viernes, 24 de julio de 2015

A bordo de un barco pirata retirado

-Abuelo, cuéntame más de tus historias. ¡Me encantan!
En mitad de la noche, a la luz de un farolillo y sobre la cubierta de un pequeño navío, el anciano se aclaraba la garganta y se encendía su vieja pipa de los viejos tiempos.
-Bien, pequeño, te contaré tres cosas que todo pirata que se las apañe para vivir tanto como yo echará de menos. La primera y más importante, la osadía.
-¿Una osa?
-No, no. La osadía.
-¿Y eso qué es?
-Un pirata es osado, un pirata es bravo, un pirata es libre y orgulloso de gritarlo por los siete mares. La osadía del pirata es lo que le hace ir gritando allá a donde vaya con la cabeza alta y una sonrisa en la cara. La osadía es lo que me hacía sentir eternamente joven, atrevido, aguerrido, es la sonrisa que tenía cuando me batía en duelo con algún marinero y le hacía ¡ahá! con mi sable.
-¿Cómo?
-Así, mira, ¡ahiá!
-¡Oh! ¿Y qué más? ¿Qué más echan de menos los piratas, abuelito?
-Veamos... ¡ah! La segunda cosa que más se echa de menos son las canciones. No cualquier canción pequeño, las canciones de los piratas.
-Pero las puedes escuchar en la mini-cadena.
-¡Mira que eres listo, enano! Pero no, eso no sirve. ¿Alguna vez has estado en una taberna repleta de hombres felices celebrando el simple hecho de haberse juntado? Jarra en mano y encima de todas las mesas cantábamos y bailábamos hasta que nuestras barbas se enroscaban y no nos salía más voz de la garganta. Entonces, ¿sabes qué hacíamos?
-¿Poner la mini-cadena?
-¡No! No, no, no. Pedíamos otra ronda de ron, nos la tomábamos de un trago
y seguíamos cantando por horas hasta que el ron podía con nosotros y nos echábamos la siesta. Trata de imaginar cómo sonaban las canciones gritadas por una habitación llena de gente alegre que vivía por la música y el buen ron. Eran buenos tiempos, sí.
-¡Abuelo!
-Dime, nietecín.
-¡Nosotros podemos cantar!
-Ay... me temo que estoy muy viejo para eso, pequeñajo. Pero te tomaré la palabra para el día de tu boda.
-¿Mi qué?
-Olvídalo. Te contaré la tercera cosa que todo pirata echa de menos. Y no son las riquezas, no son las mujeres.
-¿Por qué ibas a echar de menos a las mujeres? A mí solo me riñen.
-Eh, no es culpa de la abuela que siempre te metas en problemas. ¿Vale?
-Vaaale.
-Lo tercero que un pirata echa de menos la mar...
-Abuelo, estamos en un barco en mitad del mar. Y está tan oscuro que no veo nada de nada.
-No, no es el mar como tú lo conoces. Es el mar abierto, el mar libre, el mar que te llevaba a grandes aventuras y que te llevaba a casa. El mar lleno de corrientes y oportunidades. La sensación... ¡la sensación de salir de un puerto en busca del destino que hay detrás del horizonte! Ese es el mar que todo pirata echa de menos.
-¿Crees que algún día iré a ese mar, abuelo?
-No lo sé, hijo, no lo sé.
-¡Jo! ¡Yo también quiero ser un pirata como tú!
-Bien, pues coge tu sable de madera.
-¡Cogido!
-Ponte tu parche.
-¡Puesto!
-Y ahora te voy a enseñar cómo se maneja un timón. Haremos que este pequeño surque el océano y a ver a dónde nos lleva, ¿qué te parece?
-¡Que ser pirata es lo mejor del mundo!
-Genial. Pero hay que estar en casa para el desayuno, no quieras tu abuela nos mate.
-¡Claro que no! Además sus tortitas son las mejores del mundo.
-Las mejores de los siete mares, hijo. Las mejores de los siete mares.

Y cantando una alegre canción se desvanecieron en la oscuridad de la noche en mitad de un mar calmado, hambriento de buenas historias.

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