viernes, 9 de agosto de 2013

Siempre hay tiempo para el café

Hay salones oscuros. Salones de negro y rojo, formas en espiral, ruinas góticas intactas, lugares tenebrosos, lugares de pesadilla. Se escuchan las últimas suplicas de alguien que alentado por el miedo maldice por su vida. ¿Qué será de él ahora que su vida no pende de los hilos de sus manos? Él conocía el final, no a sus verdugos, pero sí que de aquella noche no pasaría. No se puede huir de algo así, no de gente como ellos. ¿Gente? No sé si es la palabra más adecuada para describir a dos monstruos como ellos. Asesinos, macabros, lúgubres, mercenarios de sí mismos. Cargan con sus responsabilidades. Las cumplen. Y se van. 

La mañana de esa misma noche están desayunando en una cafetería del centro, corre la brisa, acaban de abrir, ellos no han dormido y necesitan un café. Apenas se ve el sol en el horizonte y en plena ciudad mucho menos, los bosques de edificios lo nublan todo pero una luz tímida se adentra suavemente sobre todos los distritos. La cafetería, modesta y coqueta, sirve un café que sienta de maravilla; calentito, amargo y terriblemente adictivo si se sirve en una bonita taza. Ella además pidió algo de bollería para llenar el estómago. 
-No puedo creer que no comas nada, ha sido una nochecita larga, ¿no crees?
-Peores he tenido. 
Él miró hacia un lado como buscando algo, o a alguien. Le gustaba hacerlo, miraba a todo el mundo, a todos los rincones, parecía como si llevase buscando algo desde siempre. 
-¿Peores, eh? Sí, claro, yo también. En una fiesta de la facultad acabé despertándome en una habitación con tres hombres desnudos y demasiado dolor de cabeza como para asustarme demasiado. No te lo recomiendo.
-¿Acostarme con tres hombres?
-¡No, idiota! Despertarte en una habitación con resaca y tres hombres. Los ronquidos eran como patadas en el cerebro y olía a infierno. 
-¿A incienso?
-¿Empalmar te pone gracioso?
Él no respondió y siguió mirando al resto de la calle. Era verano, estaban en la calle, terraza de la cafetería, pero ese frío mañanero seguía siendo capaz de helar los huesos. Se acarició un poco la perilla.
-¿Qué piensas, tío?
-En nada particular.
-En serio, siempre que miras así estás maquinando algo.
-¿Alguna vez te has preguntado por qué hacemos esto?
-"Porque alguien lo tiene que hacer y todos están demasiado dormidos como para hacerlo", ¿no? Eso me contestaste tú la primera vez.
-Ya...
Ella no comprendía qué le pasaba, resulta ser de esas personas que nunca acabas de conocer, quizá por eso le atrajera tanto. No le gustaba la última página de los libros. 
Pagaron su cuenta y se fueron caminando hasta donde tenían el coche, estaba a unos cuantos minutos pero no les importó demasiado. Las mañanas tempranas de verano son preciosas. Cuando llegaron no les apetecía irse, aún era pronto, podían estar un rato más allí. Parecía magia. Ella se sentó en el capó a ver las nubes y él entró dentro y se puso a escribir en su cuaderno de notas. A veces en un silencio se disfruta más que en una conversación aunque cueste creerlo. 
Cuando partieron eran casi las diez de la mañana y necesitaban dormir profundamente. El hombre del vestíbulo de aquel hotel de tres estrellas les indicó su habitación y le dijeron que no les despertase para comer. 
-Por las pintas y por dormir a estas horas no sé si son fiesteros o vampiros -le dijo el hombre a su compañero. Era un hotel normalillo, pero tenía un pequeño bar al lado bastante concurrido y más de una noche tenían parejas demasiado borrachas como para esperar a llegar a casa.
Cuando ella se despertó vio que él estaba encima de su cama escribiendo y con sus gafas de leer. Se incorporó lentamente arañándose los ojos. Bostezó como creyó nunca hacerlo, aunque no estaba segura, nadie se acuerda de sus bostezos. 
-No sabía que alguien como tú usaba gafas.
-¿Y por qué alguien como yo no usa gafas?
-Déjalo. ¿Qué escribes?
-Notas de nuestro último encuentro.
-Ajá... ¿qué coño te pasa?
-No sé a qué te refieres.
-¡Sí que lo sabes! Actúas raro, miras raro, hablas raro. Más raro de lo habitual, te pasa algo, cabrón. 
-Te juro que no sé a qué te refieres y por cierto se te ha corrido el maquillaje. 
Ella refunfuñó, se levantó en ropa interior y se deslizó hacia el baño. Se miró los ojos, rojos de sangre palpitante y mal descanso, ojeras largas y expresión de ruina. Asomó su cabeza por el baño:
-¿Te apetece hacerlo?
-Hoy no.
Se dio un baño. 

Anónimo
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