. Hablaban de un ser de proporciones cósmicas, de poderes inimaginables e incomprensibles para la humanidad. Pasé la noche en vela leyendo aquellas páginas sin detenerme. Me fascinaba y horrorizaba las atrocidades que ese ser podía llegar hacer por capricho, o al menos lo que a la humanidad le parecía un capricho. Cuando llegué a las últimas páginas leí exactamente esto, pues lo traduje y transcribí:

"Mas una cosa no ha de hacerse bajo ningun concepto.
Nunca su nombre ha de ser pronunciado, nunca deberas Decirselo,
nunca Debera saber que lo conoces, nunca Debera recordarlo.
Si tu lo pronuncias, si El lo escucha de ti,
te Encontrara a ti y a tu recipiente de carne y los Hará pedazos junto con tus tierras,
recuerdos, amores, sueños y vidas. La orgía de sangre teñira los mares de tu mundo, ahora condenado al desasosiego y tu, pobre mortal, nunca volveras a vivir en este o ningun otro plano de existencia. Te sera negada tu existencia.
Ten cuidado. Nunca pronuncies su nombre.
Menos en sueños."

El que lo escribía parecía tener miedo mientras lo hacía pues la letra estaba movida y el trazo era tembloroso, hasta encontré el recuerdo de gotas que habían mojado el viejo papel, ¿lágrimas? La última página estaba arrancada. Mejor, así nunca sabré el nombre de Aquello, espero que nadie lo sepa. Espero que el viejo que encontró este libro no lo sepa. O tan sólo espero haber hecho bien quemando aquel manuscrito. 

Historias Irrelevantes

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