viernes, 24 de julio de 2015

Ronald Wish, el artista

Hay gente talentosa para cada actividad que se te ocurra, desde gente que domina el arte culinario con una naturalidad pasmosa hasta las personas con un gran talento financiero capaces de ver lo que la razón ni los datos estadísticos son capaces de ver. 
Pero también hay talentos que se olvidan, otros que no se descubren y otros que son negados y rechazados. 
Entra en escena Ronald Wish. Un adolescente irlandés cuya familia emigró a Minnesota cuando apenas tenía cuatro años. Ronald enseguida desarrolló una artesanía y pasión por los cuchillos, pero se le daba horriblemente cortar apios o cebollas para ayudar a su madre a hacer el estofado de los domingos. No, a él se le daba bien trinchar el pavo, cortar filetes y así poco a poco, despiezar cerdos y vacas. Pero Ronald, a pesar de sentirse fluido y natural realizando estas grotescas tareas sentía que algo faltaba. Que no era del todo feliz, que esa no era su pasión verdadera. 
Pronto alcanzó fama en su colegio por ser el hijo del carnicero. Muchos chavales se metían con él, por eso y por ser el niño irlandés del condado. Hasta que un día, Ronald, harto de las burlas, se llevó una pequeña navaja suiza que guardaba su padre en la caja de herramientas y el siguiente niño que le hizo burla sufrió una muerte tan horrible y tan sangrienta que nadie era capaz de señalar al pequeño Ronald por ello. Era demasiado violenta para que un niño pudiese haber hecho algo así. La víctima había sido reducida a sus extremidades y se había colgado cada una del extremo de las ramas de un árbol seco, mientras que los intestinos habían sido usados para rodear el árbol como una cinta de navidad. Y en lo alto del árbol se encontraba la cabeza del pobre niño que se había cruzado con el superdotado equivocado. Un superdotado del arte de matar. 
A partir de aquí Ronald entró en una espiral depresiva que le atormentaría por el resto de su vida. Le dieron varias crisis nerviosas y nadie en el pueblo sabía qué hacer con él. Seguía trinchando el pavo y seguía despiezando a los animales para su padre, pero ahora que había probado el placer del asesinato, la adrenalina de lo prohibido, la mirada de terror de su víctima, el sudor frío... Despiezar animales le sabía a tan poco. Debía volver a matar pero sin llamar ninguna clase de atención. Aprovechó una noche de fiestas en la que todo el pueblo estaba de fiestas para secuestrar y dormir a un pobre mendigo y llevarlo hasta una caseta abandonada a las afueras de uno de los campos de trigo del condado. Era invierno por lo que nadie siquiera pasaría a recoger los pequeños brotes de trigo nevado. Se aseguró de que el mendigo le durase no días, ¡semanas! ¡A saber cuándo sería la siguiente vez que podría asesinar tan libremente a alguien! Debía saborearlo. No era como pintar o esculpir, no, aquí sólo tenía una única oportunidad con su lienzo, era artista y trabajaba con la materia prima más cara del mundo: la vida. Decir que el pobre mendigo sufrió una muerte agónica es quedarse corto. 

Para suerte de la sociedad y desgracia de Ronald, fue atrapado una de las últimas noches que tenía pensado ir al cobertizo. El mendigo sobrevivía a base de drogas e inyecciones de adrenalina, por lo que falleció mucho antes de poder llegar a cualquier hospital. Ronald seguía siendo menor pero aún así le cayeron varias décadas de cárcel y desde entonces hasta hoy sigue allí. Un artista incomprendido, un monstruo para nosotros, ¿deberíamos castigar a aquellos que siguen su propia naturaleza si esta nos daña? Eso se lo dejo a ustedes. 
Tengan una buena noche. Y cuidado, nunca se sabe quién acecha en las sombras siguiendo algún oscuro deseo.

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