Detrás
de muchas miradas se esconden secretos que nadie quiere creer, que de saberse
todo el mundo olvidaría conscientemente, hechos ocultos por un bien común,
misterios que no deben ver la luz. Son sombras que todos conocemos pero todos
olvidamos. Hay quienes conocen estos susurros y los ocultan con todo lo que les
queda de humanidad.
Tomás
es un hombre moreno, vive cerca de la ciudad en un pequeño apartamento de un
barrio callado y alejado, no suelen pasar muchas cosas por allí. Su apartamento
es un bajo. Es un hombre amable de unos cuarenta años aunque ya tiene canas y
un poco de alopecia. Participa en todas las obras benéficas de su iglesia, da
golosinas a los niños y es amigo de la gran mayoría de dueños de perros del
barrio pues siempre que tiene tiempo saca a pasear a su beagle por los pocos
parques y avenidas que aún quedan en aquel pequeño barrio. Es un gran tipo,
trabaja en una empresa de ventas que no le quita demasiado tiempo. Tomás es un
tipo normal.
Debajo
de su cama tiene una trampilla fabricada por él. Su bloque de apartamentos no
tiene sótano, tan sólo una sala de calderas por lo que imaginamos que Tomás ha
cavado ese sótano que se encuentra bajo su cama. Cada noche de domingo corre su
cama, abre la trampilla, mete unas escaleras y baja lentamente. Parece
profundo, debe serlo para evitar todas las tuberías y alcantarillas del barrio,
hasta que pisa madera con sus viejos mocasines. Camina lentamente hasta una
portezuela de hierro con extraños relieves que forman encinares, parece una
puerta muy antigua. La abre con una llave que sólo él posee y que guarda
convenientemente en el mismo llavero que la llave de la trampilla. Arrastra las
pesadas puertas y llega a un pasillo iluminado con luz eléctrica aunque el
pasillo es de ladrillos muy viejos, algunos enmohecidos. Camina y camina, sus
mocasines hacen un eco aterrador pero él lo conoce muy bien, camina seguro y
decidido, su cara mantiene un semblante muy serio, inédito para sus conocidos.
Llega
por fin, pasa por un arco y llega a una sala redonda en la que dispuestos según
coordenadas cartesianas se encuentran cuatro pasillos, de cada uno aparece un
hombre. En el centro hay una estatua de oro, la estatua representa a un ser de
cuatro cuerpos, esto es, cuatro caras, ocho brazos, ocho piernas y cuatro
torsos, cada uno mirando a uno de los pasillos, el ser no tiene espalda ni
gónadas. Cada uno se acerca a un pequeño altar situado frente a la figura y
sacan un libro. Cada libro es diferente, parecen viejos diarios personales,
carcomidos y muy leídos. Los abren, alzan las manos, hacen una reverencia y
realizan cánticos en lenguas fósiles. Entonces la cabeza dorada de cuatro caras
gira en el sentido de las agujas del reloj una posición, se abren las bocas y
los ojos y de ellos mana sangre, sangre demasiado densa para ser humana, la
cual se desliza sin dejar rastro alguno en una fuente que se encuentra frente a
cada faz de la estatua. Los cuatro sacan unas copas muy alargadas y
ornamentadas, recogen la sangre y con sus lenguas recogen ese líquido casi
carmesí, casi negro, con unas lenguas exageradamente grandes para la humanidad,
son finas y muy largas, capaces de absorber gran cantidad de vitae, sangre. Los
cuatro se limpian la boca, cierran los ojos, hacen una reverencia y se van por
donde vinieron.
Esto
es un hecho insólito de por sí, ¿cierto? Tomás es un hombre que esconde muchos
secretos aunque, ¿qué es más inverosímil, este extraño ritual o el hecho de que
lleve siglos haciéndolo junto a los mismos cuatro hombres? Eso es un juicio que
dejo a quien escuche estos testimonios.
Al
día siguiente Tomás se levantará de la cama, se preparará un café, pondrá agua
en el café de Puch, su perro, cogerá su viejo coche y se irá a trabajar
escuchando un programa mañanero de radio.
Testimonios Increíbles
Historias Irrelevantes
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