¿Qué
pasaría si la gente que no conoces pero que ves cada día no fueran lo que
parecen ser? ¿Qué pasaría si te contara que tu vecino ya no es humano? ¿Cómo
reaccionarías si te dijera que aquel vagabundo de la esquina por la que pasas
cada día no existe en realidad? ¿Qué me dirías si te dijera que el dependiente
del burger de tu barrio no está vivo?
Estas
cuestiones parecen inverosímiles, ¿cierto?
Alfredo
es un tipo de aspecto descuidado, huele un poco avinagrado y no hay muchos que
se acerquen a él. Suele estar por el centro de su ciudad, las calles están medianamente
concurridas. Algunos días pide dinero, otros coge una pancarta y se patea las
calles a grito pelado. No tiene amigos. No es alguien usual pero es la mejor
manera que tiene de ser alguien…
Alfredo
cada noche se retira a un bosquecito en las afueras de la ciudad, un gran
descampado que por suerte aún no se ha edificado. Cuando llega se desnuda en
una cueva o en algún lugar a cubierto de la Luna antes de la media noche.
Minutos después de que las campanas cuenten hasta doce su piel comienza a
estirarse y extenderse, sus músculos se inflan y él comienza a retorcerse entre
agonías, tiene espasmos y golpea a ciegas como por instinto. Los huesos de sus
brazos se estiran y los de las piernas se contraen partiéndose en el proceso.
Los pelos de sus piernas se hacen más gruesos, más largos y más numerosos. Sus
uñas crecen considerablemente al igual que el vello de los brazos. Pronto su
columna queda encorvada y ensanchada dando como resultado un aspecto primitivo
y horrible. Su cara se deforma hasta la fantasía, su nariz y mandíbula se
ensanchan y estiran, sus ojos se vuelven absolutamente blancos con venas
hinchadas de ira y cólera, sus orejas crecen y aparece vello por toda su
sudorosa tez, se vuelve completamente inconsciente y animal y de la parte
superior de su cabeza aparecen dos cuernos lisos y gruesos. Después de todo
este proceso Alfredo se vuelve un monstruo que destruye cualquier esquema
humano sobre la realidad, su cabeza recuerda a la de un cabrón, sus piernas son
más pequeñas y peludas, sus brazos rozan el suelo y su cuerpo está deformado y
herido alrededor de cada hueso, cada vena y cada músculo. Pronto comienza a
revolverse en su dolor, gime y gruñe sin parar mientras rezuma saliva a cada
lado de su boca y sus ojos miran al infinito en su ceguera.
Por
suerte Alfredo se encadena cada noche para no escapar y realizar algo inhumano
de lo que su conciencia no pueda escapar durante años. Es un condenado atado a
las maldiciones de un pasado que nadie podría creer… ¿Qué por qué un maldito
viene cada día a una ciudad que le desprecia o le ignora? Si te preguntas esto
espero de corazón que nunca te hagan esa pregunta a ti.
Hay
cosas que se nos escapan, cosas que no queremos creer, cosas más allá de las
palabras y el entendimiento humano, cosas… que han estado siempre en el lado
más sombrío de nuestra existencia. Ensueños y pesadillas que bailan a nuestro
alrededor desde la oscuridad. Pasados que se hacen presentes y leyendas que no
se escribieron nacen cada día. Verlos es una maldición. Padecerlos es un
infierno.
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