martes, 11 de febrero de 2014

La última página de un libro


Sonrisas de cafetería, una camarera ve muchas y quizá de más. Siempre me encantaron las cafeterías de carretera, los hostales aquellos de bocatas. Siempre me pregunté lo interesante que debe ser la vida de alguien que se tenga que hospedar allí. Una vez tuve que detenerme en uno, demasiada lluvia para conducir solo por ahí, me senté en una mesa junto a la ventana y contemplé la lluvia. Caía fuerte contra los cristales, pero a la vez relajaba estar en el calor del interior.
Se me sentó una chica delante, me dijo que lamentaba interrumpirme pero que el local estaba lleno y necesitaba sentarse. Me dio exactamente igual, la gente a veces se disculpa demasiado y luego no lo hacen cuando deben, eso me lo enseñó el perro del vecino, era muy majo.
La chica sacó una libreta y se puso a retratar a la camarera, tenía un estilo peculiar, me gustaba.
-Tiene más barbilla y las orejas un poco más grandes, pero has clavado la mirada.
La chica dudó varios segundos de que la hablase a ella.
-Eh... gracias, es lo que hago cuando, ya sabe, tengo tiempo.
-Vaya, hacía mucho tiempo que a este canoso y aburrido hombre no le llamaban de usted, tutéame si quieres.
-Eso haré, tú. - Y me sonrió.

Cogí mi coche de nuevo, cuando amainó, me atusé el bigote y puse alguna radio movidita, eso creo recordar. Nunca supe qué es exactamente atusar o de dónde viene, pero es lo que se hace con los bigotes. Tarameo seguía en el asiento de atrás, dormido, jodido perro. Es difícil encontrar amigos a mi edad, pero Tarameo lo ha sido siempre. A veces es lo único que me queda, ni mis premios, ni mis vivencias, este es mi presente, todo mi pasado se ha perdido y mi futuro, bueno, no queda mucho de él. Vivimos nuestras vidas, eso es lo que hacemos.

Llegué al final. Al lugar donde las cosas comienzan, la infancia. Siempre los recuerdas mejores de lo que son, los lugares, quizá no es culpa de la memoria sino del lugar en sí. ¿Qué lugar preferiría albergar a un viejo que a un niño lleno de magia? Mi casa no ha cambiado mucho, está al final de un barrio de un pueblo de vacaciones el cual está en medio de una meseta tranquila, tiene algunos bosquecitos y una montaña. Siempre me lo pasaba bien. Hay muros de piedra, cocina de gas, camas tiesas y goteras. Me encanta. Los mejores finales no se escriben ni tampoco se leen. Los mejores finales se saben y se conocen porque son los auténticos finales, no son comienzos de nada, ¿verdad, Tarameo? Le doy unas zanahorias y aquí estoy, en mi final, terminando de leer un cuento creo que árabe sobre un siervo que espantado por su futuro huye, pero hacia su inevitable destino. Es un buen cuento. Ahora mismo todo me parece bien, creo.
Ya no sé ni qué pensar.

-Hola.
-¿Qué tal?
-Sabes por qué vengo, ¿cierto?
-Te vi en la cafetería y no me pudiste dar más igual.
-Siempre pasa, siempre pasa. ¿Tan extraño es que sea así?
-Pues la verdad es que sí, siempre eres lo que vemos en la carroña, los cuerpos, los exhumados, las guerras y las catástrofes, nunca vemos lo invisible, no en momentos de crisis. Eso deberías saberlo.
-Y lo sé, pero sigo aquí. Somos lo que somos.
-De principio a final.
-Y de vuelta a la estantería.
-¿Arreglaste el retrato?
-Sí, creo que me quedó bien, pero no logré captar la forma de la cabeza.
-Poco a poco, déjame la libreta un momento. A ver... sí... ya está... así mejor, ¿no crees?
-¡Oh! ¿Cómo lo hizo?
-Son muchos años, querida. Soy lo que soy.
-Sí, cierto. ¿Quiere algo más?
-No, para nada.
-Pocos son como usted, siempre piden más.
-Ya no necesito más, tuve más que suficiente, siempre lo tuve, desde mis sueños hasta mis pesadillas. He vivido mi vida, con sus consecuencias buenas y malas, las he aceptado todas, me he despedido de quien debía y lo he dispuesto todo. No me queda nada que resolver.
-¿Y algo qué hacer?
-No nacemos con propósitos, los proponemos nosotros porque son nuestros pies quienes los construyen.
-Bien dicho. Levante... a ver... eso es.
-La ciática, ya sabes...
-Sí, lo sé. ¿Un último baile, tú?
-Un último baile.

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