lunes, 26 de agosto de 2013

Privado

Privado. Acabo de leer esa palabra entre los archivos del portátil, qué atrayente es. Apago el cigarro y lo dejo junto a sus ocho hermanos en aquel cenicero que robé del último motel en el que acabé anoche. Noto una leve sonrisa en mi cara, resulta que este portátil está hasta arriba de porno si sabes buscar bien. Saco otro cigarro. Miranda me despierta de mi ensueño. Qué haces cariño, me dice. Nada, ver unas cosas de Roberto. Ella me toca un pecho con un dedo mientras hace un *pup* con la boca. No te acuestes demasiado tarde, mañana hay negocio, me dice con esa voz tan dulce que me enamoró la primera vez. Sigo investigando y encuentro lo que buscaba: lugares de recogida de Roberto. Esta vez le voy a joder pero bien.

Suena el despertador y retumba en mi cabeza como si fuera un taladro industrial martilleando mis sesos con odio, suelto un leve bramido con la boca, desde lo más profundo de mi garganta. Miranda me mira desde el baño con un cepillo de dientes metido en la boca. Me encanta verla desmelenada, con esa sombra de ojos corrida y su cara de por las mañanas; su ropa interior de encaje hace que mis ojos se despierten aunque mi cuerpo siga sin responder. Vamos, vístete, la escucho decir. Es preciosa, no la merezco. Voy, digo malhumorada y alargándolo todo lo que puedo. Me despierto y me pongo mi ropa interior, piso un par de colillas de camino a la ducha. Oh, sí, hoy tenemos agua caliente. Me encantaría ducharme con ella pero nos retrasaríamos mucho. Me ducho rápido, cojo mi ropa y bajamos por las escaleras de madera rancia de un viejo edificio del centro. Deberían derribarlos y hacer nuevos, esto da miedo. Llegamos a la calle, al sol. La mañana hace que nuestra piel pálida acostumbrada a la noche resalte entre el gentío, da igual, somos escurridizas y pronto acabamos por nuestros callejones. Es el momento de joder a Roberto como nunca. Vamos a cada lugar donde coge su mercancía y con sus claves la recibimos nosotras. Es un plan astuto, sencillo, pero astuto. Pronto hemos cubierto prácticamente todos los lugares antes de que Roberto siquiera haya despertado a la puta con la que durmió ayer.

Acabamos en un lugar de nuestro pasado, un lugar medio en ruinas, medio habitado. Un lugar donde reina la ley del asfalto. Nos acercamos a la casa de una madame. Esto sí que no se lo esperaría nadie, dos lesbianas repletas de mierda limpia en un burdel a las doce de la mañana. Nos quitamos las pelucas antes de entrar, ahora sí queremos que nos reconozcan. Miranda y yo decidimos anoche que salvaríamos a una de estas condenadas de las garras de algún ejecutivo grasiento demasiado verde como para que su mujer le permita hacerla lo que él hace aquí. La madame nos recibe maliciosamente, aquí la droga es igual a dinero, esta hija de perra se gastaría el dinero en heroína, sólo nos cargamos intermediarios. Pasen, pasen, les presentaré a algunas de mis mejores, nos dice con una sonrisa encantadora y encantadoramente perversa por sus arrugas y maquillaje seco. Sabemos que es mentira, sabemos que nos enseñará a sus chicas más drogadas y destrozadas, las muertas vivientes, aquellas cuya vida dejó de importarles hace mucho, no podemos hacer nada por ellas, ya no. Educadamente Miranda le dice a la madame que no se moleste, que buscaremos nosotras y que ya la informaremos. A pesar de la hora que es aún hay hombres en la parte del bar del local, la mayoría de empalme, otros acaban de llegar. Muchos que llevan despiertos más de un día y están más puestos que yo me silban, Miranda, celosa como siempre, me agarra del codo y tira de mí sin que pueda siquiera mirarles. La amo. Pronto llegamos a una zona donde descansan unas chicas, al ver la edad de algunas me acuerdo de cuando me metieron a mí en esto, también sin edad necesaria. Me da una arcada que intento aguantar como buenamente puedo. Noto que Miranda me hace una señal para que me acerque a las chicas, la mesa está llena de cigarros apagados y una se está poniendo hasta arriba de coca. Todas me miran, desconfiadas y medio cabreadas. Las comprendo. ¿Qué quiere un culito de ángel de nosotras?, me dice la más alta de todas mientras apenas la distingo entre las sombras de esta esquina. Redención. Sólo digo eso, cae como un peso muerto en la mesa. Una se espanta, otra está tan sorprendida que se le cae el cigarro, las demás me miran con desprecio. Vete a la mierda, ¿te crees que nos creemos esa mierda? Aquí estamos bien, no nos jodas. Me dice la alta de nuevo, ahora ha salido de las sombras. La miro a los ojos. Tenéis una oportunidad y no voy de coña. Una se empieza a inquietar, la mujer alta acaricia su cabellera y se calma enseguida. No, vete, nosotras ya estamos condenadas y no necesitamos redención, sé muy bien qué eres, así que largo. Muy bien, contesto, pues me voy. Suspiro, me doy la vuelta y comienzo a caminar. Una actuación digna de una profesional, me digo. Según nos alejamos del grupo nos disponemos a caminar hacia la salida, allí hay una chica menuda, con una bata negra y mirada de ternura. Lo hace bien, la jodida. ¿Qué quieres?, digo. Redención. Lo ha dicho exactamente igual que yo pero con un acento que no logro identificar. ¿Segura?, mis ojos son severos y mi gesto serio. Sí, lo estoy. Parece limpia, es una buena compra y traemos suficiente priva como para comprar a cualquiera de estas. La madame acepta maldiciendo entre dientes.

Estamos de vuelta en nuestro apartamento, le hemos dado algo de dinero a la pequeña. Se quedará con nosotras un tiempo para que se adapte a su nueva vida. No habla del todo nuestro idioma pero lo entiende perfectamente. Estudió interpretación en su país y por eso le fue tan bien como prostituta aquí. Duerme en el suelo pero no la importa, sabe que es libre ahora de hacer lo que quiera. Es muy mona, la típica cara de niña pequeña que no se va con la edad, su cuerpo es apenas de metro y medio, blanco y lleno de lunares, verla en ropa interior me alegra por las mañanas. Lástima que Miranda no quiere ni que lo piense. Mañana es otro día de otra vida, me gusta acostarme con esa sensación, mi vida casi no me había dado tiempo para parar... y pensar. Amaré siempre a Miranda, ¿ya lo he dicho?
Es de madrugada y estamos viendo una peli porno que ponían en la tele de pago, se la pinchamos al vecino el año pasado y aún no se ha enterado. Que se joda el pajero. Mientras estoy con mi portátil. Tengo un e-mail de Roberto.

Hijas de puta. Os mataré si os encuentro.
Estáis avisadas

Me entra una risa tonta, apago el ordenador, termina la peli y nos vamos a dormir pensando que aún no hemos olvidado nuestras viejas pieles, que aún no nos hemos despojado de nuestro pasado y que nunca podremos. Miro a Miranda con la luz que entra de la ciudad por la vieja ventana, sonríe en sueños. Amo a Miranda. 

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3 comentarios:

  1. Consigues que me guste la mugre, el olor a humo de coche y a tabaco malo. Maldito laísta.

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    2. Ahora, gracias a la decadente RAE, el laísmo está admitido, solo como adverbio ya no tiene tilde si tú no quieres; truhan y guion ahora se escriben así; existe pirsin, sexi y mánayer, etc
      Pero, gracias... me estoy adentrando poco a poco en este mundo que me da asco recordar, que hace que quiera llorar mientras lo miro cual fantasma, sus costras, sus rincones, sombras y esputos. Por suerte o desgracia para mis lectores me contengo. Me meto en él a través de salvados y salvadores, de solitarios y de anónimos. Capítulos cortos de vidas asquerosamente cortas.

      Gracias por comentar, a veces lo necesito

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