viernes, 24 de julio de 2015

Conociendo la vida de otro

-... después de quemar todas sus cosas nos sentamos un rato a recordarla. Hasta que amaneció. Cada uno se montó en su coche y cada uno tiró por su lado.
-Tuvo que ser duro.
-Lo fue, lo fue. ¿Alguna vez contaste cuántos demonios te persiguen? Esa noche yo pude contar uno menos. Habíamos hecho las paces con ella... y con el resto. Nadie era culpable. Nadie tenía que ser usado nunca más y por fin pudimos afirmar que ella descansaba en paz.
-¿Y no supisteis nada de qué fue lo que le pasó?
-No... aquel día fue el peor día de nuestras vidas. Cada uno estaba desbordado y ninguno nos acordamos de ella. Para cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde, un fallo respiratorio nos dijeron los médicos. Pero no nos dijeron por qué le dio o qué encontraron cuando llegaron al piso.
-Vaya historia.
-Ya lo creo. De esas para recordar. Aunque no para contarlas tomando un café con una completa desconocida, claro.
Ambas se rieron.
-Tú para mí ya no lo eres, dale las gracias a tu historia por eso.
-Cuando la vea se lo diré.
-¿A la historia?
-Sí, claro. ¿A quién si no?
-Tonta.
-¿Y tú qué? ¿Cuál es tu historia?
-No tengo historia, no todo el mundo la tiene. Algunos simplemente hemos vivido nuestras vidas sin más, haciendo lo que se supone que debemos hacer y esas cosas.
-¿Hemos?
-Hay más gente como yo. Gente sin historia.
-¿Eres una hoja en blanco?
-No sé si siquiera se puede escribir algo en mí.
-No seas tonta, mujer. Aventúrate un poco.
-Tranquila, tampoco es que quiera tener una historia.
-¿Por qué no ibas a querer?
-¿Por qué iba a querer una?
-Para vivir la vida, para guardar esos recuerdos, esas cosas tan mágicas que te hacen recordarte que estás vivo. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
-Sí... pero yo no soy así. Una flor... con una flor yo ya me siento viva.
-¿Qué tipo de flor?
-Cualquiera que huela bien.
¿Cualquiera, cualquiera?
-Sí, creo. O... no sé, mirar por la ventana. Soy más tranquila que tú, no soy de sobresaltos ni de grandes aventuras sobre una banda, una chica y los pactos esos que me contabas. Yo simplemente hago mi vida.
-¿Y no tienes curiosidad?
-¿Sobre qué?
-Vivir aventuras.
-Un poco, supongo. No es algo que... bueno, no es algo que piense mucho.
-Vale, pues mañana mismo te quiero con una maleta en la puerta de tu casa. Y tráete tu flor, ¿vale?
-¿Mi flor? ¿Qué flor?
-¡Tú espérame con una maleta! Yo me encargo del resto.
-Bueno, si quieres.
-Sí que quiero, bonita. Además... ya sabes, sólo nos quedamos la una a la otra.
-Para bien o para mal.
-Sí. Para bien o para mal...

Ambas miraron a sus tazas de café. Llevaban vacías casi treinta minutos. 

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