domingo, 4 de agosto de 2013

No pararon en la cuneta

Sorbió un poco más de café, sus marcadas ojeras gritaban por un poco de cafeína. Se sentó, tiró las cenizas en el platito de la taza y suspiró. Hacía semanas que no veía a nadie, tan sólo miraba el periódico, veía lo que fuera que echaran en la tele y bajaba al sótano para sentir nostalgia. Tenía un aspecto horrible, aunque nada exagerado con el aspecto que solía tener. Se acarició el piercing de la nariz, pensó un poco en qué hacer ese día, bajó los ojos al café. Tomó otro sorbo. Miró hacia el techo, exhaló. Se dio cuenta que no llevaba sujetador. Le dio igual al segundo después de saberlo. Se levantó, lavó la taza y salió a fuera a fumarse el tercero de la mañana. Aquel día se presentaba como todos pero vio su viejo coche acercarse por la calle. Él la saludó, ella, tirando el cigarro y todo lo que llevaba encima, fue corriendo a abrazarle y sonriendo se quejó de cuánto hacía que no le veía. 

A los pocos días salieron de casa en aquel coche esperando no volver en mucho tiempo. Ella reclinó el asiento, se puso sus gafas de la suerte, comprobó la guantera y se guardó a una vieja amiga en la bota. Encendió un cigarro y después de chincharle a él con el humo se echó a reír como hacía semanas que no hacía. Él miró el móvil en un semáforo, a algún sitio irían. 
Acabaron en un lugar costero con casuchas de madera seca, encontraron su casa, sujetada por unos postes por si subía la marea. No había timbre, dieron golpes a la puerta. Vieron la cara de una señora muy mayor y muy malhumorada, casi los echa en el acto. Él la explicó la situación y ella sonrío. Les dijo que allí ya no pasaban esas cosas, pero sabía dónde podría pasar algo parecido. Los envío a dos pueblos más al norte. Por el camino pararon un par de veces, eran dos pueblos pero muy lejanos entre sí. Después de dos días de viaje llegaron. Lo primero que les sorprendió fue tantísima niebla. 
Ella se abrochó el abrigo y él se subió la cremallera de la sudadera. Ambos se pusieron una braga. Caminaron a paso firme por la nieve hasta que llegaron a la casa que se les había descrito. Era de día y el sol estaba en el punto más alto. Decidieron llamar a la puerta de atrás. Les abrió un tipo negro ancho, les dijo que no quería comprar nada y ellos con el mal humor en sus caras le dieron una patada en sus debilidades. Entraron en la casa mientras el pobre hombre sollozaba en el suelo, lo primero fue bajar al sótano. Sacaron los bates de béisbol. Lo siguiente era el desván, hicieron lo propio. El hombre recibió un parte médico días más tardes por contusión en el cráneo. Al salir del pueblo ambos dos recibieron una extraña visita en el coche. Era una chiquita joven, más joven que ella, rubia y de una belleza sureña, con ojazos incluidos. Les pidió si podía ser como ellos, de momento ninguno objetó. Momentos más tarde el silencio se rompió y la chica tenía un balazo en la pierna. Después de limpiar la herida los tres volvieron a casa. Hay días raros.

Bebieron del café que él preparó, ella sacó tres cigarros de liar, tabaco rubio. Dejó una caja vacía para las cenizas encima de la mesa. Era de noche cuando llegaron, el ventilador giraba lentamente, el viento lo hacía. Ella decidió esa noche, dormían juntas. Buenas noches.

Anónimo
Desde mis sueños hasta tu pantalla
Historias Irrelevantes

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