viernes, 24 de julio de 2015

La hamaca

-Eh, deja las pajas un momento y ayúdame con esto.
Asintió resignado, sabía que no le quedaba otra.
-¿Qué haces con esa... red?
-Es una hamaca, gilipollas, ayúdame a colgarla.
-¿Por qué pones una hamaca en el salón?
-¿Por qué te haces pajas en el salón?
-Vale.
En cuanto la colgaron ella se tumbó y comenzó a balancearse mientra tocaba el ukelele.
-¿Tienes que tocar eso ahora?
-¿Cuándo quieres que lo toque?
-Es igual, déjalo, me voy a dar una vuelta.
-Pásalo bien.
Ya era de noche, así que fue a casa de Tomás, un amigo suyo, les gustaba jugar al póquer de madrugada.
-¿Tomás? ¿Estáis ahí?
Parecía que no había nadie. ¿Cuándo había empezado a llevarse así con ella? ¿Desde cuándo se llevaban tan mal? ¿Y la hamaca? ¿Para qué coño la quiere? Simplemente pensó: "ay... mujeres" y se fue a caminar por la ciudad.
-Eh, señor, ¿tiene cambio?
-¿Cambio para qué?
-Para comer.
-¡Ah! Un mendigo, ¿no?
-No es una etiqueta que me guste tener, señor.
-Pues me sentaré un rato contigo.
-Claro, por qué no. Póngase cómodo.
-Espera, mendigo, traeré unas cervezas.
-Como quiera, ¡pero me llamo Carlos, no mendigo!
Volvió con un pack de seis, frío, del súper de al lado.
-Ten.
-Gracias, señor. ¿Por qué hace esto?
-Porque me apetece. ¿No te gusta la cerveza?
-No es eso, me encanta. Pero... es raro, ¿sabe? Nadie nos tiene demasiado en cuenta.
-¿A quiénes? ¡Ah! A los mendigos, ya.
-Le digo que me llamo Carlos.
-Sí, lo que sea. ¿Qué es lo que llevas puesto? ¿Un albornoz?
-Exactamente.
-¿Y eso?
-Porque es calentito y abriga. Las noches aquí son muy frías, ¿sabe?
-Entiendo...
-Y además está la lluvia que a veces es malvada con nosotros, Te puede llegar a helar la sangre cuando quiere. Nosotros nos solemos juntar todas las noches en el mismo callejón, es un lugar al que ya llamo hogar, ¿entiende? Somos pocos, pero nos ayudamos. Eso debería ser un hogar.
-Ahá.
-Está Bea, Luis, Montalvo, González... eh... también están Laura y Herrera. Somos una pequeña familia. Todo lo que ganamos lo juntamos para poder cenar juntos, compramos lo más barato y cuando los súper están cerrando entonces es cuando nos dejan porque no hay clientes y es entonces y sólo entonces que les da igual que entremos. Si entrásemos por la mañana nos echarían a patadas como si tuviéramos una enfermedad. Pero menos mal que nos tenemos los unos a los otros, ¿no cree?
-Supongo que sí.
-Además, casi todos hemos dejado de fumar lo que supone un gasto menos. Y luego está el tema de los de servicios sociales. Uy, no me tire de la lengua con esos mentecatos. Al menos hay gente buena como usted que nos escucha. Muchas gracias, señor.
-Será mejor que me vaya.
-¿Ha escuchado algo de lo que le he dicho?
-No realmente. Pensaba en mis cosas. ¿Se folla mucho siendo mendigo?
-¡Señor! ¡No es una elección! ¡Y no es una etnia ni un nada!
-Pero se folla mucho o no.
-Eso es privado, buen señor. Tenga buena noche. ¡Adiós!
-Joder, qué borde el vagabundo.
Y así, resignado, volvió a casa, donde la encontró desnuda encima de la hamaca.
-¿Para esto la querías?
-Ven, sube.
Y esa noche ambos aprendieron lo incómodo que es hacerlo en una hamaca.

A veces a los narradores nos toca narrar estas historias sin fondo ni objetivo, donde ningún personaje aprende nada, moralmente hablando. Historias perdidas que no sirven para nada, pero donde algo ocurra alguien lo tiene que narrar, por idiota que aquello resulte. Una pena, la verdad.
¿Por qué crees que te has levantado esta mañana? ¿Por qué tenías cosas que hacer? No, porque alguien lo narró. Pero se tiende a ver a los narradores como contadores de grandes épicas, hazañas y lecciones, porque es lo único que interesa escuchar realmente. Pero, la verdad sea dicha, todo es narranable y de todo se puede sacar una lección.
Así que ya sabéis, no hagáis el amor en hamacas, ya no sólo porque es incómodo sino porque te puedes caer y hacerte mucho daño.
No creo que Esopo estuviese orgulloso de esta moraleja, pero oye, a él sólo le tocaban las historias buenas. 

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