jueves, 1 de agosto de 2013

Asuntos pendientes

Esta era una chica tranquila, mona, de costumbres sencillas y pobres, la típica niñita que no podía destacar ni queriendo. Ya ni ella se acuerda de ese tiempo. 
Se dirigía con su amigo especial en un coche un tanto destartalado por una autopista en la que nunca había estado. Se escuchaba en la vieja radio de casetes un grupo de rock que ella no conocía. Tenía el pelo caído y oscuro, de tonos rojizos, mientras que los laterales de su cabeza estaban rapados. Tenía cara de pocos amigos, le acababa de pasar una desgracia y lo pagaba fumando cigarrillos de los baratos cuya ceniza terminaba en el asfalto. Su amigo iba tarareando al unísono con la radio mientras que con el dedo en el volante marcaba el ritmo de la canción. Iban en silencio desde hacía algunos minutos. Tomaron la primera desviación que encontraron, él se estaba meando. Buscaban a alguien aquel día. 

El motel era rústico y estaba hecho una ruina, a ella no le importó y a él menos. A sus clientes habituales aún menos. Era barato, no querían más. Esa noche la pasaron allí con media botella de whisky escocés y un par de preservativos. Ambos querían descargar adrenalina, cada uno tiene sus razones. Ella no le miró a los ojos esa noche. Continuaron su viaje por la mañana después de tomarse un par de huevos y un poco de bacon frito. Pusieron el casete que a él le mantenía despierto y siguieron su camino. Hacía días que no encontraban la pista de su amiga. Ella cada día estaba más angustiada y él cada día sabía menos qué hacer para calmarla. Era un viaje duro, de pocas palabras. 
Pronto llegaron a un poco de esperanza. Un hombre contactó con ella por teléfono y les dijo que se encontrarían en una cafetería que hacía esquina en un pueblo metido a ciudad el cual se encontraba cerca de donde estaban. No tenían nada mejor así que fueron, aunque sabían que podía pasar cualquier cosa. Allí ella pidió un café solo y él con leche y dos sobres de azúcar. El hombre que les contactó allí les esperaba, era un hombre corpulento, sucio y no parecía de fiar, como ellos. La información no era gratis y ella se sacó uno de cien de dentro de su abrigo largo y marrón y se lo pasó al hombre por debajo de la mesa. El hombre, ahora contentado, soltó lo que sabía, que su amiga había estado allí, que le acompañaba un tipo que iba de negro y era pálido y que les vio entrar en casa de un amigo suyo. Ella pensó que podía fiarse pues este hombre sabía moverse y sabía dar la información exacta a quien exactamente la necesita, era un hombre de negocios después de todo. 
Llamaron a la puerta del amigo del hombre y al cabo de unos segundos escucharon la puerta entreabrirse, ella no se anduvo con gilipolleces y abrió la puerta con mal humor y gritos. Era una casa vieja y detrás de la puerta se encontraba aquello, el amigo del hombre, con ojos de confianza en sí mismo y cara de estar esperando compañía. Él le pidió a ella que se calmara y aquello les invitó a entrar, pronto estaban en el salón. Aquello sabía qué buscaban y que sabían qué era aquello mas no le importaba y les ofreció un té inglés. Aquello era muy caballeroso y educado. No es de fiar, pensó él que se lo comunicó con un gesto a ella, la cual concordaba con él. Dónde está preguntó ella a aquello el cual, perplejo, no sabía de qué hablaban. Ella, enfurecida, le advirtió que no se andara con jueguecitos, que aquella noche tenía poca paciencia. Aquello la advirtió a ella que no sabía con qué trataban. Ella afirmó saberlo y mostró indiferencia. Sacó una mágnum que guardaba en la parte trasera del cinturón y, mirando por encima de las gafas de sol le apuntó al corazón. Aquello pidió calma. Se sentó, se puso la mano en la cabeza en posición de cansancio y afirmó estar anciano para jugar al ratón y al gato. Aquello les contó que su amiga estaba probablemente en el dormitorio de una casa al oeste del pueblo, yaciendo muerta... y viva. Ella apretó los dientes y le cogió del cuello de la camisa. Él la cogió del hombro y ella soltó a aquello, el cual se disculpó. 
Salieron de allí y buscaron la casa con las direcciones que aquello les dio. Cuando lo hicieron ella abrió la puerta de una patada. 

Era por la tarde, ponían rumbo norte por una autopista ya conocida por los dos. Sonaba un grupo que le gustaba a ella. Ella le dio un beso en la mejilla a él que sonrío torpemente mientras conducía. Esta vez buscaban un hogar. 

Anónimo
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