viernes, 24 de julio de 2015

Fuegos artificiales que se quedan en la memoria

Recuerdo los veranos de cuando era pequeño. Todo era más sencillo cuando era pequeño, supongo que eso nos pasa a todos. Menos preocupaciones, ¡más dulces! Uno podía correr sin cansarse y jugar todo el día para acabar durmiendo como un bebé. Recuerdo la casita de mi abuela en la costa. Era una costa pedregosa llena de colinas verdes y acantilados preciosos. Solíamos bañarnos cada mañana allí aunque el agua estaba tan fría que ninguno aguantaba mucho.
Me acuerdo que mi abuela me decía que yo era la niña más guapa que había visto en su vida y yo aprendí a hacerle caso a mi abuela. Especialmente recuerdo una noche, la noche de los fuegos artificiales.

Aquella noche fue mágica. Estábamos toda la familia en la playa viendo cómo el cielo se iluminaba de colores, cómo todo estallaba en formas y magia viva. Veía colorearse las caras sonrientes de mi familia. Hace años que no nos reunimos y mucho menos que somos felices juntos unos con otros... pero ese es otro tema. Esa noche fue realmente mágica, no sólo por los fuegos. Cuando se acabaron todos regresaron a casa a probar la cena mi abuela pero yo preferí quedarme un poco más. Fue entonces cuando lo vi.
Era un ratoncillo chiquitín, con una llama al final de la cola y unas orejas enormes. No era de un solo color, iba cambiando, como un fuego artificial. Mi abuela me había contado muchas historias de animales mágicos: serpientes marinas, árboles pastores, pájaros milenarios, peces de oro... pero nada sobre un ratón hecho de fuegos artificiales.
Me miraba curioso, yo no sabía muy bien qué quería así que se lo pregunté. El ratoncillo me miró boquiabierto, me cogió de un dedo y tiró para que le siguiera. Me quemó. Pero aún así quise seguirlo. Los niños son así de curiosos, supongo. El ratoncillo me señalaba el mar así que me metí y el subió a mi hombro y mi hombro comenzó a calentarse. Me señalaba que siguiera hacia delante así que seguí. Cuando ya estaba toda empapada y el agua me cubría casi por los hombros, saqué una mano y puse al ratoncillo en ella para que no se ahogase y comencé a nadar mar adentro en plena noche. Cambiaba al ratón de mano para no quemarme mientras nadaba y nadaba. Y cuando él consideró que ya era suficiente saltó al agua y vi cómo se deshacía poco a poco. Yo no entendía nada, ni lo haría ahora, pero sin darme cuenta comencé a nadar hacia a la orilla cuando escuché un silbido fortísimo, me giré y vi un estruendoso relámpago subir hasta las nubes y allí estallar en cientos de miles de colores diferentes. El mejor fuego artificial que he visto en toda mi vida. Te lo juro. De lo bonito que fue me puse a llorar en mitad del mar. Nadé corriendo hacia la costa para encontrar a mi familia atónita, el ratoncito seguía brillando en el cielo y nadie se dio cuenta de yo acaba de llegar a la playa.

Cuando nos estábamos acostando mi abuela se acercó a mi cama y me susurró "gracias por haber cuidado de mi amiguito, estaba enamorado de la Luna". Y me dio un beso de buenas noches.
Mi abuela era la mejor. 

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