viernes, 24 de julio de 2015

Entrevista con la dueña de una cafetería de carretera

Cada vez menos gente visita la cafetería. Es lo malo de los locales de carretera, somos desconocidos y una franquicia famosa al lado puede hundirte el negocio. La gente en mitad de un viaje prefiere la seguridad de lo conocido. Probablemente entrarán en la hamburguesería del lado sabiéndose los precios de memoria. Por un lado me da pena porque es malo para el negocio y por otro me alegra porque así solo vienen buenos clientes. De los que traen historias, de los que aprecian la calidad hogareña y el silencio artesanal.
De donde vengo las historias son muy valiosas, muchas veces son la moneda de cambio y por eso a veces una buena historia hace que un viajero tenga un café gratis. Pero sólo un café, en mi país no teníamos impuestos. Vaya cosa más curiosa, los impuestos. Una ya es vieja y aún no comprendo eso de los impuestos.
¿Que qué hacemos con las historias? Las guardamos en tarritos, tarritos como este que llevo colgado al cuello, se les pone un tapón y listo, ya tienes una historia para toda la vida. La memoria es un banco muy poco seguro para una historia. A veces, raras veces, vienen viajeros por historias no por café. Esos días son los mejores, hacen que todas estas arrugas se arruguen un poco más porque no dejo de sonreír incluso ahora que me acuerdo de ellos. Y me acuerdo de todos, de todos y cada uno de ellos. No son personas normales, no se las puede pasar por alto y aparecen allá donde se propongan. Son, realmente, personas extraordinarias.
Mira, ven por aquí, aquí detrás de la cocina tenemos esta puerta madera. La instaló mi madre cuando vinimos aquí, decía que en casa teníamos una igual y que no podíamos no tener algo así aquí. Así que tenemos todos estos cajoncitos repletos de historias que hemos ido recogiendo a lo largo de varias generaciones. Claro, muchas son de mi tierra, pero también tenemos una centena de historias que hemos recibido en esta misma cafetería.
Las personas tienen una... llama especial, ¿sabe? Una llama interior, mi abuelo lo llamaba "el gran fuego", y las historias son una pequeña brasa de ese fuego, una que cuesta muy poco dar y pero que puede encender fuegos que ya estaban apagados.
Son algo precioso, créame.

Ahora usted tiene nuestra historia. Pero, díganos, ¿cuál es la suya?

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