Privado.
Acabo de leer esa palabra entre los archivos del portátil, qué atrayente es.
Apago el cigarro y lo dejo junto a sus ocho hermanos en aquel cenicero que robé
del último motel en el que acabé anoche. Noto una leve sonrisa en mi cara,
resulta que este portátil está hasta arriba de porno si sabes buscar bien. Saco
otro cigarro. Miranda me despierta de mi ensueño. Qué haces cariño, me dice.
Nada, ver unas cosas de Roberto. Ella me toca un pecho con un dedo mientras
hace un *pup* con la boca. No te acuestes demasiado tarde, mañana hay negocio,
me dice con esa voz tan dulce que me enamoró la primera vez. Sigo investigando
y encuentro lo que buscaba: lugares de recogida de Roberto. Esta vez le voy a
joder pero bien.
Suena
el despertador y retumba en mi cabeza como si fuera un taladro industrial
martilleando mis sesos con odio, suelto un leve bramido con la boca, desde lo
más profundo de mi garganta. Miranda me mira desde el baño con un cepillo de
dientes metido en la boca. Me encanta verla desmelenada, con esa sombra de ojos
corrida y su cara de por las mañanas; su ropa interior de encaje hace que mis
ojos se despierten aunque mi cuerpo siga sin responder. Vamos, vístete, la
escucho decir. Es preciosa, no la merezco. Voy, digo malhumorada y alargándolo
todo lo que puedo. Me despierto y me pongo mi ropa interior, piso un par de
colillas de camino a la ducha. Oh, sí, hoy tenemos agua caliente. Me encantaría
ducharme con ella pero nos retrasaríamos mucho. Me ducho rápido, cojo mi ropa y
bajamos por las escaleras de madera rancia de un viejo edificio del centro.
Deberían derribarlos y hacer nuevos, esto da miedo. Llegamos a la calle, al
sol. La mañana hace que nuestra piel pálida acostumbrada a la noche resalte
entre el gentío, da igual, somos escurridizas y pronto acabamos por nuestros
callejones. Es el momento de joder a Roberto como nunca. Vamos a cada lugar
donde coge su mercancía y con sus claves la recibimos nosotras. Es un plan
astuto, sencillo, pero astuto. Pronto hemos cubierto prácticamente todos los
lugares antes de que Roberto siquiera haya despertado a la puta con la que
durmió ayer.
Acabamos
en un lugar de nuestro pasado, un lugar medio en ruinas, medio habitado. Un
lugar donde reina la ley del asfalto. Nos acercamos a la casa de una madame.
Esto sí que no se lo esperaría nadie, dos lesbianas repletas de mierda limpia
en un burdel a las doce de la mañana. Nos quitamos las pelucas antes de entrar,
ahora sí queremos que nos reconozcan. Miranda y yo decidimos anoche que
salvaríamos a una de estas condenadas de las garras de algún ejecutivo
grasiento demasiado verde como para que su mujer le permita hacerla lo que él
hace aquí. La madame nos recibe maliciosamente, aquí la droga es igual a
dinero, esta hija de perra se gastaría el dinero en heroína, sólo nos cargamos intermediarios.
Pasen, pasen, les presentaré a algunas de mis mejores, nos dice con una sonrisa
encantadora y encantadoramente perversa por sus arrugas y maquillaje seco.
Sabemos que es mentira, sabemos que nos enseñará a sus chicas más drogadas y
destrozadas, las muertas vivientes, aquellas cuya vida dejó de importarles hace
mucho, no podemos hacer nada por ellas, ya no. Educadamente Miranda le dice a
la madame que no se moleste, que buscaremos nosotras y que ya la informaremos.
A pesar de la hora que es aún hay hombres en la parte del bar del local, la
mayoría de empalme, otros acaban de llegar. Muchos que llevan despiertos más de
un día y están más puestos que yo me silban, Miranda, celosa como siempre, me
agarra del codo y tira de mí sin que pueda siquiera mirarles. La amo. Pronto
llegamos a una zona donde descansan unas chicas, al ver la edad de algunas me
acuerdo de cuando me metieron a mí en esto, también sin edad necesaria. Me da
una arcada que intento aguantar como buenamente puedo. Noto que Miranda me hace
una señal para que me acerque a las chicas, la mesa está llena de cigarros
apagados y una se está poniendo hasta arriba de coca. Todas me miran,
desconfiadas y medio cabreadas. Las comprendo. ¿Qué quiere un culito de ángel
de nosotras?, me dice la más alta de todas mientras apenas la distingo entre
las sombras de esta esquina. Redención. Sólo digo eso, cae como un peso muerto
en la mesa. Una se espanta, otra está tan sorprendida que se le cae el cigarro,
las demás me miran con desprecio. Vete a la mierda, ¿te crees que nos creemos
esa mierda? Aquí estamos bien, no nos jodas. Me dice la alta de nuevo, ahora ha
salido de las sombras. La miro a los ojos. Tenéis una oportunidad y no voy de
coña. Una se empieza a inquietar, la mujer alta acaricia su cabellera y se
calma enseguida. No, vete, nosotras ya estamos condenadas y no necesitamos
redención, sé muy bien qué eres, así que largo. Muy bien, contesto, pues me
voy. Suspiro, me doy la vuelta y comienzo a caminar. Una actuación digna de una
profesional, me digo. Según nos alejamos del grupo nos disponemos a caminar
hacia la salida, allí hay una chica menuda, con una bata negra y mirada de
ternura. Lo hace bien, la jodida. ¿Qué quieres?, digo. Redención. Lo ha dicho
exactamente igual que yo pero con un acento que no logro identificar. ¿Segura?,
mis ojos son severos y mi gesto serio. Sí, lo estoy. Parece limpia, es una
buena compra y traemos suficiente priva como para comprar a cualquiera de
estas. La madame acepta maldiciendo entre dientes.
Estamos
de vuelta en nuestro apartamento, le hemos dado algo de dinero a la pequeña. Se
quedará con nosotras un tiempo para que se adapte a su nueva vida. No habla del
todo nuestro idioma pero lo entiende perfectamente. Estudió interpretación en
su país y por eso le fue tan bien como prostituta aquí. Duerme en el suelo pero
no la importa, sabe que es libre ahora de hacer lo que quiera. Es muy mona, la
típica cara de niña pequeña que no se va con la edad, su cuerpo es apenas de
metro y medio, blanco y lleno de lunares, verla en ropa interior me alegra por
las mañanas. Lástima que Miranda no quiere ni que lo piense. Mañana es otro día
de otra vida, me gusta acostarme con esa sensación, mi vida casi no me había
dado tiempo para parar... y pensar. Amaré siempre a Miranda, ¿ya lo he dicho?
Es
de madrugada y estamos viendo una peli porno que ponían en la tele de pago, se
la pinchamos al vecino el año pasado y aún no se ha enterado. Que se joda el
pajero. Mientras estoy con mi portátil. Tengo un e-mail de Roberto.
Hijas de puta. Os mataré si os
encuentro.
Estáis avisadas
Me
entra una risa tonta, apago el ordenador, termina la peli y nos vamos a dormir
pensando que aún no hemos olvidado nuestras viejas pieles, que aún no nos hemos
despojado de nuestro pasado y que nunca podremos. Miro a Miranda con la luz que
entra de la ciudad por la vieja ventana, sonríe en sueños. Amo a Miranda.
Historias Irrelevantes
Consigues que me guste la mugre, el olor a humo de coche y a tabaco malo. Maldito laísta.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarAhora, gracias a la decadente RAE, el laísmo está admitido, solo como adverbio ya no tiene tilde si tú no quieres; truhan y guion ahora se escriben así; existe pirsin, sexi y mánayer, etc
EliminarPero, gracias... me estoy adentrando poco a poco en este mundo que me da asco recordar, que hace que quiera llorar mientras lo miro cual fantasma, sus costras, sus rincones, sombras y esputos. Por suerte o desgracia para mis lectores me contengo. Me meto en él a través de salvados y salvadores, de solitarios y de anónimos. Capítulos cortos de vidas asquerosamente cortas.
Gracias por comentar, a veces lo necesito