sábado, 24 de agosto de 2013

Tomás

Detrás de muchas miradas se esconden secretos que nadie quiere creer, que de saberse todo el mundo olvidaría conscientemente, hechos ocultos por un bien común, misterios que no deben ver la luz. Son sombras que todos conocemos pero todos olvidamos. Hay quienes conocen estos susurros y los ocultan con todo lo que les queda de humanidad.

Tomás es un hombre moreno, vive cerca de la ciudad en un pequeño apartamento de un barrio callado y alejado, no suelen pasar muchas cosas por allí. Su apartamento es un bajo. Es un hombre amable de unos cuarenta años aunque ya tiene canas y un poco de alopecia. Participa en todas las obras benéficas de su iglesia, da golosinas a los niños y es amigo de la gran mayoría de dueños de perros del barrio pues siempre que tiene tiempo saca a pasear a su beagle por los pocos parques y avenidas que aún quedan en aquel pequeño barrio. Es un gran tipo, trabaja en una empresa de ventas que no le quita demasiado tiempo. Tomás es un tipo normal.
Debajo de su cama tiene una trampilla fabricada por él. Su bloque de apartamentos no tiene sótano, tan sólo una sala de calderas por lo que imaginamos que Tomás ha cavado ese sótano que se encuentra bajo su cama. Cada noche de domingo corre su cama, abre la trampilla, mete unas escaleras y baja lentamente. Parece profundo, debe serlo para evitar todas las tuberías y alcantarillas del barrio, hasta que pisa madera con sus viejos mocasines. Camina lentamente hasta una portezuela de hierro con extraños relieves que forman encinares, parece una puerta muy antigua. La abre con una llave que sólo él posee y que guarda convenientemente en el mismo llavero que la llave de la trampilla. Arrastra las pesadas puertas y llega a un pasillo iluminado con luz eléctrica aunque el pasillo es de ladrillos muy viejos, algunos enmohecidos. Camina y camina, sus mocasines hacen un eco aterrador pero él lo conoce muy bien, camina seguro y decidido, su cara mantiene un semblante muy serio, inédito para sus conocidos.
Llega por fin, pasa por un arco y llega a una sala redonda en la que dispuestos según coordenadas cartesianas se encuentran cuatro pasillos, de cada uno aparece un hombre. En el centro hay una estatua de oro, la estatua representa a un ser de cuatro cuerpos, esto es, cuatro caras, ocho brazos, ocho piernas y cuatro torsos, cada uno mirando a uno de los pasillos, el ser no tiene espalda ni gónadas. Cada uno se acerca a un pequeño altar situado frente a la figura y sacan un libro. Cada libro es diferente, parecen viejos diarios personales, carcomidos y muy leídos. Los abren, alzan las manos, hacen una reverencia y realizan cánticos en lenguas fósiles. Entonces la cabeza dorada de cuatro caras gira en el sentido de las agujas del reloj una posición, se abren las bocas y los ojos y de ellos mana sangre, sangre demasiado densa para ser humana, la cual se desliza sin dejar rastro alguno en una fuente que se encuentra frente a cada faz de la estatua. Los cuatro sacan unas copas muy alargadas y ornamentadas, recogen la sangre y con sus lenguas recogen ese líquido casi carmesí, casi negro, con unas lenguas exageradamente grandes para la humanidad, son finas y muy largas, capaces de absorber gran cantidad de vitae, sangre. Los cuatro se limpian la boca, cierran los ojos, hacen una reverencia y se van por donde vinieron.

Esto es un hecho insólito de por sí, ¿cierto? Tomás es un hombre que esconde muchos secretos aunque, ¿qué es más inverosímil, este extraño ritual o el hecho de que lleve siglos haciéndolo junto a los mismos cuatro hombres? Eso es un juicio que dejo a quien escuche estos testimonios.


Al día siguiente Tomás se levantará de la cama, se preparará un café, pondrá agua en el café de Puch, su perro, cogerá su viejo coche y se irá a trabajar escuchando un programa mañanero de radio.

Testimonios Increíbles
Historias Irrelevantes 

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